
España tiene una historia larga y compleja. Una historia con algunos momentos y personajes brillantes y con muchos episodios tristes y oscuros. Una historia de progreso a trompicones, de atraso y recuperación, de miseria y superación. Una historia, en definitiva, como la de cualquier país del mundo, sin excepciones. La mejor forma de reconocer a un nacionalista es escuchar su relato de la historia. En él encontraremos un pasado sin mácula, un pueblo heroico guiado por fuerzas casi sobrenaturales, una herencia espiritual sin parangón, y victimismo, mucho victimismo. Sólo la brutalidad de un vecino envidioso priva al pueblo elegido de su glorioso destino.
Falso. Absolutamente falso, como puede comprobar cualquiera que se atreva (a día de hoy es un acto de coraje cívico) a abrir un libro de historia. Pero lo peor no es que sea falso. Lo peor es que el que así piensa está, como los marxistas de antaño, encadenado a las fuerzas de la Historia. Los individuos, las personas, son casi irrelevantes en el relato nacionalista. Como mucho, se convierten en arquetipos, encarnaciones de los supuestos valores nacionales. En cambio, el ciudadano no nacionalista no se siente preso de la historia. Procura conocerla y aprender de ella, pero no la vive como una corriente incontrolable a la que nada se resiste.
Lo que se celebra el 12 de octubre es el presente. Una España democrática que, con todos sus defectos, supone el periodo más largo de derechos y libertades que hemos vivido. Se trata de lo que queremos ser, no de lo que fueron nuestros antepasados. Y no se trata de una celebración étnica, sino cívica. Lo que somos como sociedad viene marcado por la Constitución y nuestras leyes. Este es el sentido del acto que tendrá lugar mañana en Barcelona. Ser español hoy no es incompatible con ser catalán, gallego o madrileño. No es incompatible con ser lo que uno quiera ser. Ser español es estar amparado por un Estado de derecho que garantiza nuestra libertad.
La diferencia entre una fiesta nacional y una fiesta nacionalista es que en la primera los ciudadanos celebran juntos lo que los une, que es lo que les permite ser direrentes entre ellos; en la segunda, se celebra lo que los diferencia de otros, que es lo que les obliga a ser iguales entre sí. Es una paradoja que vemos todos los días: la igualdadentre ciudadanos permite la libertad. El soberanismo exalta la diferencia, pero exige homogeneidad en sus filas y margina al disidente.
Lo que estamos arriesgando en los últimos tiempos es esa igualdad que permite la libertad. También la prosperidad que tanto tardó en llegar a nuestro país y que se ve ahora en entredicho. Es el momento del sentido común y de la unión, que hace la fuerza. Los ciudadanos españoles debemos defender nuestro marco de igualdad, libertades y convivencia. Depende de cada uno de nosotros, españoles libres que no sentimos el pasado como un lastre ni como una corriente, sino como experiencia. Celebremos mañana, en Barcelona y en cualquier lugar de España, nuestro presente y demostremos que el futuro está en nuestras manos.