
Bajo el lema la unión hace la fuerza, UPyD celebra este puente de Todos los Santos su 2º Congreso. El motivo de que sea este fin de semana y no otro es que la festividad del viernes facilita a los afiliados de toda España la posibilidad de trasladarse a Madrid, donde tendrá lugar el acontecimiento. Centenares de militantes, entre delegados, voluntarios e invitados, renunciarán a su tiempo de ocio para formar parte del acto orgánico más importante de cualquier partido democrático entre los que se celebran con regularidad (en este caso, una vez cada cuatro años). La diferencia entre el Congreso de UPyD y los de otros partidos es que en el primero todo está en manos de la afiliación.
El lema del Congreso hace alusión al valor de la unidad en tiempos de turbulencias separatistas, pero tiene otras lecturas. Un partido moderno y democrático es una unión libre de personas con unos objetivos comunes, un grupo de ciudadanos que aceptan unas normas, que comparten unos valores y – esto es muy importante - que renuncian a parte de sus deseos o propósitos. Unión no significa identidad, no significa compartir el 100% de los planteamientos, sino trabajar juntos para lograr un bien mayor. Tampoco significa sumisión: si la unión no es libre y crítica, no produce fuerza, sino debilidad.
La democracia – también la interna – exige valiosos equilibrios: entre capacidad de elegir y eficacia; entre lealtad y crítica; entre legítimas ambiciones personales y la imprescindible disciplina. Un partido político del siglo XXI debe confiar a sus miembros la responsabilidad última de lograr estos equilibrios. Si en lugar de lealtad hay sumisión o apatía, el partido se anquilosa; si la crítica se convierte en deslealtad, el partido se rompe; si el afán de protagonismo liquida la disciplina o si la operatividad se vuelve imposible, el partido se ensimisma y pierde el contacto con la realidad. Esto es, precisamente, lo que está ocurriendo al bipartidismo.
Por su propia naturaleza y por los tiempos que corren, es posible que UPyD nunca sea un partido de masas. Pero a día de hoy, los aspectos cuantitativos de la pertenencia importan mucho menos que los cualitativos. La cuestión no es cuántos afiliados o simpatizantes tiene una formación. ¿De qué sirve tener una copiosa base de datos si las personas vinculadas pagan cuotas irrisorias, carecen de capacidad de decisión y su participación política se limita a agitar banderas en los mítines de campaña? Un afiliado a UPyD paga 240 euros al año, tiene en su mano el rumbo del partido y, en un porcentaje extraordinario, participa en su vida orgánica.
Es por estos motivos por los que tener un carnet de UPyD supone una gran responsabilidad. Ir a votar al Consejo de Dirección o participar de cualquiera de las formas previstas en el 2º Congreso significa ejercer una gran influencia en lo que ocurra en España en los próximos años. Si UPyD ya es un referente político inexcusable se debe, en buena medida, al compromiso y al trabajo de sus afiliados. Y si en un futuro mucho más cercano de lo que cabía esperar se va a convertir en una fuerza decisiva con capacidad de cambiar nuestro país de arriba a abajo, será también gracias a la participación y al sacrificio de los afiliados.
La antropóloga Margaret Mead dijo: "nunca dudes de que un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo. De hecho, es lo único que lo ha logrado". Este es el estimulante reto al que se enfrentan los afiliados de UPyD entre el 1 y el 3 de noviembre: demostrar que la unión hace la fuerza.