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La independencia y el miedo (por José Antonio Zarzalejos)

Publicada el noviembre 10, 2013 por admin6567
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(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)

EL ÁGORA

Nadie ama al hombre al que tiene miedo”, escribió Aristóteles. Este apotegma debemos grabárnoslo quienes deseamos que Catalunya permanezca en España. No lo conseguiremos si en los argumentos que se ofrezcan a los muchos catalanes que se han adscrito al secesionismo por ilusión, por frustración, por cansancio o por sentimientos sobrevenidos de distinta naturaleza hay más pretensión de disuasión (desistimiento) que de persuasión (convencimiento). Porque, siguiendo las muchas enseñanzas de Nehru, el primer jefe de Gobierno de India independiente, “un hombre con miedo es capaz de hacer cualquier cosa”. Dicho lo cual, es cierto que junto a grupos irreductibles, hay otros muchos, y más numerosos, permeables a entrar en una interlocución racionalizadora de la emotividad que el independentismo comporta.

Como escribió, defendiéndose, en este diario el pasado lunes Jaime Malet, presidente de la Cámara de Comercio de Estados Unidos, “ante una posible secesión, no se trata de la utilización de argumentos de miedo, sino de sensatez” en relación con la reacción que un proceso separatista podría provocar en el ámbito financiero y empresarial. Algo parecido arguye Josep Lluís Bonet, presidente de Freixenet, que por posicionarse sensatamente detecta un boicot dentro y fuera de Catalunya a la que considera “parte esencial de España”. ¿Cómo hacemos que el argumento sensato no se convierta en una amenaza que provoque temor? Es asunto aún no resuelto. Ni por el Gobierno español (que incluso renuncia a emitir contrainformes) ni por los partidos contrarios a la independencia de Catalunya, ni por los grupos sociales y económicos que tampoco la desean.

Las razones para persuadir a los independentistas no arraigados en el secesionismo a fin de que dejen de serlo han de partir, como sugiere en su desolador libro Germà Bel ( Anatomía de un desencuentro), no tanto de un cariño impostado, como del respeto por lo que sienten y por lo que aspiran. Por el contrario, la afirmación del autor según la cual “nadie debería querer cambiar al otro” encierra un sofisma y una renuncia de los que su propio libro son prueba evidente: está escrito desde la autocomplacencia acrítica hacia el independentismo y con el propósito de acendrar las convicciones secesionistas del que aún no haya llegado a ellas plenamente.

Quizás el quid de la cuestión no sea tan difícil como parece. La independencia ofrece un panorama de disfunciones gravísimas para Catalunya. Posibles deslocalizaciones, marginación internacional, conflicto interno entre ciudadanos con identidades diferentes… pero, en una medida similar, la secesión catalana es una amputación territorial, social, demográfica, económica y cultural para España. De tal manera que el elenco de razones que se exponen con una animadversión contraproducente para evitar la ruptura rezan para unos, pero también para otros. Una Catalunya fuera de España sería una Catalunya demediada pero dejaría una España igualmente perdedora.

La interlocución es difícil pero no imposible siempre y cuando, de un lado, no germine la suficiencia discursiva, y de otro, no se cultive tanto el victimismo. Ni suficiencia, ni victimismo. Esta puede ser la ecuación adecuada para una conversación de pros y de contras, de clarificación de sentimientos hostiles y de desencuentros históricos, cuya inevitabilidad es absoluta. En algún momento de este proceso habrá que sentarse aunque sólo sea para diagnosticar la gravedad de las lesiones que recíprocamente nos vamos a infligir de continuar por el camino por el que ahora transitamos. No será, desde luego, una conversación versallesca en la que el Estado pueda eludir la referencia a la Constitución y a los poderes de que esta le dota, pero la cuestión no tendría que llegar a ese límite de colisión sino quedarse en un estadio anterior.

Introducir en una espiral emocional, no exclusiva de los catalanes independentistas, elementos de pragmatismo es tan complicado como aconsejable. El criterio de Gaziel según el cual los sentimientos son una fuerza “impolítica”, se comporta como un auténtico veredicto que reprocha desde la distancia temporal el sesgo de los acontecimientos del presente. La renuncia, además, al historicismo es una equivocación. Desde Winston Churchill a Anatole France, pasando por poetas como Machado (“Ni el pasado ha muerto / ni está el mañana / ni el ayer escrito”), nos han advertido de la capacidad aleccionadora de los errores pretéritos para entender el presente y superarlo. Los extremismos motejarán esta proposición de buenista. Muy por el contrario, es un pragmatismo terapéutico que desafía la destemplada displicencia de los inmoderados.

Ni reforma ni respuesta

Mariano Rajoy cree, como muchos otros, que la insaciabilidad del nacionalismo independentista hace por completo inútil la reforma de la Constitución para reencauzar la cuestión catalana. Su apuesta va por el apaciguamiento verbal, la acción internacional, la interlocución con el empresariado y la oferta en su momento de un nuevo sistema de financiación autonómica dentro del régimen común. Y, por supuesto, por la implosión de las fuerzas secesionistas. El presidente tampoco contestará a agravios. Confía en su política de criogenización. Mientras, el Ministerio de Educación acaba de conceder el premio Nacional de Ensayo 2013 a Santiago Muñoz Machado por su libro Informe sobre España en el que propugna ardorosamente la reforma constitucional.

Ahorcamiento socialista

La conferencia política del PSOE concluye con la fisura abierta de la relación del partido con el PSC. Les une mucho, pero les separa más: una estrategia de Estado para abordar la cuestión catalana. Los socialistas catalanes apuestan por una ficción (la consulta legal y pactada) y el PSOE discrepa pero les ofrece una federalización de España. El problema es que el socialismo, dentro y fuera de Catalunya, proyecta una imagen cuarteada y no transmite convicción. No lo hace ni Navarro ni Rubalcaba. Y sin Catalunya con un PSC que obtenga en las generales más de 20 escaños (ahora impensable) no hay poder para el PSOE en el Gobierno central. Perdida para el socialismo Catalunya, pierde también España por mucho combustible que aporte Andalucía.

 

Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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