¿Qué sucede en este país para que, cuando un grupo de extrema derecha comete la ocupación de una sede de CIU en Madrid, sin causar heridos, se le da una publicidad desmesurada, toda la izquierda, sin excepciones, se rasga las vestiduras y al ministro del Interior le da un «ataque» de eficacia, premura y elocuencia; proclamando a los cuatro puntos cardinales su disgusto, disconformidad y extrema condena por unos hechos que considera muy graves dentro de un país democrático?, y ¿qué es lo que ocurre cuando, unos descerebrados, abusando de su número, invaden una universidad, se ponen por torera el respeto a las normas de convivencia y el respeto por las ideas ajenas, entran en tropel lanzando petardos e invaden el local de la «Asociación Foro Universitario Francisco Victoria» y, a gritos de «Contra el fascismo y el Capital», comenzaron a vapulear bárbaramente a cinco alumnos que se encontraban en él, utilizando para ello un extintor y un casco? … pues nada o casi nada.
Han pasado 48 horas y el hermetismo oficial no se ha roto. Las izquierdas no dicen ni mu y los periódicos, excepto unos cuantos, no se hacen apenas mención de este grave suceso, como si la vara de medir los ataques a derechas o izquierdas tuviera que ser distinta. Y es que, señores lo que está aconteciendo en España desde que los socialistas ocuparon el gobierno y se mantuvieron en él por siete años, es que han conseguido cambiar de tal manera lo que fueron valores esenciales y principios de convivencia y respeto por los derechos ajenos, que da la sensación de que, en lugar de encontrarnos en un país civilizado, integrado en la UE, y regido por normas democráticas, estamos en una de estas repúblicas bananeras al estilo de la Venezuela del señor Maduro que, con sus últimas barrabasadas ha conseguido gobernar dictatorialmente poniendo en grave peligro la economía y el bienestar de su país.
El ministro de Interior no parece sentirse tan preocupado por unos hechos que, por tener lugar en una universidad pública, debieran de alarmarle todavía más; como le ocurrió en el caso del asalto a la sede de CIU en Madrid. Es posible que, la oportunidad que se le brindó al Gobierno de lamerle, una vez más, las posaderas al señor Mas, lo motivara más para dar suelta a su «indignación» pensando, erróneamente, que si se demostraba untoso y servil con CIU, el proceso soberanista se podría detener. Fuere por lo que fuere, la diferencia abismal de la reacción de Interior en su tratamiento de ambos casos, no deja de sorprender a los ciudadanos de a pie, que no dejamos de extrañarnos ante todo lo que está sucediendo en esta nación, cuando todos esperábamos reacciones más enérgicas y fulminantes de un gobierno de derechas ante situaciones semejantes.
Pero centrémonos en nuestras universidades públicas. Cuando las universidades de un país, donde se concentran aquellos jóvenes que están destinados a ocupar los puestos importantes y relevantes en la industria, la investigación, la economía, las finanzas y la política de una nación; aquel el semillero del saber en el que se acumula el talento de una juventud ávida de conocimientos, que van a ser las futuras generaciones responsables de la marcha del país; se niegan a ser sometidas al control de quienes, con sus impuestos, ayudan a su sostenimiento y mejoras; algo falla. Los ciudadanos tienen el derecho a exigir, a cambio del sacrifico económico que se les pide, que aquellos licenciados que salen de las aulas lo hagan con un bagaje cultural, científico, humanístico y ético, que los convierta en un valor rentable para la sociedad. Ello nos lleva a la necesidad de estas instituciones de enseñanza necesiten ser remozadas, actualizadas, modernizadas y liberadas de toda contaminación política, un viejo mal que vienen arrastrando desde hace muchos años y que tanto ha perjudicado a la sociedad. Hay momentos, en que los recintos universitarios se convierten en verdaderos fortines inexpugnables en los que, lejos de cumplir con sus funciones docentes, se han instalado verdaderos centros de adoctrinamiento político, generalmente de las izquierdas. Hoy en día, la mayoría de los rectores de nuestras universidades adolecen de un exceso de politización, los más de izquierdas; fruto de una labor minuciosa de los partidos de izquierdas que saben ( como ocurre con los nacionalismos vascos y catalanes) que el mejor medio de hacer proselitismo es ocupando los ,puestos clave en las escuelas y universidades públicas, desde las cuales la posibilidad del adoctrinamientos de los alumnos es mucho más fácil, amparándose en la inviolabilidad que, viejas costumbres y privilegios ancestrales, les conceden. La lista de rectores y catedráticos que hoy en día rigen nuestras universidades y que se han mostrado abiertamente partidarios de convertir sus aulas en lugar de adoctrinamiento de activistas y agitadores de izquierdas, apoyados en los sindicatos y partidos comunistas o socialistas, es tan extensa que no tendríamos lugar para incluirla en este comentario.
Basta citar a algunos de los más significados, como el señor José Carrillo ( hijo del señor Carrillo, aquel que fue responsable de los asesinatos de Paracuellos del Jarama durante la Guerra Civil), que parece que ha querido convertir su universidad, la Complutense de Madrid, en el redil de los activistas y antisistema que, siempre que lo necesitan, saben que pueden refugiarse en el santa santorum de los estudiantes, el recinto universitario, donde la fuerza pública no puede entrar si no es con autorización del rector. Que, como ha quedado evidenciado, nunca lo da.
Otros rectores de izquierdas (la mayoría lo son)los encontramos en la UCLM, señor Miguel Angel Collado; en la de Zaragoza, señor Manuel López; la de Galicia, señor Salustiano Mato; los de la universidad de Valencia y la Universidad Jaime I de Castellón y así podríamos seguir con la larga lista de los que han convertido su universidad en un verdadero fortín, desde el cual albergan y ayudan a todos aquellos individuos que se valen de estar matriculados en ellas ( alguno lleva más de 10 años en ella) como estudiantes cuando, en realidad, su función consiste en mantener viva la revolución aunque ello comporte que la enseñanza salga perjudicada; que las huelgas alteren el normal reparto de las clases y que, los resultados de muchos de nuestros universitarios, sean peores que los del resto de licenciados de las universidades europeas y del resto del mundo. De hecho, en España no tenemos a ninguna de nuestras universidades dentro de las 200 mejores del Mundo. Da que pensar ¿no?
Y aquí viene el reproche a nuestro Gobierno. El señor Rajoy, con su mayoría absoluta, ha tenido la inmejorable ocasión de acabar de una vez con los arcaísmos de nuestras universidades, legislando para suprimir privilegios que hoy no tienen razón de existir; impidiendo el proselitismo político dentro de la universidad; suprimiendo la inviolabilidad, para que las fuerzas del orden público, con autorización judicial o, en caso de necesidad, sin ella, puedan actuar dentro del recinto universitario, para atrapar a los responsables de salvajismo callejero o agresiones a ciudadanos sólo por el hecho de no pensar como ellos. Devolver a la universidad su función pedagógica, potenciar en ellas la búsqueda de la excelencia y la investigación científica y los valores éticos. España no se puede permitir que los rectores o catedráticos conviertan a sus alumnos de difusores de sus ideas en lugar de velar por la calidad de la enseñanza. Cada foro con su correspondiente misión y cometido. O así es como pienso que debiera tratarse tan acuciante problema ya que, si se descuida, es evidente que seguirán siendo un semillero de revoltosos, intransigentes y delincuentes callejeros.
Miguel Massanet Bosch