"El acto autoritario se distingue de todos los demás por el hecho de que no encuentra oposición por parte de quien, o de quienes, es el destinatario. Lo que presupone por una parte, la posibilidad de una oposición y, por la otra, la renuncia consciente y voluntaria a la realización de esa posibilidad." Alexandre Kojève.
No por ser costumbre de muchos estados nos tiene que parecer bien que quienes nos gobiernan pretendan decidir por nosotros en todos los aspectos de nuestra vida, incluso en aquellos que consideramos de nuestra propia decisión, de nuestra intimidad y de nuestro libre albedrío. De hecho, la excesiva racionalización que, a veces, se nos pretende imponer raya, en muchas ocasiones, con el principio de libertad individual que nos garantiza nuestra propia Constitución aunque, en muchos casos, hemos llegado a dudar de que, por parte de gobiernos y autoridades, se tomen muy en serio el mandato constitucional. Por ello y a consecuencia del afán de los políticos para justificar su sueldo y, a falta de ideas más provechosas, más útiles y mejor recibidas por la ciudadanía; se emperran en sacarse de la manga nuevas prohibiciones bajo capa de representar avances para el bien común, la salud ciudadana o la convivencia.
De hecho, ya se nos han impuesto poco menos que manu militari una serie de limitaciones que, so pretexto de contribuir a mejorar nuestra salud, evitar molestias a nuestros conciudadanos o impedir la contaminación atmosférica; se nos ha ido aplicando el rodillo de la autoridad Administrativa limitando, cada vez más y con mayor énfasis, aquellos derechos, costumbres, pequeños vicios y expansiones de las que habíamos venido gozando antes de que los amargados de turno, en busca de colgarse medallas, decidieran que los que más nos convenía a los ciudadanos era jorobarnos la vida a base de irnos limitando nuestras libertades y nuestros pequeños, pero satisfactorios, placeres.
Se empezó por satanizar el fumar tabaco. No niego que este vicio perjudique la salud y sea el causante de muchas muertes, pero más matan las guerras y, sin embargo, siguen proliferando en todos los rincones de este excesivamente "civilizado" mundo. Como siempre están los inevitables incordios que pretenden que los demás se tengan que someter a sus moralinas; radicales con todo aquello que les disguste y extremistas que acosan a los gobernantes que se imponga su voluntad, aunque ello suponga restringir los derechos del resto de personas. Esto ha venido sucediendo con el tema de la circulación cuando, sin que existieran pruebas de ello, se decidió limitar a velocidades ridículas algunos tramos de autovías y autopistas. En Barcelona se habla de aplicar reducciones de velocidad por dentro de la ciudad que pueden llegar a menos de 30 kilómetros hora e incluso menos. ¡Ya me dirán quien circula hoy a estas ridículas velocidades!
Sin sopesar sus consecuencias se limitaron las velocidades de acceso a la ciudad, lo que dio lugar a que la contaminación de los coches, obligados a circular con marchas cortas, subiese por encima de la que se registraba antes. Ahora, el Gobierno de la nación ha decidido que por las autopistas (en tramos que se regularán por los servicios de tráfico) se podrá alcanzar una velocidad de 130 k/h, tan ridículo como los actuales 120K/h cuando la seguridad de los coches es indudablemente mayor, los motores tienen potencia suficiente y las autopistas permiten velocidades superiores sin que ello suponga más riegos tal como han entendido los gobernantes en Alemania. Si es cierto lo que se dice de que, el 85% de los accidentes mortales se produce en las carreteras secundarias, donde la velocidad está muy limitada; las causas no serán la velocidad sino las imprudencias.
Ustedes se habrán dado cuenta de lo que está sucediendo en relación a los adelantos de la medicina y los cambios radicales que se han venido produciendo respecto al uso de alimentos y bebidas, que antes se consideraban peligrosas y dañinas para la salud y, hoy en día, se nos recomiendan como saludables. Ejemplos como el pescado azul, el café (recomendado por cardiólogos en cantidades moderadas); el vino; las legumbres etc. todos ellos puestos en la picota no hace más de cincuenta años y ahora aceptados como antioxidantes y provechosos.
Pero, junto a estos cambios, el exceso de preocupación que las nuevas investigaciones transmiten a la ciudadanía, está creando verdaderos esclavos de las dietas, obsesos del vegetarianismo, maníacos de los lípidos y el colesterol que les impide llevar una vida alegre y desenfadada, siempre pendientes de los malditos análisis de cuyos resultados dependerá comer dulce o no o hincharse de verdura en lugar de un buen par de huevos fritos con panceta. La preocupación de no sobrepasar los límites, cada vez más estrictos, de una medicina empeñada en alargarnos la existencia a costa de nuestra calidad de vida; parece ser que es compartida por quienes nos gobiernan, que pretenden someternos a restricciones asumiendo una tutela que nadie les ha concedido cuando los hemos votado en las urnas.
Hace unos días pude leer en la prensa una noticia de estas que te convence, cada día más, de que estamos en manos de verdaderos torturadores y obsesos, que no piensan más que en buscar motivos para hacerse antipáticos y exprimir las pocas libertades y goces de los que todavía disponemos. En efecto, se nos anuncia que a partir del 1 de marzo del 2014, se van a prohibir en restaurantes y hoteles el uso de las tradicionales aceiteras rellenables. Lo curioso es que, en este caso, no se hace mención a la falta de higiene. Lo más raro y sospechoso, a la vez, es el aplauso unánime de esta nueva medida del Gobierno por parte de la Junta de Andalucía (socialistas y comunistas) y de todas las organizaciones olivareras que se han congratulado de tal prohibición. Es fácil entenderlo: el aceite que antes se vendía en bidones y garrafas a hoteles y restaurantes, ahora se deberá vender en envases desechables, etiquetados y de un solo uso lo que, como es natural, va a encarecer el producto a los usuarios. No es raro que ambos gremios hayan puesto el grito al cielo ante tan desafortunada medida.
No obstante, no se trata solamente del hecho de que nos cueste más, sino que el aceite se va a convertir, como ocurre en el extranjero, en uno de estos productos, como la mantequilla, que te lo sirven en dosis diminutas, a valor del oro, para que limites su uso a cantidades microscópicas. España es un país olivarero en el que se producen miles y millones de toneladas de aceite y siempre lo hemos utilizado en grandes cantidades, tanto para aliñar nuestras ensaladas como para empapar nuestro pan en él, sin que nos hayamos tenido que ajustar a raciones (salvo durante los años de la gran carencia, después de la Guerra Civil). Las llamadas aceiteras o vinagreras han sido una parte de la decoración de las mesas de los restaurantes de toda España y no hay cafetucho, alquería o bodega donde no haya aceiteras sean de vidrio, alfarería o metal, siempre a disposición de los clientes, que se sirven de ellas según sus necesidades, sin que existan límites fijados para su consumo.
Una vez más la "civilización" entra en nuestras vidas a contrapelo, para marcar una muesca más en su historia de control de nuestras vidas; para privarnos de uno de estos pequeños placeres que tanto contribuyen a que la vida sea más soportable. O así es, señores, como yo lo juzgo.
Miguel Massanet Bosch