Una arpía política acaba de dejar UPyD en Castilla-La Mancha, y anda por ahí tirando piedras a diestro y siniestro, cual vulgar arrastrado, calificativo que le cuadra cien por cien a como Juan Valera dio uso a este término, en la segunda mitad del siglo XIX: "Mira, arrastrado; mira al teólogo ahora, y en vez de burlarte quédate patitieso de asombro". Así le remito a la encuesta de Metroscopia para EL PAÍS, publicada hoy (10 de febrero) por este diario.
Este –el de la foto, al que no citaré porque Calderón de la Barca me lo impide y Miguel de Cervantes me alecciona- es alguien que nunca debió afiliarse a UPyD, un partido demasiado grande para una razón tan chica. Él nunca ha sido progresista. Antes al contrario, rasgado por el conservadurismo humano, más bien resulta un apeadero de lo que Alberto Moll fijaba para ese tipo de personas:
¡Porfiados conservemos
las sagradas esencias
de nuestros sabios padres!
¡Que no progrese el mundo!
¡Que nada avance!
¡Que nada evolucione!
¡Que nada cambie!
¡Que la razón no triunfe!
¡Que las sacras creencias
y las supersticiones
fanáticas y ciegas
impongan su reinado!
¡Y que la inteligencia
se someta sumisa
a la norma aceptada
desde remotos tiempos
sin racional juicio!
¡Gloria al oscurantismo!
¡Loor a la obcecación!
¡Toneladas de arena
lancemos diligentes
sobre los engranajes
que al mundo hacen rodar!
¡Volvamos al pasado
que siempre fue mejor!
Y andan por ahí escuchándole cuatro periodista de poca monta, que deberían aprender que, cuando alguien como ese, lanza patadas al aire sin razón alguna y mentira total, únicamente demuestra ser un simple patán del sofisma. Entonces, esto quita prestigio a sus medios de comunicación, emplazándoles a ellos entre las simples evidencias del modelo yanqui de obediencia del Partido Popular. Algo que en Ciencia Política es catalogado como el colmo del cinismo –una práctica de la falsedad y la hipocresía extremas recomendada en el manual no escrito del gobierno Bush-.
Por si fuera poco, ¿no se dan cuenta tales reporteros y desinformadores que, a ese hombre, el partido que deja no le importa más allá de una soflama: la simple peroración que le ha cortado la posibilidad de su personal ascenso político, y no del servicio con fidelidad y responsabilidad al ciudadano? Pues basta con darse una vuelta por las redes: http://www.youtube.com/watch?v=EMxAs-xb46E. Da asco escucharle. Primero porque miente, al querer escalabrar a Celia, la Coordinadora Territorial de UPyD en Castilla-La Mancha que limpiamente le ganó el puesto en las elecciones abiertas para éste. Tanto ella, como los acompañantes de su equipo, muy lejos de los trapicheos, enredos y complots de él y los suyos, son esmerados observadores en UPyD del trabajo realizado por un excelente grupo de biólogos y politólogos, publicado en su día en la revista 'Proceedings of Royal Society B'.
Concluye este último que, inconscientemente, los votantes prefieren a los candidatos con voces menos estridentes, y a veces deciden por este tipo de factores más que por tener un conocimiento profundo de sus programas electorales. Rindy Anderson, una de las autoras, de la Universidad de Duke, argumenta que "parece que nuestras voces llevan más información que las palabras y saberlo puede ayudarnos a entender factores que influyen en nuestras relaciones sociales". En verdad, el programa electoral de Celia y los suyos llevaba más información, programadamente condensada, que las erráticas y desertadas palabras, del ahora huido; que, al perder, en ningún momento durante dos años ha colaborado con UPyD en la expansión del partido en Guadalajara.
Tanta paz lleve como descanso deja. Verdaderamente, y en segundo lugar, la respuesta directa a ese curioso e inaudito personaje (?) nos remite al debate filosófico-ideológico más específico sobre la calidad humana, que empezó a tener especiales resonancias en Europa a partir de los debates y publicaciones promovidos por el autodenominado Círculo de Roma (más conocido como el Club de Roma). Ferrán Casas delimita a la perfección a los alejados de dicha calidad, como el ahora observado –comportándose como simple arpía-, cuando Peccei (1976) define como objetivo primordial de la humanidad perfeccionar la calidad de la persona humana, aunque nunca acabe de definir muy bien qué entiende por calidad.
Conceptos como capacidad de la población y renovación humana, son próximos a la idea de calidad, y los plantea como retos o aspiraciones colectivas. Quizás la divulgación de información apropiada para mejorar las condiciones de vida en el planeta fuera para Peccei una de las cuestiones más nucleares. Incluso llegó a proponer para ello una publicación periódica que se titulara Informaciones a los ciudadanos del mundo. Más de un ejemplar de ésta debería leer el antedicho hazmerreír. Verá en ese instante que todo politólogo, cuando consuma un proyecto o abandona una fiscalización, la Psicología Social le marca unos caminos muy alejados de los tomados por él, ya que la calidad como objetivo y como proceso empezará a tener desarrollos concretos según el ámbito de actuación en el que sea adoptado. Pero en cada ámbito estará obligada a buscar las formas de conciliarse con los desarrollos previos, sean de carácter científico, político o técnico. De ahí que su significado concreto en diferentes ámbitos sea, en la actualidad, sensiblemente distinto. Luego malos atributos políticos evidencia el regañón perdido, que ignora por completo las dimensiones psicosociales aglutinadas por la "calidad de vida", según demostraron Blanco y Chacón (en Morales, Blanco, Huici y Fernández: Psicología social aplicada. Bilbao. Desclée de Brouwer, 1985). Por tanto, deje de caminar por esas aguas cenagosas, pues corre el peligro de ahogarse.
Juan Andrés Buedo