Rajoy, el buen parlamentario

Por poner un ejemplo, en su catálogo de logros Rajoy olvidó incluir uno: ha aprendido a decir rescate. Como si se desahogara después de tanto tiempo esforzándose por omitir el término, ayer lo repitió innumerables veces para decir que gracias a él se había evitado. No hace todavía dos años de aquella memorable ocasión en la que el presidente se fue al fútbol mientras Europa intervenía nuestro quebrado sistema bancario. Entonces, pese a la insistencia de Rosa Díez – que ayer se lo recordó – Rajoy se negó a prounciar la palabra como si fuera el nombre de Bárcenas. Ahora, sin haber reconocido todavía aquella intervención, presume de haber evitado que España fuera rescatada.
Cuando de hecho lo fue. No al modo de Portugal o Grecia – siempre estuvo claro que para España no había dinero suficiente -, sino a través de ciertas condiciones para que el Banco Central Europeo resolviera la crisis de deuda mediante la compra masiva de títulos. Los españoles tuvimos suerte en algo (no, por cierto, en quién dirigía el país): la quiebra de España habría supuesto la caída del euro. Y alguien pensó que no merecía la pena. Luego a España se la rescató por otra vía, sin duda menos traumática. Lo hicieron las instituciones europeas, con su enervante lentitud, mientras el Gobierno de nuestro país desviaba su responsabilidad hacia Bruselas y Berlín: Merkel yBarroso eran los culpables de los recortes, Rajoy y Guindos los salvadores. Así, con estas manipulaciones, se devalúa la idea de Europa.
"No somos libres", llegó a decir el presidente para justificar sus recortes – también se lo recordó ayer Rosa Díez -. Y, sin embargo, ahora exige aplausos para unas políticas que él mismo dijo que le venían impuestas. Aplausos porque según parece han dado resultado. Da igual con qué datos se cuestionen estos presuntos resultados (la portavoz de UPyD le dio 21 cifras oficiales). Da lo mismo porque, según nos informó el presidente, "hemos atravesado con éxito el cabo de Hornos". Dicho de otro modo: lo peor ha pasado. Y como no se puede tolerar que nada desmienta este mensaje, Rajoy se negó ayer a hablar de pobreza infantil. ¿Es que hay algún otro asunto más importante del que discutir en el Parlamento de la nación?
¿Lo peor ha pasado? En los casi dos millones de hogares con todos sus miembros en paro, lo peor habrá pasado cuando alguno de ellos encuentre un empleo. ¿Cuándo sucederá esto? ¿Cuándo dejarán de avergonzarnos estos datos? ¿Cuándo podremos considerarnos un país normal, con una tasa de paro aceptable (no ya deseable), sin esta precariedad, sin esta miseria? Para una familia sin recursos, cada día que pasa empeora su situación. No es que no hayan pasado lo peor, es que no saben cuándo llegará. En España se sigue destruyendo empleo y el presidente no es capaz de ofrecer un horizonte de prosperidad a los ciudadanos, como tampoco ha hecho nada por regenerar la democracia.
Supongamos que estamos en el cabo de Hornos y supongamos que no era intención de nadie que llegáramos a este lugar inhóspito. Entonces, ¿cómo hemos venido a parar aquí? En uno de sus mayores alardes de cinismo, el presidente presumió de valor para enfrentarse a los poderosos insinuando que él había provocado la salida deRodrigo Rato como presidente de Bankia. Pero, ¿por qué era Rato un hombre poderoso? Porque era del PP. Por eso sucedió al frente de la cuarta entidad financiera de España a otro hombre del PP, Miguel Blesa. Las cajas de ahorros quebraron porque eran las vacas lecheras del bipartidismo. ¿La herencia de Zapatero? En todo caso será la herencia compartida, la ruina provocada en comunidades autónomas y ayuntamientos. Juntos, alternándose al timón, PP y PSOE, Zapatero y Rajoy, nos trajeron hasta el cabo de Hornos, nos metieron en la tormenta perfecta y dejaron un barco desarbolado y a la deriva.
Ni verdad, ni responsabilidad, ni liderazgo. Un buen parlamentario no rechazaría con acritud la mano tendida de la portavoz de UPyD ni la trataría – otra vez – sin el respeto ni la cortesía que dispensa a los diputados nacionalistas (normalmente hombres). Un buen parlamentario no ahondaría en el descrédito de la política trivializando con una intervención vacía la sede de la soberanía nacional. Y un buen parlamentario sabría que el cabo de Hornos se dobla, no se atraviesa.