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Adolfo Suárez se va (por Enric Juliana)

Publicada el marzo 23, 2014 por admin6567
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(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)

El hijo del expresidente anuncia en Madrid un fallecimiento inminente. Homenaje final: el gran anticipador ‘muere’ antes de morir, con el país en vilo. Una España angustiada le rinde tributo como signo del tiempo de las esperanzas

En un gesto muy propio de la época –el tiempo de la realidad acelerada–, Adolfo Suárez Illana anticipó ayer la muerte de su padre para evitar un desorden informativo durante el fin de semana. Adolfo Suárez González se va después de once años de ausencia. El ex presidente Suárez murió ayer a las once de la mañana y en el momento del deceso –el de verdad– los telediarios ya habrán contado tres veces su biografía.

Un final suarista, puesto que el gran maquinista de la transición vivió siempre bajo el signo de la anticipación. Se esmeró en el control de los tiempos desde sus inicios en política, a la vera de Fernando Herrero Tejedor en el número 44 de la calle Alcalá de Madrid, sede del Movimiento Nacional, partido único del franquismo. Un inmueble con historia e ironía. Aquel edificio con elegantes detalles art nouveau se halla hoy ocupado, en parte, por las oficinas de la Generalitat de Catalunya en Madrid.

Suárez aprendió a controlar los tiempos en la sala de máquinas de Alcalá 44; en el gobierno civil de Segovia y en la dirección de TVE. Aprendió a manejar a los jerarcas de la camisa azul, llamó la atención de Francisco Franco –“Excelencia, Segovia no puede ser menos”, le dijo, compungido, el joven gobernador al ver que su provincia quedaba fuera del III Plan de Desarrollo–, trabajó con sutileza la atención de los Príncipes; mostró sus habilidades a Torcuato Fernández Miranda, futuro ingeniero jefe de la transición, y comprendió rápidamente que TVE iba a ser más decisiva que la División Acorazada Brunete.

Abrogación paulatina de los Principios Fundamentales del Movimiento, destape en los cines y la serie Curro Jiménez, signo de una rebeldía popular, patriótica y razonable, acompañando la cena de todos los españoles.

Suárez tenía algo de Curro Jiménez y el Rey le encargó que acelerase ante un riesgo cierto de explosión. El estallido revolucionario portugués de 1974 había puesto en guardia a Washington –Henry Kissinger llegó a sopesar una intervención militar en Portugal con posible apoyo de tropas españolas–, ante la alarma de las principales cancillerías europeas. Ganó la línea pragmática del embajador norteamericano en Lisboa, Frank Carlucci, hombre la CIA fogueado en África y Brasil, de inmediato apoyada por París y Bonn. Portugal no fue un segundo Chile. El bonapartismo de izquierdas de los jóvenes capitanes portugueses fue gradualmente reconducido. A mediados de 1976, dos años después de la Revolución de Abril, la línea ya estaba trazada: fomento del reformismo en el Sur de Europa.

Carlos Arias Navarro, un hombre bastante más siniestro que Marcelo Caetano –el epígono de Oliveira Salazar, derrocado en Portugal– se había convertido en un peligroso tapón en la primavera de 1976. Crisis económica. Manifestaciones constantes en Barcelona y su área metropolitana; zonas enteras del País Vasco y Navarra fuera de control, con fuertes vetas de apoyo social a ETA. El PCE y Comisiones Obreras ampliando su campo de acción en Madrid, en Andalucía y en todas las ciudades donde había universidad o industria… Las clases medias tradicionales, expectantes. Deseos de cambio y miedo. Miedos profundos en la España interior y en los principales mandos del ejército, atónitos ante el espejo portugués.

Había que acelerar y controlar los tiempos con mucha habilidad. Adolfo Suárez fue el hombre escogido. Manuel Fraga era demasiado imperativo, afirmaba que la calle era suya y se había granjeado muchos adversarios dentro del Régimen durante su periodo en Londres. José María de Areilza, conde consorte de Motrico, dominaba cinco idiomas, tenía excelentes contactos, formaba parte de la élite vencedora en 1939 y en nada se parecía a Curro Jiménez. No olía a pueblo. Los jóvenes azules serían claves. Venían de abajo, conocían la dictadura y estaban dispuestos a la audacia para llevar a cabo su voluntad de poder. Los jóvenes azules y el nuevo grupo dirigente del PSOE se miraban a los ojos y se reconocían: jóvenes cuadros provinentes de las clases medias bajas con ganas de dirigir el país.

Suárez aceleró y en noviembre de 1976 ya tenía aprobada la ley de reforma política en un referéndum con alta participación que descolocó a la oposición rupturista. Legalizó al Partido Comunista –su principal aliado táctico entre 1977 y 1980– y ganó las primeras elecciones generales (15 de junio de 1977) con mayoría simple y un PSOE fuerte al frente de la oposición. Absorbió la onda de cambio catalana con el fulgurante regreso de Josep Tarradellas –uno de sus movimientos más inteligentes– y aceptó transformar la reforma en tiempo constituyente.

Estabilizó la economía con los pactos de la Moncloa –pacto trabajado con el PCE y CC.OO., siguiendo la estela italiana–, y fue capaz de acordar – sin guión previo–, una Constitución estabilizadora, avanzada en algunos de sus preceptos sociales y territoriales, abierta a la interpretación y, a la vez, muy blindada. Volvió a ganar en marzo de 1979. Quería ir más lejos, pero comenzó a perder apoyos. A medida que pasaba el susto y España se estabilizaba, crecía en las estructuras conservadoras la sensación de haber cedido demasiado. Le empujaron y dimitió el 29 de enero de 1981 con un mensaje enigmático. Se comportó con valentía durante el intento de golpe de Estado de febrero. Fue aquella su primera muerte. No se resignó y quiso seguir en política con un partido de bolsillo (CDS), cuya principal aportación consistió en abrir el portillón del Ayuntamiento de Madrid a la derecha.

Comenzó a fallarle la memoria en 2003 y cuando estuvo claro que la había perdido del todo, fue santificado con todos los consensos y todos los honores. Adolfo Suárez, gran profesional de la anticipación, murió ayer antes de morir. España, nostálgica de los tiempos esperanzados, le rinde tributo. Suárez, héroe. Suárez, astuto. Suárez, ejemplar. Suárez, en almíbar.

Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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