

Cuanto más amplio sea el ámbito geográfico en el que se desenvuelva una organicación como la ONT, más gente se podrá beneficiar de ella. Si una persona de un pequeño pueblo de 1.000 habitantes dependiera de encontrar un donante entre sus vecinos no tendría apenas esperanzas. Si la generosidad de un donante pusiera un órgano a disposición del pueblo, sería improbable que se pudiera aprovechar. La ONT traslada órganos, células y tejidos por toda España con una eficacia sin igual para atender al paciente que lo necesite. Al operar en un país de 46 millones de habitantes, la red se vuelve mucho más tupida y alcanza a muchas más personas que si tuviéramos 17 organizaciones de trasplantes, una por comunidad. La agilidad que se precisa es incompatible con el más mínimo trámite burocrático o traba competencial.
¿Tendrán esto en cuenta los emisarios del Parlamento de Cataluña que esta tarde pedirán en el Congreso la cesión de la competencia para celebrar un referéndum por la independencia? ¿Creerán que se trata de un asunto menor? Al dividir el sistema de trasplantes tendremos dos redes más pequeñas y menos eficaces, una de menos de 40 millones y otra de siete. Todos nos veríamos perjudicados, aunque Cataluña más que el resto de España. La mayor parte de los órganos duran un máximo de cinco días. Al buscar entre una población menor, se reduciría mucho la probabilidad de que el órgano disponible se cruce con el enfermo que lo necesita. Es la corta vida de los órganos lo que aconseja un ámbito lo más amplio posible. Además, el nuevo
Estado tendría que crear una nueva ONT que difícilmente sería tan eficaz, al menos en el corto plazo, como la existente.
Habrá quien sugiera que, si llegara a producirse la independencia, se podría mantener la cooperación en esta materia, beneficiándose así las dos partes. Por supuesto, pero entonces, ¿por qué no mantener la cooperación en todo? Lo mismo que ocurre con los trasplantes ocurre con infinidad de servicios básicos, relaciones comerciales, intercambios culturales, etc. UPyD lo explica, gracias a la colaboración de magníficos expertos, en un libro que se publica hoy mismo: A favor
de España, y que lleva como subtítulo El coste de la ruptura. La independencia sólo beneficia a sus promotores políticos y sociales (hasta el día en que necesiten con urgencia un trasplante) y perjudica al resto de españoles en prácticamente todos los ámbitos de la vida. Les perjudica hasta
en lo más esencial: morirían personas que se podrían haber salvado.
El sistema de trasplantes es una justa metáfora de lo que debe significar un Estadodemocrático. Cuando un ciudadano dona sus órganos no especifica a quién quiere que vayan destinados. No pregunta si irán a un hombre o a una mujer, a un joven o a un anciano, a un blanco o a un negro. Y cuando el órgano se recibe en el hospital, ni el paciente ni el médico se preguntan si el donante era de derechas o de izquierdas, si era católico o ateo, si su lengua materna era el castellano o el catalán. El sistema funciona por la solidaridad incondicional de los donantes y por la eficacia de una organización que no conoce fronteras. Algunos quieren ahora
que las conozca.
Si el papel del Estado es alejar a los hombres de aquella vida prepolítica que Hobbesdescribía como "solitaria, pobre, sucia, brutal y corta", la secesión es un paso hacia las cavernas. Por el contrario, el camino del progreso está indicado con una flecha que señala a Europa, a la integración en una comunidad política mayor y por tanto más eficaz. Si los españoles -catalanes o no- conocieran el coste real de romper el Estado
el debate terminaría en el acto. Es la obligación de todos los partidos y representantes públicos dar a conocer la verdad y desmontar cuantas falacias invente el nacionalismo.