(Publicado en La Vanguardia-Caffe Reggio, aquí)
EL ÁGORA
La foto cómplice del secretario general del PSOE y Duran es, de momento, un trampantojo
Está escrito que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Cuando, con la perspectiva que ofrece el tiempo, se observe la génesis y el desarrollo –y el previsible final frustrado y, eventualmente, insurreccional del proceso soberanista catalán–, se valorarán muy severamente los errores que el independentismo está cometiendo. El más importante, al menos desde la perspectiva de un catalanismo inteligente como el de antaño, consiste en cómo la radicalidad secesionista provoca unidad en su rechazo a la izquierda y a la derecha españolas, y dentro de aquella al socialismo del PSC, al tiempo que fractura la sociedad catalana, porque una cosa es que en ella haya arraigado un fuerte malestar y un deseo de cambio y otra, muy diferente, es que la terapia asumida unánimemente para ese problema resida en la ruptura del Estado y el desmantelamiento del régimen constitucional de 1978.
A los estrategas del proceso soberanista no se les escapará que el martes se constituyó de forma más o menos explícita un eje parlamentario, político e institucional integrado por el PP y el PSOE (con la aquiescencia del PSC) –secundado por Unión, Progreso y Democracia– que representaron en el estrado un Rajoy pegado a la letra y el espíritu de la Constitución y un Rubalcaba que volaba con más audacia pero con el mismo rumbo que el presidente del Gobierno. Ni el uno ni el otro delegaron en sus portavoces parlamentarios –sí lo hizo el president de la Generalitat y se confundió– la respuesta a los tres discursos –los tres muy distintos para desconcierto de los analistas que profundizan en sus disertaciones– de los comisionados catalanes que versionaron una Catalunya con fondo y forma muy dispares.
Hay que remitirse a los albores de la democracia para registrar una unidad de acción entre la derecha y la izquierda españolas, desconectadas ambas de los nacionalismos vasco y catalán, como la que pudo escudriñarse en el pleno del Congreso de los Diputados del martes. El eje Rajoy-Rubalcaba fue posible porque la historia reciente de la izquierda y de la derecha está viva en esos dos hombres de la transición –ambos son tributarios cultural y políticamente de esa época– y porque en la una y en la otra reverbera la memoria de las explosiones secesionistas catalanas de 1931 y 1934, las dos protagonizadas por una rediviva ERC que desde el 2012 –por sí y en compañía de otros– pilota de nuevo el proceso, que por separatista, pretende la deslegitimación del Estado constitucional.
España se encuentra postrada en su autoestima y agobiada por graves problemas. En ella, Catalunya participa de esas tribulaciones y, dicho con todo el respeto pero con plena convicción, se ha creado en su sociedad la interesada ilusión de que en solitario la travesía en la tempestad será más segura y más breve. Al tiempo, se ha formateado –tal como advertía Joseph Nye– una “visión exagerada del pasado” que conduce a otra “visión reducida del presente”. De ahí que el pleno del Congreso del pasado martes fuera para unos –los independentistas– una forma de consumir con marketing político una etapa del proceso, y para otros –los que no lo son– un acto solemnísimo, profundo y definitivo. ¿De qué? Por una parte, de que no hay ni habrá derecho a la secesión ni se reconocerá y se impedirá su ejercicio, y, por otra, de que parece imponerse una profunda reforma constitucional.
Para las demás sociedades españolas el victimismo de los comisionados catalanes en el estrado del Congreso resultó seguramente un exceso fuera de registro y la pérdida de una oportunidad para situar en sus justos términos las insuficiencias que reclama la plenitud del autogobierno de Catalunya. Por lo demás, ni Canadá y Quebec, ni Reino Unido y Escocia, son referencias válidas. En ambos casos porque los estados son divisibles por su propia definición histórica y actual; además, porque en el primero la secesión se ha planteado en términos muy exigentes de estricta legalidad y en el segundo porque los británicos carecen de un cuerpo constitucional escrito. En Quebec se ha producido el desplome del secesionismo y en Londres se dramatizan las encuestas para que Escocia el 19 de septiembre próximo siga formando parte del Reino Unido.
En algo nos parecemos: los partidos de implantación estatal en ambos países se han comportado como lo hicieron el PP y el PSOE a través del eje Rajoy-Rubalcaba. Que puede reformularse en una gran coalición en el 2016 si el desafío independentista se desborda. La foto de la complicidad entre Duran y Rubalcaba, de momento, es sólo un trampantojo. Porque el catalán es el verso suelto de una Unió hamletiana.
El candidato
Arias Cañete era la mejor opción para encabezar la lista del PP en las europeas. En realidad, Rajoy no barajó nunca otro nombre y se alivió de Mayor Oreja en cuanto le fue posible. El todavía ministro de Agricultura –políglota, simpático y, sobre todo, listísimo– puede tener tirón en unos comicios en los que los electores se inclinan más por castigar con la abstención que con el voto. Arias Cañete es un político sonriente, orondo y de apariencia feliz lo que le procura empatía con la gente. Sus relaciones con la franja electoral agrícola y ganadera son excepcionalmente buenas y el electorado del PP le ve, claramente, como uno de los suyos. Por alguna razón siempre ha sido el ministro mejor valorado. Sobraba la demora en la designación.
La sexagenaria
Esperanza Aguirre domina determinadas técnicas de comunicación. Autodenominarse sexagenaria –que lo es, aunque no lo parezca– sólo tiene sentido si así consigue un gramo de comprensión a su comportamiento tras ser denunciada por aparcamiento indebido en la Gran Vía de Madrid. Pero ni por esas: mientras sus fieles en los medios la defienden y jalean por su fuga accidentada de la policía municipal, en Génova (¿y en la Moncloa?) entonan su RIP político. ¿Podría ser alcaldesa de la capital quien moteja a los agentes de machistas y prepotentes, derriba una moto y monta un cirio de tres mil pares de puñetas en pleno centro de la ciudad? No lo parece, pero en la Corte de los Milagros, todo es posible. Lo que ocurre es que Rajoy es de los que saben esperar.