
Hay lemas que nacen para durar un par de semanas, para flotar un instante sobre el ruido de las redes y desaparecer como espuma. Y hay otros que, sin pretenderlo, se convierten en la respiración de una tierra entera.
“Cuenca quiere tren y no vamos a parar” pertenece a ese segundo linaje. Un verso breve, casi infantil en su cadencia, pero capaz de encender un territorio que durante demasiado tiempo ha sido obligado a vivir con las luces bajas. Así lo pretende el poema compuesto exprofeso, unos endecasílabos de tono solemne y lírico brotados armónicamente del plante 145:
La tarde cae en Cuenca lentamente,
su luz dorada roza el olivar.
Resuena un clamor firme entre la gente:
Cuenca quiere tren, y no vamos a parar.
Callaron viejas vías en la sierra,
durmieron estaciones sin final;
y al borde de la noche, la tierra
pidió justicia en canto secular.
No pide más que páginas sinceras,
la historia que otros quieren ocultar.
Que vuelvan los raíles, las primaveras,
que Cuenca quiere tren, y no vamos a parar.
Que tiemble el frío en torno a los andenes,
que el eco antiguo vuelva a resonar;
que el viento escriba, al paso, nuestros bienes,
la vida que se niega a desandar.
Porque al cerrar caminos en la roca
quisieron nuestro pulso desviar,
y fue su propio olvido el que provoca
que el pueblo despierte y vuelva a hablar.
Por eso hoy nuestra voz se alza encendida,
nuestro reclamo aprende a perdurar.
Somos raíz, futuro, somos vida:
Cuenca quiere tren, y no vamos a parar.
Cuando uno recorre Cuenca, descubre que el silencio no siempre es paz. A veces es la señal de algo que falta: una estación cerrada, un andén vacío, un tren que ya no pasa. En pueblos donde antes el horario ferroviario marcaba el pulso de la vida —las llegadas de los estudiantes, la vuelta de los trabajadores, las visitas de los hijos que se marcharon— queda hoy una herida quieta, una huella que no cicatriza porque cada día se recuerda que lo que se ha perdido nunca fue indiferente.
Por eso sorprende tan poco que este lema haya encontrado cobijo inmediato en la gente. No es un eslogan para pancartas, aunque lo sea. No es un grito para manifestaciones, aunque lo acompañe. Es, sobre todo, un modo de decir:
“Aquí seguimos. Aquí resistimos. Porque esta tierra vale tanto como cualquier otra.”
La música como archivo emocional
Los dos audios musicales que hoy compartimos en La Vanguardia de Cuenca no son meras piezas artísticas: forman parte de un archivo emocional colectivo.
Ambos laten como la calle misma. Tienen la crudeza de los tambores improvisados en una protesta, el temblor de los pasos que avanzan entre carteles y frío, el rumor de una multitud que no se resigna. En su ritmo está la memoria de quienes llevan años reclamando un servicio que otros territorios disfrutan sin tener que alzar la voz.
Abrazan ambas composiciones la música que suena cuando uno cierra los ojos y piensa en su casa. Melódico, íntimo, casi confesional, recoge esa mezcla de nostalgia y coraje que nace cuando se ama un lugar que parece quedar cada día un poco más lejos, no por distancia, sino por decisiones ajenas. Escucharlo es como abrir una carta escrita desde la última estación abierta en la provincia.
Juntos, estos dos audios construyen algo más que una banda sonora: construyen una memoria sonora de la resistencia conquense:
La raíz del daño: la distancia que otros deciden
La desaparición del tren en tantos pueblos de Cuenca no es un error administrativo ni una simple reestructuración de servicios. Es una decisión que afecta al corazón de la vida cotidiana: al derecho a estudiar, a trabajar, a volver, a quedarse.
Cuando se clausura un tramo ferroviario en una provincia como la nuestra, no se está cerrando solo una vía. Se está enviando un mensaje, aunque nadie lo pronuncie: “Aquí ya no hace falta invertir. Aquí ya no hace falta mirar.”
Pero Cuenca mira. Y ve. Y recuerda.
Ve que la despoblación no se combate con discursos, sino con oportunidades.
Recuerda que el tren fue, durante décadas, el hilo que unía lo rural con lo urbano, lo cercano con lo posible.
El movimiento que no se detiene
Quizá por eso, este lema ha prendido con tanta rapidez. Porque no nace de la teoría, sino de la experiencia vivida. Porque cada persona que lo repite sabe exactamente qué ha perdido y qué quiere recuperar.
Lo repite el joven que vio desaparecer la línea que lo llevaba a estudiar sin depender del coche.
Lo repite la mujer que ya no puede visitar a su familia sin un viaje interminable por carreteras secundarias.
Lo repite el abuelo que recuerda cuando el silbido del tren marcaba la hora de la merienda de los niños.
Lo repiten los que se quedaron y los que se fueron. Y los que quieren volver.
“Cuenca quiere tren y no vamos a parar” es ya un compromiso intergeneracional.
Una tierra que no acepta ser borrada
No pedimos privilegios. No pedimos atajos. Pedimos un trato justo.
En una España que dice querer frenar la despoblación, Cuenca es una prueba directa de si esas palabras tienen peso o son solo retórica.
Y por eso los audios que acompañan este artículo no son música de fondo. Son un recordatorio de que cada vez que se repite el lema, cada vez que se canta, cada vez que se comparte, se sostiene viva una idea simple pero imprescindible:
Cuenca no quiere desaparecer. Cuenca quiere futuro. Cuenca quiere tren.
Y de verdad: no vamos a parar.
Porque cuando una tierra de silencio aprende a alzar la voz, ya no hay quien la calle.
¿Entonces?
¡Ah…! Políticos acusados en las letras de las dos canciones, solo les queda «bajarse del burro»; o sea, de una vez por todas, aprender que el primer paso para la sabiduría es reconocer los propios errores. No hay que avergonzarse de haber cambiado de opinión, porque ello es prueba de que hoy se es más sabio que ayer. Solo el humilde es capaz de cambiar; el orgulloso prefiere persistir en el error antes que bajarse del pedestal. Por tanto, Page, Guijarro, Sahuquillo, Chana, Dolz, Godoy y agregados, asimilen el dicho de que la terquedad es la defensa del ignorante. La rectificación es la virtud del inteligente, pues, como afirma el proverbio español, «Un hombre inteligente cambia de opinión. Un necio, nunca.» No se obstinen, enderecen su ruta porque más vale bajarse del burro a tiempo que caerse por cabezota.
Otro buen artículo unido a canciones que potencian ,quien lo iba a sospechar !!!, la petición