"La sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano" Concepción Arenal.
Si alguno de ustedes pensara que está en una sociedad libre, empiece a reconsiderar seriamente si esto que usted imagina se corresponde con la realidad del país en el que vive. En realidad, esto de vivir en una libertad plena es meramente algo utópico, imposible y perteneciente exclusivamente al mundo de la entelequia.
Lo cierto es que se nos dice que vivimos en un país democrático, sí, aquello que suena tan bien del "gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo" de aquel famoso discurso de Abraham Lincoln en Gettysburg (Pensilvania); se nos habla constantemente por los políticos de libertad y de derechos individuales inalienables pero, a poco que uno escarbe qué es lo que se esconde debajo de tan esperanzadoras palabras, lo que descubrimos es que aquellos en los que confiamos la gobernación de la nación, en cuanto se han acomodado en la poltrona, se olvidan de todos aquellos discursos, aquellas proclamas y promesas que hicieron cuando aspiraban a ser elegidos, para dedicarse a full time a lo que, de verdad, se suele esconder debajo de su epidermis dura como la piel de un rinoceronte que, a la postre, consiste, básicamente, en el ejercicio del poder, la promoción de sus ideas particulares, el mantenerse en la cúspide de su partido y el asegurarse la reelección; aunque para ello, en su próxima campaña de promoción, tenga que ofrecer al pueblo todo lo contrario de lo que prometió cuando se hizo con el poder. Esta es, señores, la vera efigies de un político.
En todo caso, estamos en una nación en la que la burocracia se ha venido multiplicando desde que la Constitución de 1.978 estableció, en uno de los mayores errores que se cometieron por los llamado "padres de la patria", en un conglomerado de comunidades autónomas, poco menos que un sistema federal ( algunas naciones, que se rigen con este sistema, les concedieron a sus federaciones menos transferencias que aquí, en España, se les han otorgado a nuestras comunidades); lo que, en definitiva ha venido derivando en un solapamiento de restricciones a las libertades ciudadanas, según se considere que, partiendo de las leyes estatales, siguiendo con las leyes, normas y tasas autonómicas y finalizando con el cúmulo de ordenanzas y prohibiciones municipales; constituyen, en conjunto, una maraña a modo de tela de araña que acaba asfixiándonos y reduciéndonos a meros robots, que se mueven según les interesa a quienes ostentan el poder. Una agobiante presión sobre el individuo que, sin duda, le hace dudar de la bondad de todo este entramado de limitaciones, prohibiciones e impedimentos que convierten aquella libertad prometida en algo menos que una simple ilusión irrealizable.
En definitiva, a la hora de prohibir, a diferencia de lo que ocurre cuando se trata de cumplir con las promesas electorales, parece que existe una unanimidad por parte de todas las Administraciones; que encuentran más factible el recurrir a tal método prohibitivo en lugar de buscar la solución, menos impactante y más beneficiosa, intentando encontrar una solución que permita obviar la necesidad de imponerle una traba o un veto al ciudadanos. Se ponen límites a las velocidades de los vehículos, que están diseñados para poder ir más rápidos, no porque con ello se consiga limitar la accidentalidad, sino debido a que, a la Administración, le sale más barato multar que poner en condiciones las autopistas, mejorar los firmes, suprimir las curvas peligrosas y señalar debidamente las carreteras, para que los conductores sepan en cada momento a que atenerse.
Si ustedes se fijan en la cantidad de prohibiciones que, de unos años a esta parte, nos han sido impuestas a los ciudadanos; basándose en una pretendida y yo diría excesiva, preocupación por "nuestra salud", por motivos de medio ambiente o por mejorar la seguridad de la ciudadanía, se darán cuenta de la gran hipocresía que subyace debajo de todo ello. Por ejemplo: se ha prohibido fumar en prácticamente todos los lugares, alegando que es cancerígeno, que molesta a otros ciudadanos y que es una costumbre antihigiénica, pero, no obstante, la Tabacalera, una empresa pública, sigue vendiendo toneladas de tabaco a todo aquel que quiera comprarlo. ¿Se entiende o, al fin y al cabo, toda aquella pretendida preocupación por la salud pública no era más que una operación de cara a la galería, pero que, en modo alguno, han permitido que perjudicara a la recaudación de los tributos del Estado sobre el tabaco?
Ahora siguen endureciendo el Código de la Circulación, pero los ciudadanos que usan un vehículo no ven que las calles de las ciudades se reparen, se ensanchen, se asfalten o se permitan obras que permitan circular en mejores condiciones. No, al contrario, se "amenaza" con tener que circulara a 30 o 20 kilómetros por ciertas calles de las ciudades ( en ocasiones ya quisiéramos poder circular a semejantes velocidades); sin darse cuenta de que, en las velocidades cortas, se emite mucha más polución que en las largas. ¿Qué se pretende, que las ciudades sean intransitables en vehículo y todos los ciudadanos vayan en transporte público? Muy bien, pensemos ahora si todos los que usan coche lo dejaran en casa, ¿habría suficiente transporte, y éste circularía con la debida velocidad para cubrir las necesidades de una gran población que necesita desplazarse para acudir a sus obligaciones?
Es curioso, pero esta diligencia en poner obstáculos a los conductores no tiene su equivalencia en cuanto a la actividad municipal de velar por evitar los ruidos molestos que, en determinadas calles de ciudades, como Barcelona, resultan insoportables y, por supuesto, superan los decibelios que la ley permite para no resultar nocivos para la ciudadanía. Se pide que compremos coches, que consumamos, que reactivemos con nuestras compras la actividad comercial, pero no se preocupan de la seguridad en las calles, ni en dar facilidades para aparcar, ni de evitar las emanaciones de gases de determinadas industrias, ni en reparar las aceras o programar de una manera racional las obras públicas, causantes de no pocos despistes o embotellamientos de la circulación.
Los jóvenes deberán llevar casco si montan en bicicleta, algo a lo que no están obligados a hacer los mayores ¿En qué quedamos, es que los mayores no se pueden partir la sesera si se caen de la bicicleta? En algunas ciudades, como Barcelona, cada vez se van haciendo más zonas peatonales en las que, anteriormente, se podía circular; sin tomar en cuenta los perjuicios que ello puede reportar al comercio minoritario y a la circulación por dentro de la ciudad. Por si faltara algo que complicase más la circulación, la obsesión de los partidos de izquierda por fomentar el uso de la bicicleta dentro de las ciudades, hace que, cada vez, se estrechen más las calzadas y las aceras; algo que se va a complicar más si, como parece, ahora podrán circular por debajo del límite mínimo de velocidad, por cualquier vía. Preparémonos a tener más atascos.
Lo cierto es que, por fas o por nefas, estamos sometidos cada día más a recortes de nuestras libertades, de nuestra legítimo derecho a vivir en una ciudad habitable, sin que se nos vaya sometiendo al tercer grado de la obsesión recaudatoria ( la única que mueve a la Administración a inventarse sistemas para sancionar más)que nos obligue a convertirnos en unos monigotes en manos de políticos que, en ocasiones, no están preparados para la función que desempeñan, dedicados a buscar la forma de incordiar al pueblo. O así es como, señores, desde la óptica del ciudadano de a pie, se ve el control exagerado al que nos tienen sometidos.
Miguel Massanet Bosch