
Europa responde a los mejores deseos humanos: la paz, la igualdad, el reconocimiento de lo común. El nacionalismo, tal y como resumió François Miterrand, es la guerra. Niega la igualdad. Rechaza lo común. Fue la ideología que, debidamente exacerbada, condujo a Europa a dos guerras mundiales y sigue en la raíz de los últimos conflictos que ha vivido el continente: Yugoslavia, Ucrania. Frente a la barbarie, las aburridas instituciones europeas han significado un progreso moral sin precedentes históricos. Un progreso que puede continuar si vence la resistencia nacionalista o truncarse si resulta derrotado.
Europa puede competir, puede tener voz, puede defender a sus ciudadanos. El nacionalismo, a pesar de sus falsas promesas, sólo puede conducirlos a la insignificancia, a la postración, a la miseria. Cuando Rusia firma un acuerdo energético con China, el gobierno alemán puede hacer poco; el español, nada; el de una Cataluña independiente sólo el ridículo. Lo mismo ocurre con la regulación de los mercados financieros o con la economía del conocimiento. Europa puede competir. Los países pequeños apenas podrían sobrevivir.
El bipartidismo también ha fracasado en la superación del nacionalismo, hasta el punto de comportarse ellos mismos como nacionalistas
Combatir el secesionismo y construir Europa pueden parecer dos tareas distintas, pero en realidad son la misma. Mientras la Unión no ha logrado deshacerse todavía de los egoísmos miopes de los Estados, los que debían defender a España como comunidad democrática prefirieron y prefieren todavía pactar con quienes quieren romperla. UPyD es el partido más europeísta precisamente por no ser nacionalista. Votar a UPyD el domingo significa defender una España unida dentro de una Europa unida, proclamar la igualdad de todos los ciudadanos y dar un no rotundo a los que quieren convertir en extranjeros a los que hoy son sus conciudadanos.