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La “grosse Bertha”. El cainicidio en que vive la humanidad (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el junio 22, 2014 por admin6567
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"Una guerra jamás deja a una nación en el mismo lugar en que la halló"

 

Coexisten, en estos momentos, peligrosos focos de tensión, inconscientemente provocados por quienes han decidido saltarse las leyes del Estado.

En este año, el 2014, se cumple un siglo desde que se inició la que fue conocida como "La Gran Guerra". No se puede decir que fuera la primera de las guerras que han venido asolando la Humanidad desde que se tiene noticia histórica de ella pero sí se puede afirmar que fue una de la que marcó un record en cuanto al número de víctimas, civiles y militares. Los estudiosos han calculado que, en los últimos 5.000 años de historia, la Humanidad sólo ha conseguido tener 900 años de paz en los cuales, no obstante, los hombres se estuvieron dedicando a prepararse para las próximas contiendas.

La llamada civilización, lo que los hombres, orgullosos de nosotros mismos, venimos calificando como los grandes logros de la raza humana, no es más que un recurso para justificar a costa de qué grandes sacrificios, matanzas, torturas, humillaciones y contiendas, se ha conseguido llegar a esta época en la que, a pesar de sus indudables avances, comodidades e inventos, no se ha logrado evitar que los hombres se sigan matando entre sí; eso sí, cada vez con más refinamiento, con mejores instrumentos para matar, con más sofisticación y con menos escrúpulos, porque las grandes batallas de trincheras, los asedios a fortalezas y las aparatosas batallas navales; han sido sustituidos por rayos láser, bombas dirigidas, drones, armatostes atómicos y todo un arsenal de robots mortales, mediante los cuales, las naciones poderosas pueden convertir la guerra en una especie de juego que se puede jugar a miles de kilómetros de distancia, tomándose una cerveza, mientras desde un teclado de mesa, se ejecutan a millares de enemigos.

La Gran Guerra, que este mes cumple su primer centenario, a pesar del tiempo transcurrido, no estuvo exenta de adelantos militares importantes en cuanto al armamento usado para causar importantes bajas al contrario. En el título he mencionado a la Gran Berta, una enorme pieza de artillería construida en las fábricas del magnate alemán Krup, que la bautizó así en honor a una de sus hijas. Era una mole de 70 toneladas, capaz de disparar, a 13 km., munición de hasta 830 kg. a través de una boca del calibre de 420mm. A lo largo de la guerra los alemanes llegaron a construir hasta 18 piezas de artillería semejantes. No obstante, no fue esta arma letal la peor de las que se utilizaron para exterminar enemigos, ya que, aparte del uso de una primitiva aviación con escasa potencia de fuego e incapaz de bombardear con munición pesada; ambas partes utilizaron, sin ningún remordimiento, el famoso "gas mostaza" capaz de matar a miles de combatientes en sólo unos pocos minutos.

También, especialmente los alemanes, se dieron cuenta de que los sumergibles (todavía con escasa potencia, pequeños, con poca autonomía y menos velocidad) tenían un gran potencial para la guerra de corso. Lo cierto es que consiguieron poner en peligro el comercio y los suministros de los aliados con sus osados ataques desde las profundidades. El total de muertos en ambos bandos en litigio al final de la contienda, fue de 31.266.438 combatientes. La muestra de la afición de la humanidad para enzarzarse en conflictos bélicos la tenemos en que, en los últimos siglos, se tiene noticia de que fueron firmados más de 8.000 tratados de paz.

La guerra civil española se cobró entre 500.000 y 1.000.000 de personas y la II Guerra Mundial, que comenzó en 1.939, en cuyo transcurso se utilizaron armas que, en comparación, las que se usaron en la Guerra de 1.914, no parecían más que simples juguetes; con las V1 y V2 alemanas, los radares, los submarinos U2 alemanes (que hundieron a miles de barcos aliados) y, la mayor de las armas destructivas utilizadas en toda la Historia, la que usaron los americanos sobre Nagasaki y Osinawa, causando su total destrucción: las bombas atómicas. En esta guerra murieron entre 60 y 73 millones de personas. Uno se pregunta lo que ocurriría en una próxima contienda, con el moderno armamento de última tecnología del que disponen naciones que están regidas por verdaderos dictadores, que están dispuestos a llevarse por delante a toda la humanidad si se intenta contradecir sus exigencias.

Es posible que alguien piense que, en Europa, o más concretamente, en España, el peligro de que vuelvan a ocurrir episodios de enfrentamientos armados entre los españoles no existe. Sin embargo, coexisten, en estos momentos, peligrosos focos de tensión, inconscientemente provocados por quienes han decidido saltarse las leyes del Estado, que intentan promover el separatismo; grupos levantiscos que han decidido iniciar una guerra de desgaste contra las legítimas instituciones del Estado y quienes intentan aprovechar las difíciles circunstancias económicas y sociales por las que está pasando la nación española, buscando socavar la autoridad del Gobierno y llevar a la calle a sus esbirros para crear el caos, el desorden y la inseguridad en las principales ciudades españolas; con la evidente intención de imponer la ley de la fuerza y el terror entre los pacíficos ciudadanos, que se ven amenazados por verdaderas tribus de terroristas urbanos, que les impiden circular con tranquilidad para ocuparse de sus asuntos.

Como ocurrió en los años 30 del pasado siglo, la gran mayoría, la llamada mayoría silenciosa, aquella que no se manifiesta en las calles, que no está de acuerdo con los chantajes, las algaradas callejeras, las amenazas y con aquellos que interpretan la democracia como el derecho de unos pocos de imponerse a los muchos y, todas aquellas personas sensatas que, de una forma u otra, han tenido experiencia de la dureza de las guerras y de sus efectos, que siguen con gran preocupación esta escalada de insurrección que se va extendiendo por algunas partes de España y que no presagian más que momentos de gran tensión que, es posible que no sean percibidos con suficiente claridad por aquellas personas que nos gobiernan y que siguen convencidos de que, aflojando la bolsa del Tesoro público, siempre podrán detener la oleada, verdadero tsunami, del separatismo que se está formando en la autonomía catalana; pero la realidad es terca y refleja otra situación..

Nadie piense que, entre los verdaderos españoles, los que no transigen con el peligro de que España se cuartee o disgregue, hay conformidad con lo que está sucediendo; ni tampoco que todo se va a arreglar por arte de magia con el nuevo rey, Felipe VI, por mucho que esté dispuesto a jugarse el prestigio en esta tarea. Las cosas, en Catalunya, han llegado a un punto sin retorno y esto, señores, lo decimos los que vivimos en ella, los que pulsamos el sentir de la ciudadanía y los que experimentamos en nuestro entorno el elemento revolucionario del que se ha impregnado una parte importante de los catalanes. Como se dice "torres más altas cayeron" y por menos motivos se han desatado graves enfrentamientos, movimientos sociales armados y venganzas y atropellos, capaces de encender un nuevo enfrentamiento entre españoles y aquellos que aspiran a no serlo. Recordemos los horrores de las guerras pasadas y pidamos sensatez, lo que no quiere decir que se ceda ni un ápice ante semejantes chantajes. Al contrario, lo que solicitamos es que no se permita que la inercia revolucionaria vaya avanzando y se tomen las medidas adecuadas para impedir que España, una vez más, se vea envuelta en un conflicto que, a todas luces, con más firmeza se hubiera podido evitar. O así es como, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, vemos el negro porvenir de la permisividad con la amenaza revolucionaria en España.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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