El intento de ruptura del Estado por parte del nacionalismo pasa alternativamente por fases dramáticas y grotescas. Ahora estamos en una de las segundas. En los últimos días la atención se ha centrado en quién tenía que llamar a quién para hablar, si Rajoy a Mas o Mas a Rajoy. Ninguno quería dar el primer paso, por lo que parece que al final alguien envió un mensaje para que el otro escribiera un e-mail y uno de los dos tuviera un motivo para llamar. Una vez salvado el obstáculo, queda lo aparentemente secundario: de qué van a hablar.De hecho, es casi seguro. Como dicen los anglosajones, en la habitación donde se encuentren Mas y Rajoy hará su aparición un elefante. Podrán hablar de él o no, pero ninguno podrá ignorarlo. El elefante será la consulta ilegal prevista por la Generalitat para el próximo 9 de noviembre. Salvo que los parlantes se limiten a analizar el último mundial de fútbol, cualquier asunto político del que traten vendrá a lomos del paquidermo secesionista. ¿Financiación autonómica? ¿Concierto fiscal? ¿La lengua en las escuelas? Da igual si Mas lo dice expresamente o no: la consulta es una baza negociadora ilegítima que le acompaña allí donde vaya.
Es inaceptable que un gobernante que debe su puesto a un Estado y a una legalidad pretenda contravenir la segunda para destruir al primero
Para dejarlo claro: el secesionismo debe ser derrotado. Desde el punto de vista político es un juego de suma cero: si ganan ellos pierden los constitucionalistas. Desde el resto de puntos de vista (económico, social, democrático) es un juego de suma negativa: todos los españoles (catalanes o no) serían más pobres, más desiguales y tendrían menos derechos. Si el presidente del Gobierno acepta reunirse con el de la Generalitat de Cataluña, debe hacerlo con transparencia, y no en una de las reuniones secretas que tanto parecen gustar a ambos. Y todo lo que vaya más allá de exigirle a Artur Mas que cumpla la ley sin condiciones será una irresponsabilidad intolerable.