"El balance, ese es el secreto. Extremismo moderado." – Edward Abbey
Se ha convertido en un lugar común, en un tópico habitualmente usado con sentido peyorativo y un instrumento de las izquierdas, el tachar a las derechas de autoritarias y, a quienes piden que se apliquen los postulados y prácticas propias de su propia ideología de respeto por la ética y la moral, les califican sin piedad de "extremistas de derechas". Claro que, para ello, se valen de la pasividad, falta de reacción y habitual papanatería de los conservadores, acostumbrados a aguantar los embates de sus oponentes con su habitual flema y capacidad de aguante, que les retiene de responder con argumentos y presteza a los embates de sus endémicos rivales, dejándose pisar, una y otra vez, el terreno, sin que sean capaces de aprender nunca de sus propios errores.
Lo cierto es que en España es habitual, y con el actual Gobierno todavía peor, el que la derecha tenga que asumir el papel de intransigente, opresora de la clase obrera, corrupta, incapaz de asumir el rol de las ayudas sociales y completamente inclinada a favorecer a los empresarios en perjuicio del bienestar de los obreros; olvidándose, en este caso, de que, el mejor favor que se le puede hacer a la clase obrera, es conseguir que la economía de la nación sea floreciente, las empresas se modernicen y ganen competitividad, de modo que puedan contratar y pagar mejor a la mano de obra y, con ello, mejorar el bienestar de toda la ciudadanía. No digo que muchas de las anteriores acusaciones, a principios del siglo XX o finales del XIX, no estuvieran justificadas, cuando las jornadas eran de doce horas o más, los salarios exiguos, las condiciones de trabajo infrahumanas y los derechos de los trabajadores prácticamente inexistentes.
Hoy en día hablar de "opresión" de "explotación de la masa obrera" o de someter a los trabajadores a condiciones "inhumanas" en sus lugares de trabajo, puede que pueda estar justificado en ciertos países asiáticos o africanos, pero en la CE, sin duda, salvo rarísimas excepciones, se puede dar por extinguido y algo propio de épocas anteriores felizmente superadas. Se habla en España del caso Gürtel desde hace años y no pasa día que no aparezca una referencia a él en alguna TV, radio o publicación, pero observen que, en el caso de los EREs fraudulentos de Andalucía y las facturas falsas de la UGT, si es que se hace referencia a ellos, siempre se hace de una manera indirecta y, en una gran mayoría de medios, simplemente se silencia. Y es que, para las izquierdas, para su bien engrasada máquina de propaganda y sus especialistas en tergiversar las informaciones, lo fundamental es presentar a los partidos de derechas como capitalistas, protectores de los bancos, favorecedores de los ricos y opresores de los trabajadores. La señora Merkel es, para ellos, la encarnación del mal y del "extremismo" de la derecha en Europa.
Por ello no es extraño que vean, con gran preocupación, los avances en Francia del Frente Nacional de Marine Lepen, un partido al que se le ha venido negando el pan y la sal, a causa de que se ha atrevido a decir verdades como un templo que otros de sus colegas se callan, en uno de los ejercicios más repugnante de hipocresía que hoy parece que se ha establecido como habitual entre los partidos tradicionales que se presentan como "democráticos".
Piden, el Frente Nacional: "un referéndum para establecer la "cadena perpetua real" y el restablecimientos para determinados casos de la "pena de muerte" ¿Cuántas veces en España la gente ha salido a la calle, a causa de crímenes cometidos por violadores y terroristas, para protestar por la cortedad de las penas y la necesidad de que este tipo de criminales sean apartados, definitivamente, de la sociedad para que no puedan volver a delinquir? Otro caso: la ciudadanía por puntos para aplicar a los inmigrantes en el caso de que cometieran delitos en el territorio nacional. O, en el mismo sentido, la necesidad de controlar las fronteras para evitar que, con la ley Schengen, se les vayan colando inmigrantes. A este respeto resulta imperdonable que, una parte de Europa se desentienda del problema de la inmigración que tienen que afrontar España e Italia, en el caso de las fronteras de Ceuta y Melilla o el de la isla de Lampedusa en el territorio italiano. No obstante, desde Bruselas los comisarios no paran de criticar los métodos empleados, las pretendidas humillaciones que deben soportar los que asaltan la frontera o la exigencia de un trato más humanitario, sin que se tomen las medidas adecuadas para que se les obligue a recibir una cuota de los emigrantes que tienen que soportar tanto España como Italia, ni se tomen medidas para contribuir a los costes que tales invasiones nos reportan.
En el terreno económico estos considerados "extremistas", no hacen más que compartir lo que los ingleses llevan tiempo denunciando, en el sentido de que, para algunas naciones, la pertenencia a la UE les ha venido causando más problemas que ventajas ¿Acaso es un pecado decir algo que muchos ciudadanos europeos hace tiempo que venimos denunciando: el hecho evidente de que, para el español medio, el cambio de moneda de la peseta al euro supuso de inmediato una disminución de su poder adquisitivo, que se notó al día siguiente de su implantación como moneda única en Europa? O, cuando habla del aborto (del que sigue siendo partidaria), pidiendo que la Administración arbitre medidas para mujeres que no puedan ocuparse del (sic) nasciturus, puedan dejarlo en adopción. ¿Es esta una postura absurda, represiva o contraria a los derechos de las mujeres? Evidentemente se trata de una opción que se debería aplicar en un país como el nuestro, en el que los nacimientos cada vez son más escasos y, sin embargo, los abortos no dejan de crecer, alcanzando cifras monstruosas de más de 100.000 cada año. ¿Por qué no ayudar a quienes no quieran hacerse cargo de sus hijos, cuando los miles de padres que quieren adoptar tienen que enfrentarse a mil cortapisas para poder hacerlo y deben recurrir a hacerlo en el extranjero?
En realidad, parece que el San Benito que pesa sobre el partido de Marine Lepen, está más favorecido por el miedo del resto de formaciones, que le ven ganar, cada día, más votos, que por diferenciarse de los otros partidos, algunos de los cuales tienen antecedentes que acreditan como, en épocas anteriores, no tuvieron ningún empacho en acudir a la tortura o al robo cuando se enfrentaron a las leyes del país en su ansia por hacerse con el poder. Basta echarle una ojeada a nuestra Historia, la fidedigna, no la que han reescrito los de la Memoria Histórica, para poder comprobar el totalitarismo que quisieron implantar y todavía aún lo intentan, estas formaciones políticas. Al fin y al cabo los Frentes Populares vinieron de Rusia; los nazis fueron "nacional-socialistas"; los padres del comunismo Marx, Lenin, Stalin o Troski no dudaron en buscar el exterminio de sus enemigos; y, sin ir más lejos, los llamados países de Cono Sur americano o antillanos, están dominados por regímenes extremistas dictatoriales, sin que parezca que nadie de estos partidos que acusan a los otros de extrema derecha, se sientan incomodados o afectados por su existencia. Y es que existe, entre la izquierda, la creencia de que para hacerse con el poder, para eliminar la verdadera democracia e implantar el pensamiento único y la supresión de libertades, hay que cargarse a la Iglesia católica y a todos los partidos de derechas o de centro. Lo malo es que puede que haya algunos de los amenazados que sigan sin darse cuenta del peligro. O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos percatamos del peligro de una involución totalitaria de izquierdas.
Miguel Massanet Bosch