En ocasiones a uno le apetece relajarse, apartarse del mundo de la política y de las finanzas públicas, para volver los ojos hacia otros temas menos trascendentales, menos ominosos y por supuesto menos importantes, al menos para todos aquellos que no están directamente involucrados en la cuestión que se comenta. Y es que, si uno repasa la información que nos proporciona la prensa, en ocasiones nos encontramos con noticias que, por corresponder a hechos que hace mucho tiempo que tuvieron lugar y, gracias a la proverbial lentitud de nuestra justicia, ya teníamos casi olvidados. Este es el caso de la famosa herencia de don Camilo José Cela, un insigne escritor al que, sin duda, nuestra literatura le debe brillantes obras (otras no tanto) y que mereció el alto honor de merecer el premio Nóbel de las letras. No siempre estos grandes genios que nos proporciona la historia, unen a sus méritos artísticos o sus facultades científicas, una personalidad humana que esté a la altura de sus virtudes en la rama en la que han logrado destacar.
No se lo que pensarán todas estas organizaciones de furibundas feministas, de irascibles denostadoras del género masculino y de defensoras a ultranza de la igualdad de derechos y, si cabe, de los pluses adicionales a favor de las mujeres a las que, no obstante, les suelen reprochar que se valgan de sus cualidades estéticas, de su belleza física o se sus dotes de seducción para enriquecerse, trepar por la escala social o conseguir alcanzar metas de poder que al resto de ellas les están vedadas. No parece, sin embargo, que sean precisamente los hombres quienes les "obligan" siempre a posar como modelos, a desnudarse en películas e incluso a simular la práctica del sexo en las famosas escenas de cama; cuando hay bofetadas para acudir a los castings y, al parecer, son pocas las que hacen remilgos pudorosos cuando se les ofrece exhibir su cuerpo, desnudo o con poca ropa, como reclamo publicitario.
Pero, a mi juicio, existe un grupo de féminas, que tienen la habilidad de agarrarse como garrapatas a aquellos triunfadores que han conseguido medrar en la vida, por las causas que fueren, y que han sido capaces de, explotando sus capacidades, reunir un importante patrimonio que los convierte en blanco favorito de aquellas a las que su ambición por el lujo, el formar parte de la élite de la sociedad y el exhibirse como compañeras del famosos, parece que constituye su aspiración máxima. En España son muchas las que, incluso ocupando importantes puestos en las TV, las pasarelas; las artes escénicas; habiendo conseguido renombrados premios en concursos de belleza o explotando su exotismo y habilidades de seducción, han conseguido formar parte de lo que pudiera considerarse como trofeos de aquellos triunfadores a los que, el poder presumir de haber "conquistado" a una mujer 10, les hace sentir todavía más poderosos; es aquella fatuidad de percibirse como primus inter pares ; a pesar de que, en ocasiones, se puedan convertir en seres ridículos que se convierten en el hazmerreír de quienes, dasapasionadamente, saben lo que se esconde debajo de aquella supuesta apariencia de felicidad conyugal.
El caso es que hay ocasiones en que, cuando los genios llegan a una cierta edad, parece que pretenden alargar de una manera artificial su hombría, incapaces de resignarse a las limitaciones que la vida, poco a poco o, a veces, de sopetón, nos obliga a admitir; por mucho que intentemos, de una forma artificial, aparentar que, la juventud, se ha convertido en un don eterno, por el mero hecho de ser un personaje importante quien la reclama. Hace poco tiempo un famoso futbolista, una persona que tuvo una brillante trayectoria en los más importante clubs del mundo y que fue admirado por las multitudes de aficionados gracias a su habilidad en el manejo del esférico; estuvo a punto, cuando ya estaba imposibilitado y su edad hubiese aconsejado sosiego y templanza; de cometer una de estas locuras que afectan a veces a las personas cuando, en un arrebato pasional o impelido por las voces de sirena de su acompañante habitual, llegó a plantearse contraer matrimonio con la jovencita, una mujer que hubiera podido ser su nieta que, para más INRI, todavía pretendía hacer creer a los que, sensatamente, se oponían a semejante unión, que estaba "locamente enamorada" de aquel patriarca en los últimos momentos de su existencia.
Uno de estos casos, un lamentable ejemplo de hasta donde llega el egoísmo de ciertas personas, fue el del enlace del literato Camilo José Cela, de 74 años, con la periodista Marina Castaño, de 34 años, en una sigilosa y secreta ceremonia que se celebró en la finca de El Espinar (Guadalajara). De todos es sabida la egolatría del premio Nóbel y su manera despótica de tomar decisiones, seguramente sin escuchar los consejos de quienes pudieran contemplar aquella boda como una gran equivocación. Hay que decir que las relaciones de don Camilo con su hijo Camilo Cela Conde, fruto de la unión con su primera mujer, nunca fuero fluidas y es posible que, después del desigual enlace con la periodista, ésta no contribuyera a que mejoraran. Al fallecimiento de Camilo Cela padre (17 de enero del 2002) salió a la luz lo que habían sido los intentos de perjudicar a Camilo Cela junior, por parte de su padre, mediante la disposición del tercio de mejora de la herencia y de la propia legítima, de forma que favorecieron a la viuda y perjudicaron notablemente a su hijo, incumpliendo con la Ley hereditaria.
En realidad, el hijo del escritor sólo recibió en concepto de legítima un cuadro al óleo, valorado en unos 100.970 euros, que su padre le había entregado en concepto de donación y que, en su testamento, dejó dicho que, con aquella entrega, se cubría la parte de la legítima. Evidentemente que la desproporción entre el valor de la fortuna del finado y la parte tan exigua que le había dejado a su hijo, no contentaron a éste y, al parecer la ambición de la viuda, Marina Castaño y su creencia de que los legados que don Camilo padre, había hecho a la fundación de la que ella era presidenta, eran intocables y estaban a su disposición para que los pudiera manejar a su antojo; la indujeron a plantarse de forma intransigente y no ceder, ni un ápice, ante las justas reclamaciones del heredero.
Seguramente, si la viuda hubiera cedido y se hubiera avenido a razones es posible que se hubiera conseguido un acuerdo más justo y más favorable para ella. No lo hubo y se inició este largísimo proceso que acaba de concluir con la sentencia del Tribunal Supremo. Lo que, seguramente, el fallecido no pudo presumir que ocurriera, era que la viuda supo consolarse casándose en junio del 2013 con un médico, lo que seguramente no hubiera sido del agrado del difunto Cela, que dejó escrito en su testamento que, si su viuda volvía a casarse, perdería el título de marquesa y de presidenta honorífica de su fundación Camilo José Cela. Ahora, el TS ha puesto las cosas en su sitio, rechazando el recurso de la viuda y confirmando la sentencia instancia apelada, de modo que la señora Castaño va a tener que pagar a su hijo político la nada despreciable suma de 5'2 millones de euros en concepto de legítima, mejora y de recuperación de las donaciones de Camilo José Cela a la fundación de su mismo nombre que, el alto tribunal, ha juzgado que fueron improcedentes y que perjudicaron los derechos de Camilo José Cela Conde que, ahora volverá a recibir aquello de lo que injustamente fue privado.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, observamos con satisfacción como se ha hecho justicia, tardía, eso sí, pero ejemplar; en un caso más de matrimonio de conveniencia. O así me lo parece.
Miguel Massanet Bosch