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Cuenca y la nueva censura (por Eulalio López Cólliga)

Publicada el diciembre 17, 2018septiembre 11, 2025 por Juan Andrés Buedo
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Voy a reproducir íntegramente un artículo de opinión de Eulalio López Cólliga (ver en pdf, Descargar ELópezCólliga.-Cuenca y la nueva censura; y en docx, Descargar ELópezCólliga.-Cuenca y la nueva censura), que me llega por correo electrónico, y que, por las verdades que cita, han de trascender a la opinión pública conquense, para que ésta especule y recapacite sobre un criterio realizado desde un itinerario próximo y muy meditado en sus mismas conclusiones.

Se podrá estar de acuerdo o en contra de él, con todo o con una parte de su contenido, pero la acusación no es trivial, y, por esto mismo, considero que merece figurar en las páginas de este blog. Básicamente porque, como han evidenciado los mayores expertos en materia de opinión pública y de libertad de expresión, en unos tiempos tan convulsos como estos hay cuestiones que deben replantearse. Y una de ellas es la ahora esbozada. 

Hace un tiempo existía el consenso de que “cuantas menos restricciones legales se aplicaran a la capacidad de expresarse, mejor: si resultaba que algunas de las formas asumidas por la libre expresión eran desafortunadas, ello era parte del precio de la libertad”, escribe Coetzee. Sin embargo, como advirtió José Andrés Rojo, ya no hay tal consenso, y por ello ha llegado el momento de volver a defender, con humildad, el uso de los argumentos frente a la fuerza de la indignación. Esencialmente por lo que afirmó con tada la razón el propio Coetzee: “La ira es una emoción que ahoga el cuestionamiento y el cuestionamiento de uno mismo: en la propia ceguera de la ira ciega identificamos su fragilidad ética”.

Señala José Andrés Rojo que hace un tiempo la libertad de expresión era un bien indiscutible: "El consenso era firme y, en general, se estaba en contra de cualquier tipo de censura. Lo importante era proteger el espacio publico, que ahí pudieran batirse con la mayor libertad todas las ideas y posiciones, que fuera la razón la que gobernara el debate y no los sentimientos, y que se impusieran aquellos que hubieran utilizado los mejores argumentos. Entre los intelectuales y los artistas fueron muchos, incluso, los que se propusieron explorar hasta dónde se podía llegar, y forzaron al máximo los límites de lo que podía ser aceptado. Sí, hubo un tiempo en que el consenso sobre la defensa de la libertad de expresión era tan fuerte que se permitieron los mayores desbarres. De alguna manera se entendía que hacerle un hueco a lo más heterodoxo (y molesto y ofensivo) terminaría por favorecer la tolerancia, la convivencia, que ampliaría los horizontes y las posibilidades y recursos de la sociedad entera."

Pero todo eso ha cambiado, prosigue Rojo, al llegar un momento en que hubo sectores que se sintieron indignados ante algunas provocaciones, y que exigieron su legítimo derecho a sentirse ofendidos por el abuso de poder de aquellos que cometían desmanes amparados por la libertad de expresión. Muchas veces fueron grupos minoritarios, más frágiles, o sectores tradicionalmente postergados y marginados, los que se alzaron contra unas reglas de juego tan liberales. “La impotencia de la parte afectada es un elemento fundamental en la génesis de la indignación”, ha recordado J. M. Coetzee en Contra la censura.

Fueron, pues, aquellos que estaban en peores condiciones para combatir, quienes cargaban con un pasado de humillaciones y exclusiones, los que terminaron reclamando con más ahínco mecanismos de censura, como bien demuestra en casos objetivos Eulalio López Cólliga. Esos, de alguna manera ganaron, y hoy en Estados Unidos, por ejemplo, “hay instituciones de enseñanza que han aprobado prohibiciones sobre ciertas categorías de expresión”, observa Coetzee.

Luego en esas estamos. Hay personas y colectivos que se sienten ofendidos ante la exhibición de algunas obras de arte, por ejemplo, o ante la publicación y defensa de determinadas críticas o posiciones contrarias a lo políticamente correcto. Defienden que existen unas líneas rojas que no deben superarse y reclaman que actúe la censura. Su indignación, su dolor, su rabia son reales. ¿Qué hacer? ¿Hasta dónde puede llegar la defensa de la libertad de expresión? A estos dos interrogantes contesta Maria Macià en su denuncia sobre Todos los casos de censura de la libertad de expresión en España (ver aquí).

 

Juan Andrés Buedo

 

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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