Somos muchos los españoles que sentimos estar viviendo en una nación que, cada vez, nos parece más desconocida, menos familiar y amable. Habitada por extraños, en los que no somos capaces de reconocer a aquellos conciudadanos con los que hemos estado conviviendo durante años y que, sin embargo, ahora, parece que se han transformado en desconocidos, incluso en hostiles; afectados por un extraño virus invasor que los arrastra hacia la autodestrucción del país, el enfrentamiento entre amigos, familiares y compañeros de trabajo; como si la nación española hubiera padecido una epidemia de odio y desencuentro, que la arrastrara a su auto inmolación. Para algunos, los más ancianos, nos parece regresar a tiempos, casi olvidados, de nuestra niñez; cuando, inocentes e incapaces de comprender lo que sucedía a nuestro alrededor, veíamos las caras preocupadas de nuestros padres, los secreteos de nuestros familiares y los himnos y canciones bélicas que resonaban en las calles de nuestras ciudades, mientras los primitivos altavoces de nuestras radios vomitaban noticias de guerra, de destrucción y de miles de "bajas" que, aunque lo supiéramos, significaba miles de muertos y heridos de los dos bandos enfrentados. Eran tiempos de guerra, de odios retenidos, de consignas y, a pesar de que intentaban ocultárnoslo, de muerte, torturas y asesinatos.
Estamos viviendo unos momentos que puede que sean los más peligrosos, problemáticos y críticos de nuestra reciente democracia. Sin que muchos parezca que se den cuenta, nos estamos jugando el ser o el no ser de España y la propia defensa de nuestras costumbres, nuestras familias, nuestras amistades y todo lo que viene representado por nuestro modus vivendis ,dentro de la cultura cristiana heredada de Roma; en la que nos hemos educado, vivido y creado nuestras familias. Unas pocas generaciones de políticos, incapaces de ver más lejos de lo que representan sus propias ambiciones, continuamente enfrentados por los vestigios de una guerra que tuvo lugar hace 75 e incapaces de renunciar a sus ansias de poder para ocuparse del bien y la prosperidad de los ciudadanos de la nación; han conseguido llevar a nuestra patria a uno de los peores períodos de su Historia. Nunca, como ahora, España ha sentido tan de cerca la amenaza de la división territorial y, nunca como ahora, la nación se ha sentido tan cerca de suscribir su propia destrucción; entregada como víctima propiciatoria por aquellos que han mamado en las escuelas el adoctrinamiento separatista, la filosofía relativista y el emponzoñamiento comunista, ante la permisividad, la indiferencia y el egoísmo de aquellos a los que se les encomendó defender las raíces de las tradiciones cristianas del pueblo español y que han permitido, negligentemente, el progreso del tumor maligno que, hoy en día, está corroyendo los principios de nuestro Estado de Derecho.
Por segunda vez nuestro más alto tribunal, el TS, se ha manifestado en contra de la legalidad de la consulta por el llamado "derecho a decidir" que, de manera obsesiva y saltándose a la torera la Constitución española, unos miles de separatistas catalanes pretenden imponer al pueblo español, aunque, para ello, se vean obligados a enfrentarse al propio Estado español; sin tener en cuenta, para tomar tal decisión, más que su fanatismo separatista, su incapacidad para valorar los efectos suicidas de una segregación del resto de la nación y sus nulas posibilidades de ser admitidos, como nación independiente, en la CE ni en ninguna de sus entidades económicas o políticas Sin embargo, somos muchos los españoles que esperamos, impaciente, a ver lo que sucede el día 9N.
En efecto, hasta ahora lo único que hemos escuchado del Gobierno de la nación, por boca de sus más altos representantes: el señor Mariano Rajoy, la señora Sáez de Santamaría y el portavoz del gobierno señor Alonso, han sido afirmaciones enfáticas, rimbombantes y categóricas en el sentido de que, la famosa consulta catalana, no se va a celebrar. No obstante, ha llegado un momento ( apenas faltan 5 días para el anunciado plebiscito) en el que las palabras ya huelgan, las declaraciones ya no sirven para nada y todo apunta a que, los obcecados defensores de la celebración de esta astracanada a la que pretenden calificar de consulta no piensan, pese a la suspensión decretada por el TC, hacer el más mínimo caso de nada que provenga, tanto del gobierno de la nación, como de sus tribunales ordinarios, ni mucho menos de los acuerdos del propio TC.
En estos momentos toda España está pendiente del desenlace de este enfrentamiento (algunos lo han calificado de choque de trenes) entre el Estado español y la comunidad catalana. No se trata, como parece que algunos, que pretenden quitar hierro al tema, dicen sobre que "esta seudo consulta no tiene importancia alguna, que no va a tener efectos jurídicos o que no van a existir las necesarias garantías para que este plebiscito se pueda considerar como la expresión de la voluntad del pueblo catalán"; no, señores, estaría el Gobierno equivocado si pretendiera obviar el tema, simplemente, quitándole trascendencia y considerándolo como un tema menor. Los que vivimos en Catalunya sabemos de primera mano que, si consiguen poner las urnas (aunque sean de cartón) y se permita que (sean voluntarios o funcionarios, esto no tiene importancia, los que se ocupen de las mesas y el escrutinio) y se deje que los ciudadanos puedan poner sus votos en ellas; para los nacionalistas separatistas va a constituir una victoria sonada contra España, un triunfo que van a jalear y a esgrimir, no sólo ante el resto de España, sino ante toda Europa, donde no van a escatimar recursos para informar a todas las instancias comunitarias de lo que ellos van a vender como un evidente salvoconducto para exigir la separación de España y la admisión de Catalunya en la UE.
Cualquier indicio de debilidad del señor Rajoy y su Gobierno va a ser aprovechado para que, en unos meses, el nacionalismo lance su decisivo ataque, proclamando la independencia de "Catalonia", para lo que ya están preparados, al haber desarrollado una especie de Administración paralela, dispuesta a asumir las riendas de la nueva nación. Lo peor es que el gobierno de Rajoy ha estado perfectamente informado de todas estas maniobras, así como de la creación de las embajadas que ya están funcionando en distintos países. Por si fuera poco, ha caído en la trampa de continuar financiando a Catalunya con dinero del FLA, para que pudiera atender los vencimientos de su deuda y el pago de intereses de los famoso "bonos patrióticos" otra de las "brillantes" ideas del señor Mas y de Mas Colell.
Se ha dicho que se va a aplicar la Ley. Se ha prometido que no se van a celebrar las votaciones. Pero, señores, ¿qué va a ocurrir si, finalmente, se sacan las urnas, se celebra la votación y se cuentan los votos?, ¿qué está dispuesto a hacer el Gobierno español para evitar que el separatismo de la primera bofetada al Estado de Derecho?, ¿Qué se va a hacer con el artículo 155 de la Constitución?, o ¿es que no sería suficiente grave que se incumpla la Constitución para que se aplicaran las medidas establecidas para casos similares? Y finalmente ¿se va a permitir que los organizadores de esta campaña de rebelión contra el Estado español se salgan de rositas, después de haber puesto en riesgo la unidad de la nación? La suerte está echada, ahora veremos si nuestro gobierno con su presidente, señor Rajoy, al frente nos ha estado engañando o si, como es su deber, sabe poner orden en todo este desaguisado.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, vemos como una comunidad levantisca se enfrenta al Estado desafiando sus leyes, ¿impunemente? ¡Esto está por ver!
Miguel Massanet Bosch