"No toda luz que se enciende y se apaga es un faro. Precisa el ritmo" Eugenio D'Ors
Algo está sucediendo en nuestro país que, cada día que pasa, da la sensación de que la gente se muestra más tolerante con determinadas posiciones, actitudes y comportamientos que, en sí mismos, constituyen una vulneración de las reglas que, curiosamente, todos nos dimos mediante un referéndum, mediante el cual concedimos el visto bueno a la Constitución de 1.978; de la que nos hemos venido rigiendo, con mayor o peor fortuna, desde que se recuperó la democracia en nuestra nación. Tenemos la preocupante percepción de que, a algunas fuerzas que no se dan a conocer, pero que tienen influencia, medios y poder, les interesa crear en España una situación de inquietud, de desconcierto y de pesimismo; precisamente en unos momentos en los que se podría decir que, al menos en el aspecto económico, se están empezando a notar, ya sin las dudas iniciales, señales de que tenemos posibilidades de iniciar una recuperación que, si no tan rápida como todos desearíamos, ni tan completa como los más exigentes querrían, si, al menos, lo suficientemente esperanzadora para que no renunciemos a ella, tiremos los trastos por la borda y decidamos que, si no se consigue todo lo que sería deseable que se lograra de una vez, lo mejor sería regresar al Neandertal, para volver a iniciar un sistema de civilización más acorde con lo que para algunos, no para todos, hubiera sido el sistema de gobierno ideal (seguramente para sus intereses y beneficio).
"Si Dios no existiera sería necesario inventarlo", esta frase fue dicha por un gran crítico de la Iglesia, que siempre prescindió de Dios, aunque no fue un ateo, pero sí un verdadero azote de clérigos y un furibundo anticlerical. François Marie Arouet (1.694-1.778), más conocido por su seudónimo "Voltaire", supo reconocer la importancia que la creencia en un Dios y la necesidad de los creyentes de someterse a unas reglas morales y éticas tenían para garantizar una convivencia, en una sociedad propensa a caer en los vicios más abyectos y dejarse llevar por la indisciplina y el caos que, la falta de creencias metafísicas pueden inducir a sus miembros, descontentos con el rol que la Providencia o el Destino, según el pensamiento de cada uno, les ha reservado, en un mundo en el que las desigualdades e injusticias pueden llegar a ser insoportables para aquellos infelices que piensan que todo se acaba en esta vida.
Lo cierto es que, en España, "la muy católica España" como fue calificada en el Vaticano durante tantos años, especialmente en los de los pontificados de Pio XI y Pio XII, la religión católica tuvo tanta influencia que se puede decir que consiguió que, las autoridades civiles, trasladasen al ámbito civil, en cuanto al mantenimiento de costumbres, muchos de los preceptos derivados del derecho canónico, empezando por el matrimonio. España estuvo muy mediatizada por los criterios de la Iglesia de modo que, en muchos casos, las cuestiones morales y éticas se solapaban, condicionando las normas civiles. La Constitución de 1.978 acabó con una situación que resultaba muy difícil de mantener y se estableció la "aconfesionalidad" del Estado (algo que a muchos les ha costado comprender, pues lo han interpretado como una abolición de todo freno moral y la implantación de lo que ahora se entiende como el "relativismo", que exime a las personas de cualquier freno, autolimitación o respeto por los derechos ajenos), lo que no significa que todo el acervo cultural que nos ha trasmitido la Iglesia durante todos los siglos en los que ha sido religión oficial de Estado, se deban tirar por la borda y hacer tábula rasa, como si su influencia en la enseñanza, las artes, la filosofía, la vida familiar, las obras de caridad y las costumbres del pueblo español no hubieran contribuido a mantener la convivencia, la paz y el mutuo respeto de la ciudadanía.
Desde que los socialistas del señor Zapatero entraron a gobernar el país, uno de los objetivos que se plantearon fue, aparte de intentar acabar con la oposición, el de interpretar la aconfesionalidad del Estado como una patente de corso para intentar, una vez más, acabar con la Iglesia católica y ello suponía entrar a saco con la institución de la familia, acabando con la autoridad paterna, reconociendo prematuramente derechos a los hijos en cuanto a rechazar los mandatos de los padres, a revolverse en su contra, a privar al pater familias de su derecho a aplicar castigos y a satanizar, con la excusa de los maltratos a los hijos (que en alguna ocasión se pudieran producir), la aplicación de castigos, algo que, en algunos casos y dada la desproporción de los castigos impuestos por los jueces con el daño causado al menor, no sólo ha resultado ridículo, sino verdaderamente contraproducente. De esos polvos han surgido estos lodos, tal como se ha podido comprobar en las nuevas generaciones, en las que la "libertad" se ha convertido, en muchos casos, en libertinaje y la falta de autoridad paterna en indisciplina, agresividad y, en ocasiones, en agresiones de los hijos a sus padres.
Pero hay más. Se esta notando una evidente degradación en la percepción de los ciudadanos de lo que es correcto y de lo que no se puede permitir. Existe una evidente pérdida de los valores tradicionales y un sentimiento de permisividad y de valoración con cierta lenidad lo que, apenas hace unos años, hubiera sido incomprensible y rechazado por la sociedad. Se han exaltado tanto determinados derechos, como el de manifestarse o el de huelga, que los excesos, evidentemente ilegales y dignos de sanción, cometidos por quienes intervienen en ellos o los agitadores que los conducen, son interpretados como "derechos accesorios". Todo ello conduce a que la actuación de las Fuerzas del Orden siempre está mal vista y puesta en la picota, de forma que, en la actualidad, nuestros policías tienen que limitarse a mirar pero ¡cuidado con actuar, dar una carga o lesionar al sinvergüenza que se mea en sus botas porque, señores, entonces el que la carga es el policía y el que se sale de rositas el culpable del alboroto y de los desperfectos urbanos o físicos consabidos!
Ya no hablemos del papel de la Administración de Justicia. Resulta vergonzoso el comportamiento de algunos jueces y fiscales cuando se trata de juzgar actividades incívicas, comportamientos delictivos o tramitar con urgencia (inusitada en el caso de las normas emanadas del TE Justicia, por las que se adelanta la excarcelación de sujetos que cometieron crímenes contra inocentes, como es el caso de los miembros de la banda terrorista ETA). Una Justicia, sin duda alguna, copada por las izquierdas, que ya no se toma la molestia de disimular cuando se trata de disculpar a los que incumplen la normativa y de ensañarse con los que, para ellos, son los representantes de la clase conservadora. Y es que, las leyes se interpretan según sea el interés del que las aplica y no como quisieron los que las promulgaron. En muchas ocasiones nos hemos quejado de los casos de ingeniería legal y de interpretaciones sicalípticas que tienen lugar en juzgados, cuando la lectura de las normas no da lugar a duda alguna sobre lo que se quiere decir. Y es que parece ser cierto aquel proverbio de "Hecha la ley hecha la trampa"
El peligro de que las masas vayan acercándose a los delincuentes y mostrándose más radicales con las personas de orden, puede que sea uno de los problemas a los que tenga que enfrentarse el Estado de Derecho. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, observamos la degradación moral y ética de los que piensan que así son las libertades. ¡Cuidado con ello!
Miguel Massanet Bosch