
La reciente petición de disculpas del PSOE —más gestual que sustantiva— llega en un momento en el que cada palabra comienza a calibrarse según el termómetro electoral. No es un acto de contrición: es un movimiento táctico. A pocos meses de una cita decisiva con las urnas, el partido intenta exhibir una imagen de humildad que, sin embargo, convive con un evidente doble rasero.
Porque mientras se pronuncian disculpas calculadas, se mantiene un discurso que divide, confronta y busca blindar a los responsables políticos de errores todavía sin asumir. El mensaje hacia dentro y hacia fuera es distinto: se pide perdón hacia el espectador, pero se continúa justificando internamente las mismas prácticas que han generado desgaste, polémica o descrédito institucional. En la superficie, arrepentimiento; en la trastienda, cierre de filas.
Este doble juego se intensifica al aproximarse el ciclo electoral. El PSOE sabe que atraviesa un momento de debilidad y necesita aparecer como una fuerza capaz de rectificar. Pero el gesto pierde credibilidad cuando el mismo Gobierno se niega a aplicar ese espíritu de corrección a otros ámbitos: desde la gestión de crisis internas hasta la incoherencia en alianzas políticas que contradicen los principios proclamados.
El resultado es un discurso de disculpa que no sana, porque no reconoce. Un perdón táctico que no ilumina el error, sino que lo maquilla. Y, sobre todo, un intento de reposicionamiento electoral que subestima a una ciudadanía cansada de estrategias y huérfana de políticas coherentes.
En el fondo, la disculpa no es el problema: el problema es el doble rasero que la acompaña. Y ese contraste, tan visible a las puertas de la campaña, puede tener más peso en las urnas que la propia disculpa.