
Por alguien que, como usted, aún no ha encontrado el botón de “modernizar” en el despacho del alcalde
Hay políticos que nacen para gobernar, otros para mandar, y luego está Darío Dolz, alcalde de Cuenca, que ha decidido especializarse en una rara disciplina administrativa: dirigir sin modernizar. Un logro, por cierto, digno del Guinness municipal.
Porque Dolz —hombre de verbo templado, sonrisa institucional y gesto siempre a medio camino entre la rutina y la foto oficial— afirma con olímpica seguridad que el Ayuntamiento “dirige la ciudad”. Dirigir, sí. Modernizar, ya tal. Una menudencia, un adorno, una extravagancia presupuestaria que, al parecer, puede aplazarse indefinidamente mientras uno dirige con firmeza… hacia el siglo pasado.
Lo extraordinario del asunto —y aquí la ironía apenas necesita esfuerzo— es que el alcalde parece haber confundido los conceptos. Uno diría que para él, modernizar es simplemente dirigir, pero con más entusiasmo, como si el progreso urbano fuese una cuestión de volumen y no de contenido: “Si hablo un poco más alto en la rueda de prensa, la ciudad se moderniza sola”. Y así Cuenca lleva años esperando que el entusiasmo se traduzca en algo más sólido que carteles y promesas con aroma a naftalina.
Pero si la modernización es una asignatura pendiente, no menos olvidada está la participación ciudadana. Debe de ser que preguntar a los conquenses —esas criaturas que pagan impuestos con puntualidad helvética— no entra en el manual de urbanismo dolziano. Participar, ¿para qué? Si dirigir, ya dirige él. Y si modernizar es dirigir, y dirigir es hablar, pues todo está resuelto: un círculo perfecto de gestión, sin necesidad de escuchar a nadie.
No es que la ciudadanía esté excluida; es que, para el alcalde, los vecinos son como los extras de una película: están ahí, pero no hace falta darles texto. “Que opinen si quieren, pero yo ya tengo mi guion”, parece pensar mientras inaugura la enésima promesa, aún por estrenar, de una Cuenca moderna que nunca termina de llegar.
La ciudad, mientras tanto, sigue esperando mejoras básicas, proyectos con futuro y algo tan revolucionario como enterarse de lo que realmente opinan sus habitantes. Pero ya se sabe: la participación ciudadana es incómoda. Preguntar puede traer respuestas, y eso complica mucho la vida del que dirige sin modernizar y gobierna sin consultar.
Aun así, hay que reconocer el mérito: Dolz ha logrado un estilo propio. Otros alcaldes presumen de transformación, de innovación, de escuchar a su gente. Él ha creado una marca personal: la gestión contemplativa. Dirige mirando, como el que vigila una maceta confiando en que crezca sin regarla.
Quizá algún día descubra que la modernización no brota sola y que la participación ciudadana no muerde. Mientras tanto, seguiremos contemplando este curioso experimento político, que pretende unir la tranquilidad del pasado con la ausencia de planes para el futuro.
Cuenca merece una ciudad moderna. Y también un alcalde que sepa que modernizar no es lo mismo que dirigir… salvo en su diccionario particular, ese que nadie ha votado, nadie ha leído y todos intuimos.