
Por mucho que los gobiernos autonómicos presuman de cifras, estrategias y millones comprometidos contra la despoblación, la realidad tozuda de Castilla-La Mancha —y especialmente la de la provincia de Cuenca— sigue mostrando un patrón que ya conocemos demasiado bien: mucha propaganda, mucha foto, mucho titular… y poca transformación real del territorio. Entre lo anunciado y lo ejecutado se abre un abismo que, al final, pagan siempre los mismos: los vecinos de los pueblos más pequeños que siguen viendo cómo cierran servicios, cómo se esfuman oportunidades laborales y cómo el futuro continúa desplazándose hacia las capitales o directamente fuera de la región.
La Estrategia Regional frente a la Despoblación, vigente desde 2021, nació con promesas ambiciosas. Un marco técnico que debía ordenar inversiones, priorizar municipios y blindar servicios públicos. Pero cuatro años después, el resultado es un mosaico de convocatorias dispersas, subvenciones de corto recorrido y actuaciones sin continuidad, más orientadas a engrosar balances políticos que a generar arraigo real. La administración reparte fondos, sí, pero rara vez mide qué efecto real tienen en la población o en la estructura económica de cada municipio.
En Cuenca la paradoja es evidente. La provincia registra ligeros incrementos poblacionales en los últimos meses, celebrados con entusiasmo institucional, pero la foto completa demuestra que ese repunte se concentra en la capital y en un puñado de municipios conectados. El resto —la Cuenca profunda, la que no sale en las notas de prensa— continúa perdiendo población, envejece y ve cómo la brecha territorial se agranda. El espejismo estadístico alimenta discursos triunfalistas, pero no cambia el destino de muchos pueblos que viven con el corazón en un puño cada vez que un médico se jubila, una línea de autobús se cancela o se anuncia el cierre de otra escuela rural.
El principal fallo de la política regional es estructural: Castilla-La Mancha ha invertido más en anunciar millones que en decidir dónde y cómo deben aplicarse para sostener población. Falta geografía en la planificación. Falta priorización. Falta tener la valentía de reconocer que no todos los territorios requieren lo mismo y que hay municipios que, si no reciben atención diferenciada y continua, desaparecerán del mapa estadístico en dos o tres décadas. Y sin mapa no hay derechos, no hay economía y no hay identidad que defender.
Las subvenciones puntuales al emprendimiento rural son un ejemplo paradigmático. Se conceden, se justifican, se gastan… pero muchas veces no generan tejido productivo estable. Sin infraestructuras adecuadas y sin servicios públicos fuertes —sanidad, educación, transporte, conectividad digital real— ningún joven con intención de quedarse tiene incentivos auténticos para echar raíces. Y cuando la política se queda en la subvención y no aborda el ecosistema, la despoblación sigue su curso natural: silenciosa, implacable, burocráticamente administrada.
La movilidad es otro agujero negro. En Cuenca seguimos encadenando anuncios de carreteras, compromisos con la conectividad ferroviaria y promesas de transporte público “moderno y sostenible”. Sobre el terreno, muchos pueblos carecen de un bus diario para llegar a la capital o a un centro sanitario, y las distancias se multiplican cuando hablamos de atención especializada. En esas condiciones, cualquier incentivo económico es un parche de corto plazo condenado a evaporarse.
Todo esto se agrava por algo que la Junta aún no ha resuelto: la falta de una gobernanza real y transparente. No existe un panel público, actualizado, que permita saber cuánto dinero llega exactamente a cada municipio, qué proyectos se ejecutan, qué resultados generan y qué impacto tienen sobre la población. Sin indicadores claros y sin evaluación externa, cualquier política se convierte en un acto de fe. Y en política territorial no se puede trabajar con fe; se trabaja con diagnósticos, datos y compromisos sostenidos.
Necesitamos otra manera de actuar. Una política que piense en escalas de diez años, no de convocatorias anuales; que territorialice de verdad los fondos; que priorice a los municipios en riesgo extremo; que garantice servicios esenciales antes que subvenciones; que devuelva movilidad a la gente mayor; que ofrezca vivienda rehabilitada y asequible para atraer familias; que se tome en serio los encadenamientos productivos rurales y no se conforme con el autoempleo precario.
La despoblación no es un fenómeno natural inevitable. Es el resultado de decisiones políticas acumuladas durante décadas. Y si Castilla-La Mancha quiere mirar a Cuenca con honestidad, debe admitir que la estrategia actual no está resolviendo el problema: lo está administrando. Lo está maquillando. Lo está envolviendo en campañas.
La buena política contra la despoblación no se hace con titulares, sino con coherencia territorial, evidencia y presencia continua. Y mientras no se dé ese giro, Cuenca seguirá siendo una provincia en retroceso, atrapada entre anuncios espectaculares y realidades cada vez más frágiles. Porque para frenar la despoblación no basta con gastar: hay que acertar. Y eso, de momento, sigue siendo la gran asignatura pendiente.
Cuenca necesita un nuevo contrato territorial: el modelo alternativo que puede reconectar ciudad y provincia
La provincia de Cuenca no se salvará desde los despachos de Toledo ni desde los balances autocomplacientes de inversión pública. Si Cuenca quiere detener la sangría demográfica y reconstruir un territorio funcional, debe asumir, sin más demoras, un papel que hace décadas dejó de ejercer: ser una capital que lidera, redistribuye oportunidades y articula su provincia. Y eso sólo es posible con un modelo distinto, radicalmente distinto, al que se ha practicado hasta ahora.
Cuenca necesita un nuevo contrato territorial, un marco que convierta a la ciudad en un nodo que impulsa a su entorno rural en lugar de absorberlo. No se trata de pedir menos para Cuenca capital, sino de exigir que lo que reciba tenga vocación de irradiación, no de aislamiento. Que no se quede en la ciudad, sino que genere ondas expansivas. Que no se mida por kilómetros de adoquines, sino por kilómetros de vida recuperada en la provincia.
1. Un sistema de regiones funcionales: Cuenca como núcleo, no como frontera
La primera pieza del modelo alternativo es la más básica: diseñar una estructura territorial que funcione. Hoy, cada pueblo vive como una isla administrativa. No existe un marco que agrupe municipios por afinidades económicas, sanitarias, educativas o logísticas. El resultado es una fragmentación que asfixia.
Cuenca debería impulsar un sistema de cuatro o cinco áreas funcionales, cada una con una cabecera clara (Tarancón, San Clemente, Motilla, Huete, Priego) y un reparto de servicios que reduzca distancias y refuerce la accesibilidad. La capital sería entonces un nodo superior, no un monopolio. Un centro que coordina, no acapara.
La pregunta no es si Cuenca capital es importante; lo es. La pregunta es si es útil para su provincia. Y hoy, no lo es todo lo que debería.
2. Movilidad provincial seria: el eje olvidado
La despoblación se combate garantizando movilidad, no solo empleo. Sin movilidad, todo se derrumba.
El modelo alternativo pasa por un sistema de transporte provincial integrado que conecte a diario —sí, a diario— los municipios con sus cabeceras comarcales y estas con Cuenca capital. No un mapa de líneas testimoniales. No promesas ferroviarias eternas. Sino un plan con horarios, frecuencias, coordinación con tren y bus interurbano, y tarifas accesibles.
La movilidad no es un lujo: es la primera piedra de la igualdad territorial. Y si no se garantiza, cualquier política rural será cosmética.
3. Servicios públicos redimensionados y móviles
Cuenca debería liderar la creación de una red de servicios móviles (sanitarios, administrativos, culturales) que complemente la oferta fija. La provincia no puede mantener consultorios o aulas en todos los pueblos, pero sí puede garantizar atención continuada mediante unidades itinerantes profesionales, no soluciones improvisadas.
La capital tiene los recursos técnicos para planificar esta red. Y la debe diseñar con un mandato claro: acercar el Estado a la gente, no obligar a la gente a desplazarse siempre a la capital.
4. Reindustrialización comarcal: empleo donde vive la población
El modelo alternativo exige que la capital no concentre toda la inversión productiva. Cuenca debe promover polos industriales comarcales vinculados a su economía real: agroalimentación avanzada, biomasa, logística ligera, mantenimiento forestal, turismo sostenible, economía plateada, digitalización rural.
No hay despoblación sin empleo. Y no hay empleo si todo se concentra en la capital. La ciudad debe ser la directora de orquesta de una economía distribuida, no la solista.
5. Vivienda rural accesible: la palanca olvidada
La rehabilitación urbana en Cuenca capital es positiva, pero insuficiente. El modelo alternativo exige un plan integral de vivienda rural que convierta el patrimonio vacío en hogares habitables para familias y jóvenes.
La capital puede coordinar la captación de fondos y ofrecer asistencia técnica a los ayuntamientos pequeños. Puede establecer un banco provincial de viviendas. Puede atraer familias que quieran vivir en el entorno rural pero trabajar en la ciudad.
La vivienda es, hoy, el recurso estratégico más infrautilizado de la provincia.
6. Gobernanza y datos: la revolución silenciosa
Quizá la reforma más decisiva es la más invisible: crear un sistema de datos provinciales abiertos, actualizados y comparables. Saber cuánto dinero llega a cada municipio. Qué proyectos se ejecutan. Qué población se pierde o se gana. Qué servicios cierran. Qué inversiones generan empleo real.
Sobra relato y falta evidencia. Un panel público, gestionado desde Cuenca capital pero con participación municipal, obligaría a tomar decisiones serias y no a celebrar repuntes que no llegan a la Cuenca rural.
7. Un liderazgo político que piense provincia, no perímetro urbano
La capital debe asumir, por fin, que su futuro está pegado al de los pueblos. Sin provincia, Cuenca no es más fuerte: es más pequeña. Cuenca es una ciudad hermosa, pero demasiado frágil para sostenerse sola. Necesita territorio. Necesita población distribuida. Necesita que la provincia siga viva.
El modelo alternativo exige un liderazgo distinto: uno que entienda que cuando se refuerza un consultorio en la Alcarria, mejora Cuenca; que cuando se rehabilita vivienda en la Serranía, gana Cuenca; que cuando un autobús llega a tiempo a la Manchuela, se fortalece Cuenca.
Cuenca tiene que elegir ya
O sigue el camino actual —una capital que crece de espaldas a su provincia—
o adopta un modelo que convierta esa provincia en un proyecto compartido.
La elección definirá si Cuenca, dentro de veinte años, será una ciudad viva en un territorio vivo,
o una isla menguante rodeada de silencio.
El mejor articulo sobre el futuro de cuenca. Los partidos politicos deber’ian escuchar y atender. Pero no haran caso olvidando a los pueblos que estan esperando que alguien de un punetazo en la mesa para salvarlos del olvido el abandono y desu extincion
238 municipios de la
prpvincia. El 61 por ciento han perdido poblacion. Y para mejorar nos roban el tren. Sin comentarios.
Juan Andrés, defines punto por punto la estrategia a seguir, con criterio y desde el corazón. No puedo estar más de acuerdo contigo. Todavía se está a tiempo de revertir la situación, pero hay que hacerlo, de lo contrario como tú apuntas será una región reducida a la mínima expresión, siendo hermosa y teniendo recursos.