
Por mucho que se invoque la épica del relato presidencial, hay momentos en los que un partido político se ve obligado a mirarse en el espejo. Y lo que el PSOE observa hoy no es ya el rostro reconocible de la socialdemocracia española, sino una figura fragmentada, desdibujada, sometida a tensiones que van desde lo orgánico hasta lo moral. Un partido que fue columna vertebral de la democracia parlamentaria vive ahora bajo un liderazgo que prioriza la supervivencia sobre la coherencia, y bajo una práctica política que ha ido erosionando, poco a poco, su identidad histórica.
En esta columna quiero ir más allá de la crítica coyuntural: se trata de examinar cómo, cuándo y por qué el PSOE ha perdido parte de sí mismo. Y por qué la división interna, tantas veces negada desde Ferraz, se ha convertido en un hecho estructural. No es la historia de un partido en crisis puntual; es la historia de un partido que se ha ido transformando sin preguntarse qué quedaba por el camino.
La resiliencia electoral: una fortaleza aparente
Hay quienes creen que mientras el PSOE mantenga un suelo electoral relativamente sólido (en torno al 28–32%), cualquier debate sobre pérdida de identidad es exagerado. Es cierto que el partido ha demostrado una notable capacidad de resistencia:
- El desplome de 2011 tras la crisis económica no lo empujó a la irrelevancia.
- La irrupción de Podemos no lo destruyó, sino que lo obligó a replegarse y reconfigurar su espacio.
- En 2019 recuperó el liderazgo de la izquierda.
- En 2023 logró un resultado que, para muchos, fue sorprendentemente fuerte.
Pero la fortaleza electoral no equivale a fortaleza ideológica.
Un partido puede ganar elecciones y perder el alma al mismo tiempo. Le sucedió a partidos socialdemócratas europeos que, tras sobrevivir a sus crisis, acabaron convertidos en aparatos pragmáticos sin relato.
La resiliencia del PSOE es, por tanto, un dato engañoso si no se analiza con profundidad. Permite gobernar, sí, pero no evita la erosión interna que se acumula cuando el proyecto deja de estar claro.
La fragmentación política y el giro táctico: gobernar a cualquier precio
El Parlamento español es hoy un tablero fracturado. Ningún partido puede gobernar sin tejer alianzas. Esta es una realidad objetiva que explica —pero no justifica plenamente— la deriva del PSOE. La necesidad de obtener apoyos externos ha empujado al partido a decisiones impensables hace una década. Ante la imposibilidad de alcanzar mayorías estables por la vía clásica, el liderazgo socialista ha abrazado una negociación con fuerzas independentistas que no solo exige concesiones políticas arriesgadas, sino también sacrificios simbólicos profundos.
La aprobación de la ley de amnistía es quizá el mejor ejemplo de este proceso:
- No solo fue rechazada por amplios sectores de la sociedad española, sino también por una parte significativa de la militancia socialista.
- No se explicó desde un proyecto de Estado, sino desde una necesidad táctica.
- No generó un consenso interno, sino un silenciamiento incómodo.
La política siempre implica pactar. Pero cuando los pactos erosionan la identidad propia, el partido empieza a caminar sobre un terreno inestable. La diferencia entre gobernar y gobernarse a uno mismo se vuelve cada vez más tenue.
Del PSOE de Estado al PSOE personalista: el efecto Sánchez
Uno de los rasgos centrales del momento actual del socialismo español es la centralidad absoluta del liderazgo presidencial. El llamado “sanchismo” ha transformado al PSOE en un partido en el que las decisiones estratégicas ya no se toman en sus órganos tradicionales, sino en el círculo estrecho de La Moncloa y Ferraz.
Esta personalización provoca tres efectos simultáneos:
a) Erosión de los contrapesos internos
El Comité Federal, antaño foro de debate real, se ha convertido en una asamblea homologadora. La federación andaluza, históricamente hegemónica, ha perdido peso. Las baronías territoriales ya no marcan la agenda: apenas reaccionan, con prudencia y miedo, a las decisiones centrales.
b) Desconexión con la tradición socialdemócrata
El PSOE fue durante décadas un partido europeísta, institucional, moderado en el eje territorial y alineado con las grandes socialdemocracias del continente. Hoy, sin renunciar formalmente a esos principios, actúa en ocasiones como un partido identitario, más preocupado por resistir que por gobernar desde un proyecto coherente.
c) Reducción del partido a un “instrumento de mantenimiento del poder”
Este es el comentario que más se escucha entre cuadros intermedios del PSOE. No se trata de ideología, sino de dinámica orgánica: si el partido deja de ser un espacio de deliberación y se convierte en una maquinaria de lealtad al líder, la identidad no tarda en evaporarse.
La fractura interna: la grieta que deja de ser invisible
Quien afirme que el PSOE no está dividido se engaña voluntariamente. La división existe, es profunda y se manifiesta en varios niveles:
1) División territorial
Las federaciones del Sur —Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha— han expresado, con mayor o menor claridad, su incomodidad con la política de pactos con los independentistas.
No es un gesto menor: estas federaciones representan el núcleo histórico del voto socialista.
2) División generacional
Los militantes de mayor trayectoria sienten que se ha liquidado el ethos de la Transición.
Los más jóvenes, en cambio, tienden a ver a Sánchez como un líder adaptado a los tiempos de coaliciones.
La brecha entre ambos grupos no es ideológica: es cultural.
3) División entre aparato y bases
Las bases muestran creciente desconcierto. Lo demuestran las tensiones internas y el distanciamiento emocional con la dirección.
El aparato, mientras tanto, se mantiene fiel al liderazgo porque ha sido recompuesto a medida del presidente.
4) División entre el legado y el presente
Los grandes referentes históricos del PSOE —González, Guerra, Rubalcaba— representaban un socialismo de Estado, con sentido institucional y visión de largo plazo.
La dirección actual representa otra cosa: pragmatismo de corto alcance, negociación sectorial y un relato de resistencia más que de propósito.
La fractura no es todavía ruptura, pero si no se reconduce, podría derivar en fragmentación orgánica futura.
Comparación histórica: lo que ocurrió antes y lo que puede ocurrir ahora
Para entender el momento presente del PSOE conviene situarlo en una perspectiva comparada. La historia del partido muestra que los cambios de identidad no son nuevos, aunque sí lo es la ausencia de un relato de fondo que los justifique.
Felipe González abandonó el marxismo
Fue un giro radical, pero no supuso una pérdida de identidad, sino una modernización. ¿Por qué?
Porque ese giro se insertó en un proyecto claro: europeísmo, modernización económica, consolidación democrática, construcción del Estado social.
La crisis de 2016
Cuando Sánchez fue desalojado de la Secretaría General, el PSOE estuvo a un paso del colapso. Pero aquella crisis tenía un eje racional: cómo enfrentar el nuevo mapa multipartidista.
La división se saldó en primarias. Hubo una catarsis interna. Hubo una batalla ideológica real.
La diferencia actual
Hoy no hay un debate ideológico intenso. No hay congresos transformadores.
No se discute un modelo de Estado, ni un modelo económico, ni un modelo territorial desde la raíz.
Lo que hay es un conflicto por la legitimidad del rumbo y por la naturaleza de las cesiones exigidas para mantenerse en el poder.
El PSOE está viviendo, por tanto, una crisis distinta:
— no de proyecto,
— no de liderazgo alternativo,
— sino de identidad negada, de proyecto difuminado y de fractura emocional.
Tres escenarios para el futuro inmediato
A partir de los datos y la dinámica política, pueden anticiparse tres escenarios razonables para el PSOE:
Escenario 1: Reajuste táctico con relato renovado
El partido asume la necesidad de pactos, pero reconstruye un discurso socialdemócrata coherente: políticas de vivienda, empleo, cohesión territorial, saneamiento institucional, retorno al europeísmo reformista.
Sería la vía para reconectar con la militancia clásica y con el votante moderado.
Es posible, pero exige liderazgo y autocrítica.
Escenario 2: Fragmentación orgánica
Si la tensión territorial aumenta, pueden surgir candidaturas alternativas en congresos regionales, plataformas críticas o incluso escisiones blandas (no necesariamente nuevos partidos, sino redes de influencia).
Sería un escenario lento, silencioso, pero corrosivo.
Escenario 3: Erosión electoral prolongada
No un desplome inmediato, sino una pérdida progresiva del voto de clase media, de sectores urbanos moderados y del cinturón tradicional del Sur.
Este escenario ya se vio en parte en las elecciones municipales y autonómicas de 2023.
No condena al PSOE a la irrelevancia, pero sí a un rol menguante.
Lo que el PSOE tendría que hacer si quiere reconocerse a sí mismo
No basta con gestionar. Hay momentos en que los partidos deben preguntarse quiénes son. Y este es uno de esos momentos.
Para recomponer su identidad, el PSOE necesitaría:
1. Recuperar la deliberación interna
Volver a dotar de vida al Comité Federal, permitir el debate ideológico real, abrir la participación a las bases más allá del ritual de primarias.
2. Rehacer un relato socialdemócrata completo
No basta con medidas aisladas: se necesita un proyecto económico, institucional y territorial que responda a los problemas de largo plazo del país.
La socialdemocracia no es táctica; es visión.
3. Reconectar con sus territorios fuertes
El PSOE no puede permitirse perder Andalucía, Castilla-La Mancha o Extremadura como espacios identitarios.
Sin esas federaciones, el partido deja de ser lo que ha sido.
4. Reorientar su relación con los independentistas
No se trata de renunciar al diálogo, sino de establecer límites claros:
— qué se negocia,
— qué no se negocia,
— y qué principios no pueden sacrificarse por votos coyunturales.
5. Recuperar el sentido institucional
La socialdemocracia española construyó instituciones y fortaleció el Estado.
Desde hace unos años, la relación del PSOE con los contrapesos institucionales ha sido ambivalente.
Sin instituciones fuertes, no hay proyecto progresista que aguante.
Conclusión: un partido que debe decidir qué quiere ser
El PSOE se encuentra, en definitiva, en un cruce de caminos.
Puede seguir gobernando desde la táctica y el relato de resistencia, pero eso implicará continuar desgastando su identidad.
O puede recuperar su tradición de partido de Estado, socialdemócrata, europeísta, reformista, que puso en pie las grandes políticas públicas de España.
La pregunta que debe hacerse el partido no es si Sánchez seguirá al mando o si las baronías protestarán más o menos. La pregunta de fondo es otra:
¿Quiere el PSOE volver a ser un partido de proyecto o seguir siendo un partido de supervivencia?
Porque los partidos que viven solo para resistir acaban, tarde o temprano, perdiéndose a sí mismos.
Y cuando eso ocurre, ni siquiera la maquinaria electoral más robusta puede salvarlos.
Demasiados intereses personales.