
Cuando el avión despegó rumbo a la ciudad china de Wenzhou, los tres representantes conquenses miraron por la ventanilla con idéntico gesto: mezcla de determinación institucional y ligero mareo por el desayuno en Barajas. El vicepresidente de la Junta abría la expedición con un cuaderno lleno de frases solemnes (“alianzas estratégicas”, “ventanas de oportunidad”…), mientras el presidente de la Diputación repasaba mentalmente cómo decir “buenos días” en mandarín sin provocar un incidente diplomático. El presidente de CEOE-Cepyme Cuenca, más práctico, intentaba conectarse al wifi del avión para ver si en Cuenca había pasado algo en su ausencia. No había pasado nada. Tranquilidad absoluta.
Al aterrizar, les recibió una delegación china que, a juzgar por su sonrisa profesional, debía haber asistido a más recepciones oficiales que algunos conquenses a procesiones de Semana Santa. Tras las fotos de rigor, comenzó la odisea económica.
Capítulo I: La fábrica de drones que no sabía dónde estaba Cuenca
La primera reunión fue con una empresa de drones ultramodernos.
—«Cuenca is… capital of…?»—preguntó un directivo.
Los tres se miraron entre sí. El vicepresidente optó por la vía creativa:
—«Cuenca is… the land of opportunities.»
El empresario chino tomó nota, quizás pensando que era una comarca colindante con Silicon Valley.
Para impresionarles, el presidente de la Diputación abrió un PowerPoint con fotografías del paisaje conquense. La diapositiva del Ventano del Diablo provocó un silencio reverencial. No sabían si era una maravilla natural o una amenaza geológica.
—«Very… impressive»—dijo uno.
El presidente de CEOE-Cepyme murmuró: «Si ven la Serranía nevada les da un síncope».
Capítulo II: El banquete donde nadie sabía qué estaba comiendo
En el almuerzo oficial, la mesa se llenó de platos que parecían diseñados por un chef con inclinación al impresionismo abstracto.
—«Esto… ¿es pescado?»—susurró el presidente de CEOE-Cepyme.
—«Tú sonríe y di que está excelente»—ordenó el vicepresidente mientras movía los palillos como si fueran dos antenas buscando cobertura.
Un empresario local levantó una copa de licor transparente.
—«¡Por la amistad entre nuestros pueblos!», tradujo la intérprete.
Tras el primer sorbo, el presidente de la Diputación decidió que la amistad estaba ya suficientemente consolidada para el resto del siglo.
Capítulo III: La gran presentación sobre “por qué invertir en Cuenca”
Llegó el momento crucial: la presentación oficial. Se apagaron las luces. El proyector iluminó la sala con un titular que decía:
“Cuenca: The Future is Waiting”
—«¿No quedaba mejor “The Future is Calling”?»—susurró el presidente de CEOE-Cepyme.
—«Calla, que les liamos», dijo el vicepresidente.
Hablaron de polígonos industriales, de la “estratégica ubicación entre Madrid y Valencia”, de la gastronomía y, en un ataque de entusiasmo, de la posibilidad teórica de instalar en la provincia un centro de innovación… de cualquier cosa, lo que fuera.
Los empresarios chinos escuchaban, tomaban notas, asentían. Un delegado incluso preguntó:
—«¿Cuenca tiene aeropuerto?»
Se produjo un silencio descomunal.
—«Ejem… tenemos excelentes conexiones viarias», respondió diplomáticamente el vicepresidente, omitiendo que la provincia lleva esperando trenes desde tiempos de Alfonso XIII.
Capítulo IV: El regreso triunfal… más o menos
De vuelta en el avión, con bolsas de té de cortesía y tarjetas de visita que parecían cartas del tarot empresarial, los tres se miraron satisfechos.
—«Algo saldrá», dijo el de la CEOE.
—«O al menos, lo hemos intentado», añadió el de la Diputación.
—«Lo importante es que hemos abierto puertas», concluyó el vicepresidente, copiando frase para la futura nota de prensa.
Cuando aterrizaron en Barajas, Cuenca seguía igual que cuando se fueron: tranquila, inmóvil, esperando que algún día ese dragón económico internacional se acuerde de ella.
Hasta entonces, eso sí, viaje hecho, fotos conseguidas y PowerPoint amortizado.