
Cada 20 de noviembre España vuelve a mirarse en un espejo incómodo. La fecha, que debería pertenecer al pasado, regresa cada año como una sombra que se niega a disiparse. Y en 2025, esa sombra ha crecido: Franco ha vuelto, no como figura histórica —que ahí sigue, inerte— sino como fantasma útil en manos de quienes viven de la provocación, el ruido y la explotación política de la memoria.
Porque lo que ha regresado no es el dictador, sino su espectro retórico: banderas preconstitucionales exhibidas como desafío, revisionismos sin pudor, discursos que banalizan la dictadura o que pretenden transformarla en un paréntesis administrativo. Y, al mismo tiempo, la utilización electoralista de la memoria democrática como arma arrojadiza, hasta convertirla en un campo de minas permanente.
La paradoja española vuelve a manifestarse: un país que no quiere hablar del pasado, pero no deja nunca de usarlo.
Este año, el 20-N ha encontrado un contexto especialmente inflamable: crispación generalizada, polarización convertida en negocio político y una ciudadanía agotada por la tensión diaria. En ese caldo de cultivo, los extremos celebran el 20-N como si fuese suyo, mientras la mayoría social asiste con estupefacción a un desfile grotesco de nostalgias impostadas y oportunismos calculados.
Pero lo verdaderamente preocupante no son cuatro exaltados posando para la foto, sino algo más profundo: la facilidad con la que la democracia española sigue permitiendo que su memoria sea manipulada. Seguimos atrapados entre dos trampas: la del franquismo trivializado y la de un antifranquismo burocrático que no logra generar pedagogía, solo trámite.
Franco “vuelve” cada 20-N porque España aún no ha resuelto del todo qué hacer con esa herencia. Porque los silencios de la Transición, que fueron necesarios en un momento histórico concreto, hoy se han convertido en un espacio de disputa simbólica. Porque la política española ha olvidado que recordar no es reabrir heridas, sino evitar que se infecten.
La memoria democrática no debería servir para dividir, sino para poner en valor el suelo común: la dignidad, los derechos, la libertad y la responsabilidad institucional que la dictadura negó. Pero mientras el 20-N siga siendo un día donde cada cual exhibe sus fobias o nostalgias, seguirá pareciendo que “Franco ha vuelto”.
En realidad, Franco no ha vuelto. Lo que ha vuelto —cada vez con mayor fuerza— es la incapacidad de algunos para vivir sin él, para construir su discurso sin recurrir a un cadáver político que, cuanto más lejos debería estar, más lo arrastran al presente.
Quizá el verdadero desafío del 20-N no sea combatir al fantasma del dictador, sino enterrar definitivamente la cultura política que necesita fantasmas para existir.
Uso actual en discursos y medios de la frase «Franco ha vuelto»
Medios como El País han señalado que la expresión “Franco ha vuelto” se emplea para describir cómo ciertos sectores políticos han roto el tabú de elogiar abiertamente el franquismo. Se cita, por ejemplo, la publicación de un calendario franquista por un alcalde de Vox, interpretado como un gesto de normalización de símbolos de la dictadura.
Según Euronews, la frase se vincula al fenómeno del blanqueo del franquismo en redes sociales, donde se difunden narrativas que presentan la dictadura como un tiempo “mejor” o más estable. Este revisionismo se apoya en la nostalgia y en discursos simplificados que atraen especialmente a jóvenes, algunos de los cuales cuestionan la democracia actual.
El último barómetro del CIS citado por Euronews muestra que un 21,3% de los españoles califica los años de la dictadura como “buenos” o “muy buenos”, y un 17,3% cree que el sistema democrático actual es peor que el franquista. Aunque sigue siendo una minoría, estos datos reflejan cómo la frase “Franco ha vuelto” se convierte en un recurso para señalar la persistencia de actitudes autoritarias.
Significado político y cultural
Símbolo de alerta democrática: En medios críticos, “Franco ha vuelto” funciona como advertencia sobre el riesgo de que discursos autoritarios resurjan bajo nuevas formas.
Herramienta retórica: Se usa tanto de manera irónica como literal. Para unos, es un eslogan reivindicativo; para otros, una denuncia de la presencia de símbolos franquistas en la política actual.
Memoria histórica: La frase se reactiva cada 20‑N, cuando se celebran actos de homenaje por parte de grupos nostálgicos, y sirve para reabrir el debate sobre cómo España gestiona su pasado dictatorial.
Riesgos y debates actuales
Normalización del franquismo: El uso de la frase en redes y discursos puede contribuir a legitimar narrativas que minimizan la represión y la falta de libertades durante la dictadura.
Generación joven: El hecho de que un porcentaje significativo de jóvenes perciba la democracia como “peor” que el franquismo preocupa a los expertos, que advierten del atractivo de soluciones autoritarias en tiempos de crisis.
Polarización política: La frase se convierte en un arma retórica en el enfrentamiento entre quienes defienden la memoria democrática y quienes buscan revalorizar el legado franquista.
En resumen, “Franco ha vuelto” no describe un regreso literal, sino un fenómeno discursivo y cultural: la reaparición de símbolos, narrativas y nostalgias franquistas en el espacio público y mediático.