
La provincia de Cuenca atraviesa, desde hace décadas, una crisis silenciosa: una mezcla tóxica de declive demográfico, parálisis económica y una dirección política incapaz de imaginar un horizonte distinto al de su propia supervivencia. No es una crisis repentina, ni producto de un solo gobierno o partido. Es el resultado de un ecosistema político que ha permitido —y alimentado— la continuidad de un modelo de poder basado en el personalismo, la obediencia interna y la ausencia casi absoluta de una planificación estratégica real.
En plena España del siglo XXI, Cuenca sigue funcionando con inercias del siglo XX.
El origen del problema: estructuras que no evolucionan
Cuenca no padece un liderazgo fallido por accidente; lo padece porque sus instituciones y sus organizaciones políticas siguen operando bajo lógicas de continuidad, jerarquía cerrada y redes de fidelidad, más propias de una cultura política premoderna que de una administración moderna orientada a resultados.
La provincia carece de una economía diversificada, su tejido productivo es débil y vive en gran medida de fondos públicos, subvenciones o expectativas nunca materializadas. Esa dependencia genera un círculo vicioso: al no existir un empresariado potente ni una sociedad civil organizada y exigente, la política se convierte en árbitro único y, por tanto, en poder sin contrapesos. En ese contexto, los liderazgos se personalizan, los cargos se estabilizan y los proyectos se moldean a la medida de quienes los controlan.
El personalismo casticista: una forma de estancamiento
Durante más de dos décadas, Cuenca ha estado marcada por un estilo de liderazgo que responde a lo que podría definirse como personalismo casticista: un modo de gobernar basado en la continuidad de figuras políticas de larga trayectoria que priorizan la estabilidad interna, los equilibrios dentro del partido y la preservación del aparato sobre cualquier impulso de transformación.
No se trata de acusar ilegalidades ni comportamientos sancionables, sino de un modo de concebir el poder que se ha mostrado ineficaz para las necesidades actuales de la provincia.
Uno de los nombres asociados a este modelo, por su prolongada influencia en la política provincial y regional, es el de José Luis Martínez Guijarro. Su figura representa, para muchos analistas, esa forma de política que apuesta por mantener el control interno y gestionar la provincia desde redes de confianza acumuladas durante décadas.
De nuevo, no es cuestión de señalar delitos inexistentes, sino de analizar un patrón: Cuenca lleva demasiado tiempo regida por los mismos esquemas, los mismos liderazgos y las mismas recetas, mientras la realidad de la provincia se deteriora.
Ese personalismo ha impedido la renovación de cuadros, ha frenado la entrada de perfiles técnicos, ha consolidado un sistema de nombramientos funcionales al equilibrio interno y ha reducido la capacidad de innovación pública. Las consecuencias están a la vista.
Una provincia que pierde trenes: despoblación, aislamiento y fracaso estratégico
Cuenca es una de las provincias más despobladas de España y una de las que más población ha perdido desde los años noventa. No es casualidad. La falta de proyectos económicos sólidos, la ausencia de industria y la irrelevancia metropolitana de la capital han generado un entorno poco atractivo para jóvenes, empresas y profesionales.
El cierre del tren convencional Madrid–Cuenca–Valencia es el símbolo más evidente de este fracaso.
No solo se perdió una infraestructura crucial para la vertebración territorial; se perdió la oportunidad de convertirla en un eje de desarrollo sostenible, de movilidad y de cohesión provincial. A cambio, se ofrecieron proyectos de dudosa viabilidad que no han compensado el impacto económico ni social de la decisión.
Dependencia económica crónica
La provincia ha vivido de:
- Proyectos anunciados y nunca ejecutados
- Incentivos dispersos con bajo retorno
- Turismo poco diversificado
- Agricultura sin transformación agroindustrial
- Fondos europeos sin una estrategia global que los articule
Cuenca no crece porque no se le ha permitido construir una economía productiva moderna, sino que se la ha mantenido en una dependencia crónica de decisiones políticas externas y de anuncios de efecto inmediato pero impacto limitado.
Un urbanismo a la deriva
La capital tampoco escapa al diagnóstico. Su urbanismo carece de visión metropolitana, de una política de movilidad coherente y de una estrategia de suelo adecuada a los tiempos actuales. Ni se han aprovechado sus potencialidades culturales y patrimoniales ni se ha generado un ecosistema económico que permita fijar población.
Empobrecimiento del debate público
La fragilidad del periodismo local —dependiente en exceso de financiación institucional— y la ausencia de una sociedad civil fuerte han provocado que el debate político en Cuenca se reduzca a polémicas episódicas, réplicas rutinarias y una sucesión de discursos sin profundidad.
No hay contraste de ideas, no hay evaluación independiente de políticas públicas, no hay control ciudadano real.
¿Puede Cuenca salir de este círculo?
Sí, pero exige cambios profundos y no meras sustituciones de nombres. La provincia necesita:
- Un plan estratégico 2035, con indicadores medibles y metas concretas.
- Una administración profesionalizada, con perfiles técnicos más allá de las lealtades.
- Renovación política auténtica, no cosmética.
- Política de infraestructuras basada en evidencia, no en expectativas infladas.
- Un giro económico hacia la agroindustria, la innovación y la economía verde.
- Alianzas con universidades, centros de investigación y tejido empresarial nacional e internacional.
- Un nuevo liderazgo social, que salga de la ciudadanía, de emprendedores, de asociaciones y de quienes aún creen que Cuenca puede ser mucho más de lo que hoy es.
El momento de decir basta
Cuenca no puede permitirse otra década más de pasividad. No puede seguir atrapada en un modelo político de círculos estrechos y personalismos eternizados. Es urgente que la provincia recupere ambición, pensamiento estratégico y una administración que trabaje para el futuro y no para la perpetuación del presente.
La mala conducción política y económica no es un destino. Es una elección.
Y ha llegado el momento de elegir otra cosa.
Análisis correcto y verdadero, propuesta de solución evidente y lógica. Realización de la solución dudoso, lamentablemente!