El que Catalunya es el conejillo de indias de lo que queda de España creo que, pocos que conozcan la especial idiosincrasia de una gran parte del pueblo catalán, podrían desmentirlo. Y cuando hablo de conejillo de indias me refiero, naturalmente, a la calidad de sujeto de experimentos y, en concreto, de experimentos sociales y políticos. No hay duda de que, en este país, es donde antes y con más entusiasmo se aceptó y promocionó la admisión y la tolerancia de la homosexualidad como una condición natural de la persona, que se ha de admitir, quieras o no, como una cosa normal, una opción sexual que se la ha de favorecer y, por supuesto, equiparar, sin discriminación alguna, con la heterosexualidad. Tampoco revelo nada nuevo si digo que, en Catalunya, quizá junto a la comunidad andaluza, es donde la izquierda está más arraigada y el lugar de toda España en el que se continúan manteniendo, con más radicalismo y reconcomio, las heridas morales causadas por la Guerra Civil, quizá porque, precisamente en ella, se cometieron los desafueros más sangrantes por parte de separatistas y anarquistas. Con ello quiero decir que siempre ha sido un terreno abonado para que, en ella, las ideas más “adelantadas”, los sentimientos más inconformistas, los espectáculos más obscenos, la moralidad más relajada y la permisividad, en cuanto a las desviaciones sexuales, hayan sido más aceptadas, divulgadas y comprendidas; todo ello acompañado de un rechazo endémico hacia la religión católica, sus ministros y los que la profesan, que tuvo su máxima expresión en los comienzos de la República del frente popular y se extendió durante la guerra y, podemos decir sin incurrir en falsedad alguna, que ha tenido su continuidad desde entonces si bien, cuando se ha vuelto a manifestar con más virulencia, ha sido después de que el señor Zapatero les diera manga ancha a los catalanes para que reanudaran aquello que quedó interrumpido cuando el general Franco ganó la guerra.
Ante la irrupción en la política catalana del Tripartit, una coalición de izquierdas trufada de nacionalismos, muchos nos pusimos las manos a la cabeza recelando que, de tamaña mezcla, no se derivarían más que problemas para los ciudadanos y, especialmente, para este grupo de españoles que no nos resignamos a renunciar a serlo. Con todo, deberemos reconocer que cualquier suposición, augurio o mal sueño que tuviéramos respecto a la actuación de los nuevos dirigentes de la Generalitat, ha quedado superado, acrecentado y elevado a la enésima potencia por la realidad. De hecho, se puede decir que han conseguido transformar esta tierra en un apéndice avanzado de la Venezuela del señor Chávez, sólo que sin su petróleo.
Es ya clásico que estos que se erigen en defensores de las libertades, de los pobres y de la intervención de la Administración en la enseñanza, la justicia y la vida privada de los ciudadanos, raramente pueden evitar caer en el intervencionismo, el dirigismo y el más estricto control de la ciudadanía; de modo que, toda la pretendida libertad que su demagogia pueda ofrecer en su etapa anterior a alcanzar el poder se convierte, por arte de magia, al alcanzarlo, en una cascada de normativas, leyes, controles e intromisiones en el ámbito de la propiedad privada, que acaban por agostar cualquier intento de respirar el aire puro de la libertad y del ejercicio de los derechos individuales, que cualquier español pudiera esperar de la Constitución que todos nos dimos en 1987 y que, Dios sabe por qué motivos, parece que si no de derecho, al menos de hecho, ha desaparecido de la escena jurídica española, dinamitada por aquellos que, una vez en el poder, pretenden perpetuarse en él, metiendo a los ciudadanos en el puño de las restricciones y la limitaciones para el ejercicio de sus legítimos derechos.
Si en el tema de la lengua ya hemos entrado en la fase de exterminio del castellano, no es menos cierto que, en el aspecto de sus pretensiones de emancipación de España, el señor Carot, con el beneplácito del señor Montilla está cavando con esfuerzo la zanja para separarnos de ella definitivamente, abriendo “embajadas” por todos los países que piensan que, por ignorancia, por desconocimiento de nuestra realidad o por analfabetismo geográfico, puedan creerse que Catalonia es algún estado de la India con el que conviene negociar. Claro que los millones de gasto que ello comporta salen de la famosa “financiación” con la que España les ayuda a que trabajen en su separatismo.
Pero, así y todo, lo que verdaderamente resulta anecdótico, para no calificarlo de otra forma, es que, en la Consellería de Interior, en aquella que tiene a su cargo la seguridad de los ciudadanos y la que debiera estar más interesada en que se cumplieran las leyes, han situado un Conseller, el señor Saura, que es el paradigma de los antisistema. Un comunista más preocupado por imponer sus ideas proletarias que en desalojar a los okupas que invaden la propiedad privada o en erradicar, de determinados barrios, la venta de drogas y los drogadictos que impiden que sus habitantes puedan gozar de tranquilidad en sus casas o en que se elimine se elimine la epidemia de hurtos, que se han convertido en algo endémico y corriente en diversos barrios de Barcelona o que, en lugar de prohibir manifestaciones a favor del terrorismo ( que terroristas son los elementos de Hammás) las apoye y asista a ellas, sin que sea capaz de impedir que un sujeto encapuchado exhibiera una pistola durante su celebración.
Pero es tal la bilis proletaria de la que llegan a estar imbuidos estos comunistas, que ya no saben que inventarse para poner dificultades a los conductores de coches y motos. Por si la industria automovilística no estuviera suficientemente golpeada por la crisis, nos sale el Gobern y, con él, el señor Saura, con nuevos inventos. Por si ni fue una cacicada inútil, sí, repito, inútil, señora Geli porque, lo cierto es que no han conseguido demostrar que la polución de Barcelona haya mejorado; si no hubieran conseguido que las carreteras de entrada a Barcelona, con la limitación de velocidad a 80 k/h, se convirtieran en una caravana de coches a paso de patinete, ahora han querido dar una vuelta más de tornillo y se han sacado de la manga la posibilidad de que, a su libre albedrío, gastándose una fortuna en paneles y radares, la velocidad de las vías de entrada a Barcelona fluctúe a la baja cuando ellos estimen que así convenga. Ya pueden imaginarse el efecto nefasto de una medida que no va a hacer más que exigir a los conductores una atención constante a los paneles para adecuarse, cuando uno menos se lo piense, a la velocidad que los vigilantes de la Jefatura de Tráfico consideren conveniente o divertido ordenar. Un abuso, una patochada y una jugarreta más a costa de los sufridos conductores que, lo único que desean, es llegar a su trabajo, a sus obligaciones o a sus puntos de destino con tranquilidad y sin tener que estar pendientes, a cada tramo de kilómetros, de si cumplen con la velocidad de 80ks o van a la de 30k. Como siempre, la necesidad de más recaudación y el sistema Gran Hermano, son los que justifican esta vigilancia agobiante sobre la ciudadanía que, impávida, permite que un día y otro se le recorten sus derechos y libertades.
Miguel Massanet Bosch