El poeta romano Juvenal dejó escrito, en sus Sátiras, el siguiente pensamiento: “El niño es acreedor al máximo respeto”. En efecto, nadie puede negar a estos seres, tan indefensos durante la primera etapa de su vida, el derecho a que no se los utilice como juguetes para participar en actos de mera fanfarria, de ostentación de un ideario político determinado o de una farsa mediática. Y es que es curioso como, en determinados colectivos refractarios a la religión cristiana, caracterizados por su anticlericalismo agresivo y beligerantes en la defensa de las libertades sin limites, tanto en cuestiones de índole social , moral o, incluso, en defensa del liberalismo librepensador; estén tan obsesionados por querer sustituir los ritos propios de la Iglesia católica por otros que sólo se pueden entender como un intento de suplantar la liturgia de la religión por otro tipo de ceremonia de tipo laicista, desprovista de todo significado espiritual, como si se quisiera establecer un culto al laicismo ateo o, acaso, como una más de las sátiras obscenas a las que los de la farándula nos tienen tan acostumbrados. En todo caso, no sé lo que ustedes podrán pensar al respeto, pero resulta irritante este empedernido intento de las izquierdas resabiadas de insistir, una y otra vez, en denigrar todo lo que pueda significar una reminiscencia de esta moral cristiana que heredamos de la civilización romana y que tantos siglos ha venido perdurando, a pesar de los incesantes intentos de una parte de la sociedad de sustituirla por otro tipo de adoctrinamientos, de tipo profano y materialista.
En todo caso, aunque conociendo a los protagonistas del suceso, era evidente que se podía esperar algo semejante de ellos y de su derranchado concepto de lo correcto y oportuno, no deja de ser un espectáculo insólito y fuera de lugar, si se me permite el comentario, esto de pretender hacer una sandez semejante, intentando simular un “bautizo” canonizado como “progresista”, para suplir al verdadero sacramento católico y, todo ello, con la apariencia de ser un desafío a la Iglesia y un evidente intento de banalizar y frivolizar una ceremonia de tanto arraigo y significación para los católicos. No dudo que Cayetana Guillén Cuervo, hija de dos notables actores, tenga su propia manera de pensar respecto a la religión lo que, por supuesto, respeto; no obstante, lo que no me acaba de encajar en este puzzle es que haya montado un tinglado semejante para ponerle un nombre a su hijo ( recuerdo que a un nieto de Paco Rabal se le puso por nombre Liberto, sin necesidad de darle tres cuartos al pregonero) y, como ella ha dicho: “darle la bienvenida a una vida laica y democrática” como si los bautizados por la Iglesia no fueran, por este simple hecho, tan demócratas como los demás.
Sin embargo, es tal la obsesión que toda esta casta del espectáculo tiene en contra de todo lo que tenga el cariz de catolicismo y el marchamo de moral cristiana, que se ven obligados a escenificar su reprobación, como se esmeran en hacer, con más empeño que resultados, muchos de los miembros de la farándula, en las frecuentes ocasiones en las que, con toda impunidad, hacen burla, escarnio o afrenta de la religión y sus ministros en los teatros, televisiones, cines o demás medios de comunicación, públicos o privados; sin tener en cuenta la sensibilidad de muchos millones de ciudadanos que discrepan de sus ideas y que tienen el derecho a que sus creencias sean respetadas, precisamente por estar en lo que se considera una democracia, aunque, a la vista de las cosas que vienen sucediendo en este país, ya somos muchos los que empezamos a sospechar que hemos dejado de serlo y que, este Gobierno socialista, se está empezando a parecer, con inquietante similitud, a los antiguos regímenes de la Europa del este.
No es nuevo, ni nos puede escandalizar, que en el sector progresista se produzcan hechos chocantes, como ha sucedido con los famosos matrimonios entre homosexuales, a los que se les ha pretendido dar la impronta de una alternativa al matrimonio heterosexual, a pesar de constituir una aberración contraria al espíritu que siempre ha presidido, tanto los matrimonio canónicos como los civiles, celebrados entre hombres y mujeres, basados en la conjunción de ambos géneros para constituir una familia y engendrar hijos. Es evidente el empeño de los colectivos de gays y lesbianas en conseguir del Gobierno, con la eficaz ayuda del señor Cerolo, que se utilizase precisamente el término “matrimonio” para calificar este tipo de “arrejuntamientos” o llámenlo como quieran, entre dos seres humanos del mismo sexo. En realidad, como suele ocurrir con la gente rarilla, no es más que un trágala impuesto a los católicos con el afán de revanchismo que han ido acumulando durante los muchos años en los que, este tipo de “amores”, han estado proscritos por la sociedad.
Claro que, no podemos despreciar la gran habilidad de las gentes que viven de las subvenciones estatales para conseguir aparecer en TV’s y en las revistas del corazón con el intento de mantenerse en el “candelabro”, como diría la inefable Sofía Mazagatos. Un bautizo al estilo normal seguramente no hubiera llamado tanto la atención de los morbosos devoradores de las noticias de las revistas amarillas; pero una “exclusiva” de un sistema novedoso de, como dice el figurín de los gay, señor Ceroso, “aceptar a un nuevo ciudadano”, aunque sea utilizando un medio no homologado para tal ceremonia, siempre es algo que llama la atención y que, con toda probabilidad, ha alimentado con un buen puñado de euros las faltriqueras de los felices padres de la criatura. Lo malo es que, despreciando que tenemos en España más de 4.300.000 parados, la nueva ministra de Cultura, la señora González Sinde, que de eso sabe mucho, no ha dudado en subvencionar al cine español ( se dice que, especialmente, a sus amigachos y familiares) con una sustanciosa tajada del Presupuesto nacional ( este con el que quisieron engañarnos los socialistas, diciéndonos que íbamos a crecer, como mínimo, un 1’6% y vamos por el 3% negativo), ocho millones de euros. Hay que decir que, como se ha puesto de punta con los internautas, con la pretensión de cobrarles hasta el aire que respiran, le han llevado a los tribunales acusándola de clientelismo. Así como está la Justicia no creo que saquen nada en limpio, pero bien está que se le recuerde, a la flamante ministra, que está en su puesto para favorecer a la cultura en general y no a los paniaguados de turno. ¡Qué vicio tan feo tienen estos señores que pretenden sacar provecho de la política, en lugar de hacer que se beneficien de su gestión todos los ciudadanos! En todo caso, señores, vean en lo que han sabido convertir a España, todo estos que prometían el bienestar y el pleno empleo.
Miguel Massanet Bosch