(Publicado en Expansión-Reggio´s, aquí)
OPINIÓN: VISIÓN PERSONAL
Europa se afana en construir castillos en el aire. Persigue con ahínco un sueño de estabilidad despreocupándose por entero del crecimiento. Razona como si pudiera hacerse abstracción de esta variable fundamental a la hora de asegurar el equilibrio presupuestario o financiero. Como si la actividad económica derivase automáticamente de la mera cuadratura de las cuentas públicas y del saneamiento de los balances bancarios. Craso error de apreciación como las perspectivas del FMI se encargan de ilustrar. Mientras no nos tomemos en serio el objetivo de crecimiento, la senda del ajuste se tornará día a día más empinada y resbaladiza.
Se aplican sucesivos parches sin perspectivas de resolver los problemas de fondo. ¿De qué sirve tapar unos agujeros bancarios que el entorno recesivo se encargará de reabrir de nuevo? ¿De qué sirven unos intentos de consolidación fiscal frustrados por la contracción de la actividad y la consiguiente caída de los ingresos? Cual Sísifo, Europa acarrea penosamente una pesada carga que una vez y otra acaba rodando cuesta abajo hasta la casilla de partida.
Al poner así la carreta antes de los bueyes, no cabe esperar avance alguno. A quienes desfallecen se les prescribe una sangría, pues a eso equivale un rescate, agudizando su debilidad. Cumbre tras Cumbre se perfilan nuevas modalidades de intervención destinadas a mantener al enfermo en cuarentena.
Pero el mal de fondo sigue enquistándose. Nadie se para a pensar que el cúmulo de desequilibrios, por más que provengan de las alegrías previas a la crisis, sólo puede resolverse con un despegue efectivo de la actividad. Tarea ciertamente imposible de acometer desde una perspectiva estrictamente nacional.
Que resulta indispensable acometer profundas reformas en casa para revitalizar la competitividad y reducir las trabas a una asignación más eficiente de recursos nadie lo duda. Pero fiarlo todo a esa carta implica resignarse a un prolongado proceso de severos ajustes a corto para hipotéticos resultados a largo. En el camino se sacrifican niveles de producción y renta que dificultan todavía más el buen fin de la operación.
Mientras se impone una agenda de renuncias, el sostenimiento de la actividad y el empleo queda relegado a un segundo plano. Todo lo más, se diseñan planes alicortos de infraestructuras para salvar las apariencias. Nadie plantea la necesidad de abordar el crecimiento como meta común prioritaria.
Resulta bastante revelador de esta miopía colectiva que la principal economía, que dispone de márgenes más que suficientes para expandir su demanda doméstica, se permita instaurar una política de estabilidad presupuestaria que impone una presión añadida sobre sus socios en dificultades. Italia y nosotros pagamos en estos momentos los platos rotos. Pero de proseguir la tendencia, no tardará Francia también en sentir de lleno las consecuencias.
Instaurar una política económica adaptada a las necesidades de la eurozona en su conjunto, constituye un objetivo tantas veces proclamado como sujeto a olvido. Tan sólo el BCE ha ofrecido muestras de su voluntad de cerrar la brecha, por más que sus esfuerzos se hayan limitado en esencia a inyectar una masiva liquidez para evitar el colapso de la banca y del crédito. Incluso su plan de rescate del euro sosteniendo la deuda de los países en apuros, evita cuidadosamente involucrarse de lleno en la tarea sin mediar un esfuerzo de solidaridad de las economías en mejor situación. Bien poca cosa si se compara con la decidida actitud del FED o del Banco de Inglaterra en apoyo del crecimiento. Defender la deuda sin límites ni se cuestiona en estos países anglosajones, actuando las autoridades monetarias de garantes de último recurso del sistema en su más amplia acepción.
No cabe engañarse. Mientras no se aprovechen los márgenes presupuestarios en los países que disponen de capacidad para ello, mientras el banco emisor no actúe sin cortapisas cercenando los brotes de desconfianza en la capacidad europea para salir del actual atolladero, no cabe albergar demasiadas esperanzas en recomponer las piezas rotas. Mientras los problemas del vecino no se perciban como propios, seguiremos instalados en una crisis permanente.
Juan Pedro Marín Arrese. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid. Economista del Estado, Profesor del IEB. Director de Relaciones con la Unión Europea, SEPI.