"Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora que es la tragedia de no querer luchar por superarla." Albert Einstein.
Probablemente hubo un tiempo en el que, la indefensión de los trabajadores ante los grandes empresarios de la industria, pudiera justificar el que, sometidos a la dura ley de sus patronos, no tuvieran otra salida que la huelga o la revolución, con todas sus consecuencias sangrientas y expuestos a que los gobiernos que sucedieran a los derrotados por el "pueblo", tuvieran la tentación de adoptar políticas todavía más totalitarias y opresoras que aquellas a las que habían combatido, con el señuelo de librar a los ciudadanos de la dictadura capitalista. Según el economista británico Robert Maltus (1.766-1.834), en plena revolución industrial, la progresiva depauperación de pueblo estaba en razón directa a la progresión de los nacimientos en proporción geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia lo hacía sólo en progresión aritmética. Sin duda, la tajante máxima de la "ley de bronce de los salarios", teoría económica de finales del siglo XVIII y principios de siglo XIX, ponía en evidencia que, el aumento de población, solía propiciar que los salarios tendieran a reducirse al nivel mínimo, el que correspondía a las necesidades mínimas de subsistencia de los trabajadores. Pero eso, en los tiempos actuales, ya no funciona ni se justifica en aquellas situaciones extremas de miseria y pobreza, que dieron pábulo a aquellas teorías derrotistas.
En efecto, hoy en día podríamos decir sin temor a equivocarnos, que quienes tienen en sus manos y manejan a su antojo y beneficio sin que, necesariamente, se promuevan para beneficiar a los trabajadores que las llevan a cabo, son los Sindicatos llamados de clase. Los que hemos tenido responsabilidades en temas laborales, hemos tenido ocasión de comprobar las grandes diferencias existentes en la negociaciones a nivel de empresa, no sólo en cuanto al hecho de que la cercanía de los problemas a resolver los hacía más asequibles para ambas partes, sino porque quienes negociaban sabían, de primera mano, las condiciones reales, económicas y financieras, en las que se encontraban las empresas y sus posibilidades de ceder más o menos a las peticiones de sus trabajadores. Algo muy difícil de controlar en un convenio de ámbito mayor.
Desde hace años, los Sindicatos se fueron haciendo dueños de los llamados Jurados de Empresa o Comités de Empresa,, situando dentro de ellos a miembros de su propio sindicato de modo que, finalmente, los trabajadores quedaron en manos de los grandes centrales sindicales, en concreto, de CC.OO o de UGT; que han sido las que han intentado, por simples motivos de economía de medios, el que los convenios pasaran de ser de empresa a ser sectoriales, autonómicos o nacionales, lo que les ha dado más posibilidades de conseguir más dominio sobre los trabajadores a los que, fácilmente, con la colaboración de sus infiltrados, podían orientar en el sentido que les convenía.
Lo cierto es que, actualmente, los sindicatos se han convertido de hecho en una parte más de aquellos partidos políticos con los que simpatizan y de los que consiguen apoyo. Así, el sindicato de la UGT es carne y uña del PSOE y CC.OO lo es del PC; lo que, como hemos podido comprobar durante las dos legislaturas en las que el PSOE estuvo en el poder los mantuvo, prácticamente, inoperantes procurando, a pesar del desorbitado paro que se produjo, no soliviantar la situación evitando perjudicar al gobierno socialista. Hoy en día, sin embargo, con un gobierno de signo contrario, y ante una situación de desempleo masivo, parece que el objetivo de ambos sindicatos, curiosamente unidos por el empeño común de derrocar al Gobierno y el de defender sus subvenciones y prebendas; cuando es evidente que sus habituales clientes, los trabajadores, han dejado de confiar en ellos para que les solucionen sus problemas laborales; han decidido politizarse con la pretensión de que, sus amenazas y desplantes, obliguen al Ejecutivo a variar su política general ( no sólo en el aspecto laboral), intentando que las manifestaciones y huelgas se produzcan en las calles para, con ello, causar temor; crear molestias en trasportes y en la circulación;, impedir el libre tránsito de mercancías; estorbar y amenazar con piquetes violentos a los trabajadores que quieren ir libremente al trabajo y manteniendo una postura agresiva que consiga crear un ambiente de inseguridad generalizada que pueda beneficiar a sus proyectos de desestabilización de la nación.
Lo que sucede, lo que parece que no han tenido en cuenta, es que hay un sentimiento generalizado en contra de unos Sindicatos anclados en la vieja lucha de clases; con unos argumentos y tópicos obsoletos y unos dirigentes inamovibles, obcecados en sus propuestas jacobinas, hoy sin sentido alguno. Una postura que, si en un tiempo tuvieron efecto para darle la vuelta a una situación de miseria de los trabajadores; en la actualidad, han dejado se ser válidas, resultan inoperantes y llevan el peligro de crear unas falsas expectativas, entre la gente poco informada y de baja cultura, que pudieran constituir una semilla revolucionaria, fácilmente manejable por los habituales provocadores, antisistema, agitadores profesionales y anarquistas, siempre dispuestos a aprovechar la más mínima ocasión para llevar a cabo sus fechorías.
La simpatía que, en un principio, pudieran causar estas manifestaciones de protesta y rechazo por determinadas políticas y situaciones que tuvieran una evidente repercusión social, una vez que se van convirtiendo en algo cotidiano, que, especialmente, en las grandes ciudades, se convierten en algo endémico, molesto, perturbador, nefasto para el comercio y enervante por quienes, ajenos a la cuestión que se ventila, se ven condicionados, en su vida cotidiana, por las algaradas callejeras, las quejas, los paros del transporte de superficie y de los metros etc., algo que, para muchos, se ha convertido en una verdadera gymkhana, una proeza y un motivo de estrés y mal humor, que acaba predisponiéndoles en contra de cualquiera de estas actuaciones anómalas.
Y uno se pregunta si tanta protesta, tanto funcionario en la calle demandando que se le escuche o tantos grupos de improvisados entendidos, como es el caso de los del 15M (Los Indignados) o tantos otros que tanto vienen proliferando desde hace unos meses, ¿no tendrán otra cosa mejor que hacer, algo mejor en lo que utilizar su tiempo, estudiar, por ejemplo; que el de acampar en las calles, molestar al comercio o destruir escaparates, quemar contenedores o asuntar a la gente que pasea tranquilamente por las aceras?. Lo que ocurre, como decía Isaac Asimov "La violencia es el último recurso del incompetente" es que esta frase se refiere a todo tipo de violencia, que puede ser física o psíquica, ambas con parecidos efectos. Pretender conseguir algo, aunque sea justo, utilizando medios ilegales, desproporcionados, coercitivos o contrarios las prácticas democráticas e insistir en ello hasta convertirlo en algo desagradable, ominoso, reiterativo y molesto para el resto de la sociedad; acaba causando el efecto contrario a aquello que se pretende conseguir. O esta es, señores, mi opinión respecto a esta moda sindical de amargarnos nuestros paseos por las ciudades.
Miguel Massanet Bosch
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