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La indignación proscrita (por Fernando Savater)

Publicada el febrero 8, 2013 por admin6567
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Todas las protestas despiertan simpatía, excepto las de las víctimas de ETA

Fernando Savater (Publicado en El País, aquí)

En la España actual, la indignación es un sentimiento bien visto y que
despierta anchas simpatías. No me refiero solamente a los indignados del 15-M,
de los que solo oigo hablar con admiración teñida de nostalgia: ya está claro
que son —o fueron, o serán— la sal de la tierra. Pero la ola airada va mucho más
allá y por desgracia la cenagosa actualidad política que vivimos parece
garantizar su perpetuación multiforme. Por ejemplo, a las dos horas de aparecer
en este periódico la contabilidad autógrafa y clandestina atribuida al turbio
Bárcenas, ya estaba en volcánica marcha la recogida en Internet de firmas
pidiendo la dimisión en bloque de toda la cúpula del PP. ¡Para qué más
averiguaciones, ni presuntos ni leches: todos a la calle o mejor a la cárcel!
Santa y comprensible cólera, como la de los damnificados por las preferentes,
los profesionales de la sanidad pública amenazada o los usuarios de las
urgencias clausuradas, por no mencionar a quienes abominan de una educación
recortada que va a disputar a los jíbaros el triste récord en achicar
cabezas…

Ya digo, se compartan más o menos los detalles de estas manifestaciones de
descontento, toda la gente de bien y progreso siente por ellas comprensión o
franca simpatía. ¡Qué menos, en vista de la que está cayendo y lo que se están
llevando! Ah, pero hay una indignación, al menos una, quizá solo una, que recibe
menos sufragios positivos que recelos en la opinión pública progresista. Me
refiero a la indignación de las víctimas del terrorismo etarra. Sus protestas
más o menos destempladas, sus muestras de desacuerdo con la política seguida por
partidos e instituciones respecto a los presos de la banda o a los herederos
políticos de esta, son vistas con incomodidad en el mejor de los casos y con
franco desagrado en el peor. Se las avecina con la parcela poco recomendable de
la extrema derecha y se deplora su intransigencia, incluso su obnubilación.

Las protestas ciudadanas y manifiestaciones de descontento
despiertan comprensión y simpatía entre las gentes de bien y de
progreso

Los más caritativos suponen que alguien —la versión actual de la clásica
conspiración judeomasónica de toda la vida, supongo— está manipulando sus
sentimientos, pues por lo visto las víctimas son más manipulables que cualquier
otro grupo de indignados. Los más agresivos no se recatan en llamarles
“vengativos” y deploran que sean un obstáculo para conseguir por fin la paz.
¡Ay, la paz! Parafraseando a Madame Roland, ¡cuántos crímenes se perdonan o se
olvidan en tu nombre!

A fin de cuentas, tanto si se comparten como si no, los motivos de
indignación de las víctimas son fácilmente homologables a otros mejor aceptados
por la gente que, con disculpable autoindulgencia, se considera progresista. A
la mayoría de las víctimas les irrita ver legalizado un partido político formado
por quienes siempre han apoyado a ETA, han repudiado sistemáticamente todas las
medidas antiterroristas (desde la Ley de Partidos hasta las últimas detenciones
de activistas armados), comparten los objetivos políticos de la banda y, aunque
proclaman su renuncia actual al uso de la violencia, nunca han condenado su
sanguinario ejercicio en el pasado. ¿Reconocen el daño causado? Bueno, los
terroristas ya saben que hacen daño, precisamente para eso son terroristas.
Encuadran estos perjuicios en el amplio marco de un conflicto del que no son
responsables y en el que también ellos han padecido, como los demás. ¿Es pura
intransigencia el enfado de las víctimas? Imaginemos que en lugar de crímenes
terroristas estuviésemos hablando de delitos de corrupción económica y de un
partido que los ha justificado en el pasado, que no los condena hoy y que acoge
a quienes los cometieron disculpándolos por las circunstancias políticas
generales, aunque —¡eso sí!— prometiendo no volver a las andadas. ¿Nos
extrañaría que despertase la indignación de muchos, sobre todo de los más
damnificados por tales latrocinios?

La indignación de las víctimas del terrorismo etarra, en
cambio,  son vistas con incomodidad o con franco desagrado

También enfurece a las víctimas el intento de establecer una especie de
memoria oficial de lo sucedido en las últimas décadas que parece diluir el
terrorismo en una niebla de atropellos generalizados de distinto signo. Sobre
ciertas cuestiones es mejor dejar la palabra a los historiadores, no tratar de
pactar una verdad única entre quienes han padecido y protagonizado los sucesos
en litigio. Como bien dice Tony Judt: “El verdadero problema es que cuando una
comunidad habla de ‘contar la verdad’ no solo pretende maximizar con su versión
su propio sufrimiento, sino que a la vez minimiza implícitamente el sufrimiento
de otros” (Pensar el siglo XX).

Para quienes deben convivir, a la espera del dictamen o los dictámenes de la
historia, el mejor punto de acuerdo es el respeto a la ley y la aplicación de la
justicia. Las víctimas tienen motivos para suponer que se les quiere hurtar tal
compensación: la cámara vasca acaba de rechazar, con los votos de PNV, PSE y
EHBildu, la petición de que inste al ministerio correspondiente a esclarecer
cuanto antes los 326 crímenes de ETA aún sin resolver. Por lo que algunos
aseguran, ese apremio no ayudaría en el momento presente… Imaginen que se dijese
algo parecido respecto a los asuntos de corrupción aún pendientes, los cuales
—por graves que sean— son de menor gravedad que los asesinatos y atentados. ¿No
se levantarían voces indignadas? Es este contexto el que explica las protestas
sublevadas por el nombramiento de Jonan Fernández. Sin prejuzgar sus
intenciones, es evidente que ni en el pasado ni en el presente se le conocen
pronunciamientos a favor de que los culpables de actos terroristas se
reconcilien no con sus víctimas —algo deseable pero que pertenece al reino de lo
subjetivo— sino con la objetividad democrática de la legalidad y sus sentencias.
De ahí la desconfianza preventiva que despierta.

Si resulta indecente tolerar la corrupción económica
alegando que “todos han incurrido en ella”, menos aceptable es aun dar carpetazo
a delitos de sangre

 Y desde luego está el tema de los presos, juzgados y condenados por delitos
terroristas. No sé si, como insinúan algunos correveidiles sectarios, hay
víctimas que les niegan su derecho constitucional a la reinserción. Lo que
resulta evidente es que ETA no quiere que disfruten de él. Es la fidelidad a los
dictados de la banda (transmitidos verosímilmente por algunos abogados que
pueden llegar hoy a senadores) lo que les impide cumplir los requisitos que
legalmente les permitirían alcanzar beneficios penitenciarios individuales. ETA
quiere reinsertarse socialmente a costa de ellos y que cuanto alcancen sea como
batallón y por fidelidad a sus méritos de guerra. Fue eso precisamente lo
solicitado en la manifestación de Bilbao, organizada por la actual variante de
Batasuna y apoyada por notorios figurones del retroprogresismo hispánico.
Consistió en una reivindicación de los presos en cuanto bloque sin fisuras al
servicio del terrorismo, no de sus derechos como penados que solo mutilan
quienes les manipulan. Y para colmo, a quienes se oponen a esta exaltación del
delito se les llamó en ese mismo acto “enemigos de la paz”…

Desde luego, las víctimas del terrorismo —que no todas piensan igual— pueden
equivocarse como cualquiera. Pero lo indiscutible es su derecho a indignarse
como tantos otros colectivos que se consideran injustamente tratados. Si resulta
indecente tolerar la corrupción económica con la excusa de que “todos han
incurrido en ella”, aún menos aceptable es tragar la corrupción moral que
pretende dar carpetazo a delitos de sangre por aquello de que “todo vale con tal
de que no vuelvan a matar”. ¿O es que vamos a aceptar que hacer la vista gorda
ante latrocinios públicos puede hundir al país, mientras que recompensar a los
justificadores y beneficiarios políticos de crímenes es el camino para
consolidar la paz?

Fernando Savater es escritor.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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