EDITORIAL
La ministra no puede seguir perjudicando al presidente con su presencia en el Gobierno
El presidente del Gobierno ha renovado públicamente su confianza en la
ministra de Sanidad, Ana Mato, precisando que lo hace porque le parece “justo”.
Mariano Rajoy se enfrenta así a la oposición, a la mayoría de la opinión pública
e incluso a sectores de su partido que presionan para que Mato abandone el
Gobierno. La ministra se ha convertido en un lastre para la cúpula del PP,
sobrada de problemas. Debería retirarse con urgencia del primer plano, aunque
solo sea por no perjudicar más a su jefe político, Mariano Rajoy, que
manifiestamente no quiere o no puede tomar la iniciativa.
Un valor fundamental en un equipo de dirigentes es la lealtad. Pero eso no
debe traducirse en quedarse todos quietos hasta que escampe. La política
española tiene mucho que aprender en cuanto a hábitos y costumbres de los países
más democráticos. Un exministro británico, Chris Huhne, abandonó la política
hace una semana al descubrirse que había convencido a su mujer, 10 años atrás,
para que asumiera la pérdida de puntos por una multa de tráfico que le
correspondía a él. El laborista Peter Mandelson dimitió dos veces, una por no
declarar un préstamo recibido de un compañero, y otra por supuestas gestiones
para la concesión de pasaporte británico a un millonario indio. Karl-Theodor zu
Guttenberg, ministro alemán de Defensa, renunció por plagio en su tesis
doctoral, y ayer hizo lo propio la ministra de Educación, Annette Schavan, por
un caso similar. ¿Se trata de grandes delitos, enormes corrupciones? No: la
mayoría son conductas incorrectas, que la opinión pública no asume en las
democracias abiertas. Tampoco es insólito que el líder prescinda de su mejor
amigo, como hizo Bill Clinton en 1994 con su entonces jefe de gabinete (en la
práctica, el primer ministro en Estados Unidos), Mack McLarty, cuya amistad se
remontaba al colegio.
No hay duda de la lealtad de Mato a Rajoy, ni del éxito de la campaña
electoral que dirigió en 2011. Y es posible que se haya separado en 2000 de su
marido, Jesús Sepúlveda, y de ahí su resistencia a admitir que se haya
beneficiado del dinero dedicado por empresas de la trama Gürtel a regalos,
viajes y fiestas del matrimonio Sepúlveda-Mato. Pero ella no formalizó esa
separación hasta muchos años más tarde. Si no lo sabía (y eso ya la
descalifica), ahora ya sabe que los fondos con que se pagaban viajes y fiestas
tenían un origen sospechoso.
Ana Mato debería retirarse del Gobierno, sin prejuzgar culpabilidades o
inocencias futuras. No es la única que debería hacerlo, pero su caso es el más
claro en este momento. El jefe del Ejecutivo no puede seguir dedicando tanto
esfuerzo a defenderla cuando afloran gastos personales de políticos pagados por
presuntos corruptores. Como tampoco se entiende que la dirección del PP defienda
con tanto ahínco la nómina del exmarido de Mato a título de empleado del
partido, pese a su implicación en el caso Gürtel.