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¿Qué debate, qué nación? (por Carlos Martínez Gorriarán)

Publicada el febrero 20, 2013 por admin6567
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(Publicado en SesiónDeControl.com, aquí)

No se sabe de qué debate y de qué nación hablamos cuando se celebra el debate político más importante del año en el Congreso.

Tras más de un año ejerciendo de diputado ya estoy en condiciones de confirmar un tópico, a saber, que lo más raro del debate parlamentario es el debate. Y no porque los diputados detesten debatir, sino porque los hábitos y normas de la institución lo hacen muy difícil o lo convierten en un mercadeo de favores mutuos que poco tiene de intercambio de razones, deliberación, transacción transparente y suma de voluntades, que eso es el debate político parlamentario. Pero más allá de las deficiencias del reglamento y de las posibles del capital humano parlamentario, la decadencia y falta de vigor e interés del parlamentarismo español tienen causas reconocibles en el propio sistema de la Transición.

Con un sistema como el nuestro, donde la ley electoral permite aberraciones como que los 1,2 millones de votos de UPyD den para cinco escaños y los 0,3 de Amaiur para siete, y donde la mayoría absoluta significa disfrutar de una mayoría de bloqueo que paraliza todas las iniciativas legislativas que no agradan al Gobierno, es sumamente difícil que el Parlamento ejerza la función de representación popular que le da sentido, y desde luego puede despedirse de ejercer con eficacia su otra misión esencial: el control del Gobierno. Cuando abordemos el inevitable debate de reforma constitucional que el bipartidismo frena como puede, pero que el auge de la corrupción y la frustración ciudadana hacen ineludible, habrá que plantearse muy en serio corregir los defectos de un sistema político donde el Ejecutivo tiene un poder casi omnímodo si tiene mayoría absoluta, pues ésta se encarga de anular la autonomía del Legislativo, y no digamos nada de un poder Judicial empujado a la huelga para defender su funcionamiento autónomo.

No sé si existe una estadística de las resoluciones aprobadas por el Congreso que, teóricamente, obligan a actuar al Gobierno pero que, generalmente, éste ignora a conciencia. Sería de lo más interesante y animo a los politólogos en ciernes a ponerse manos a la obra. Para poner un ejemplo reciente, en la pasada legislatura el Congreso aprobó por unanimidad, en Comisión, una PNL de UPyD para acabar con los intereses de demora abusivos de los créditos hipotecarios, responsables en buena parte del crecimiento imparable de las deudas hipotecarias contraídas antes de la crisis y que ahora acaban en desahucio o en la consagración de la familia al pago de las cuotas.

Aprobar esa PNL significaba que el Gobierno, entonces al mando de Zapatero, debía remitir al Congreso, cuanto antes, un Proyecto de Ley que corrigiera ese abuso contractual. Pero no sucedió nada. Puede imaginarse la importancia que hubiera tenido haber aprobado a tiempo esa medida, junto con otras pendientes, para solucionar el drama y tragedia de los desahucios, y de paso prevenir el matonismo antisistema espoleado por los golpistas blandos que ahora nos amenazan a los diputados si no consagramos su ILP sin modificación alguna. Es decir, renunciando al debate y a la democracia.

No solo puede haber ritual

El debate sobre el Estado de la Nación que hoy y mañana transcurre en el Congreso no servirá para gran cosa si no pone el foco en las prácticas de deslegitimación de la democracia típicas del bipartidismo actual: la corrupción institucionalizada y el fallo de las instituciones, desde la Corona hasta el propio Congreso, que ni siquiera es capaz de obligar al Gobierno a que cumpla con sus obligaciones constitucionales en materia de iniciativa legislativa.

Como escribo el día antes, no me cuesta nada prever que el ‘debate’ irá en cambio por otras sendas muy diferentes: la autosatisfacción de Rajoy por el ‘deber cumplido’ a pesar del deber incumplido de cumplir sus compromisos; el boxeo teatral con Rubalcaba y la tradicional obsecuencia con los nacionalistas tradicionales, los socios deseados. El parlamentarismo tiene mucho de ritual, pero el problema es que no puede ser solo ritual y menos en una crisis sistémica que si algo necesita es debate en búsqueda de soluciones y salidas.

Y para terminar, nuestro debate de hoy tiene otra incógnita: ¿de qué nación se debate? La nación, como la gran institución democrática y no como etnia o tribu, es la gran perjudicada por el progresivo abandono de cualquier política digna de llamarse nacional durante los últimos lustros. No se sabe de qué nación se debate, aunque sí de que es una nación indignada cuyo futuro no está nada claro. Entre otras cosas, porque se elude el debate. Lo veremos de nuevo cuando los nacionalistas catalanes eludan hablar de su plan de secesión y Rajoy eluda pedirles cuentas por el mismo y adelantar medidas preventivas democráticas.

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