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El invierno gélido de la política en España (por Miguel Massanet Bosch)

Publicada el febrero 20, 2013 por admin6567
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"En las crisis políticas lo más difícil para un hombre honrado es, no ya cumplir con su deber, sino conocer cuál es éste" (L.G. de Bonald)

 

Hoy, señores, tiene lugar en la sede de la representación del pueblo el denominado "Debate sobre el Estado de la Nación". Un acto en el que Gobierno y oposición debieran hacer una reflexión profunda sobre cual es la verdadera situación social, financiera, económica y política de nuestro país. No vamos a entrar en lo que están discutiendo los distintos grupos políticos en el Parlamento algo que, seguramente, tendremos ocasión de tratar en futuros comentarios; pero sí podemos hacer de adivinadores para adelantar lo que es posible que sea lo que ocurrirá en este debate. En primer lugar, y no es preciso arriesgarse mucho en esta predicción, no se producirá lo que los españoles venimos pidiendo desde hace mucho tiempo y que, sin duda, sería la base de un importante avance en la recuperación de nuestra atribulada nación. Ni las declaraciones previas ni las posturas de la oposición pueden darnos esperanzas de que intenten llegar a acuerdos de gobernabilidad con el partido en el Gobierno, el PP.

Si quisiéramos establecer un símil de cómo se ha llegado a esta confrontación a cara de perro entre los dos principales partidos con implantación en nuestra nación podríamos decir que el señor Rodríguez Zapatero, como consecuencia de su política de Gobierno (en la que estuvo acompañado por el actual líder del PSOE, señor Rubalcaba) le entregó al señor Rajoy y su equipo, un país semejante al cuerpo de una persona despanzurrada a la que, para intentar salvarla, se le tiene que aplicar una cura improvisada, aunque ello signifique no poder esperar a trasladarla a un hospital en el cual se la podría haber atendido en mejores condiciones, con más medios y con un más preparado equipo de cirujanos. Cuando se le dijo al PP que el déficit público sería de un 6% a finales del 2012 (en realidad pasó del 9'5%); que las cuentas de las autonomías estaban cuadradas y que las deudas estaban pagadas; se cometió, sin lugar a dudas, la mayor traición que se puede hacer a un gobierno que empieza y la mayor deslealtad para con todo el pueblo español.

La inercia y el impacto de una gestión de siete años desastrosa, la deriva de una nación que ha caído en el ridículo internacional y la insensatez de continuar excediéndose en el despilfarro de los dineros públicos, sin querer admitir que se está en crisis; que se deben suprimir gastos públicos; que no caben inversiones que se sabe que no son sostenibles, es tan fuerte que no existen medios humanos y, menos para un Gobierno al que se le han ocultado los verdaderos datos del descalabro de los números públicos; que se puedan aplicar para contener los deletéreos efectos acumulados, por muy buena que sea la voluntad de quienes deban afrontarlos; por muchas que sean las promesas electorales que se hicieran o por lo radicales, restrictivas, traumáticas y aparentemente antisociales que sean los cambios, reformas, leyes, recortes, restricciones e impuestos que sean precisos adoptar para frenar aquella locomotora descontrolada arrastrando el tren de los desatinos del PSOE, que amenaza con descarrilar y arrastrar consigo a todos los pasajeros del tren hacia la gran catástrofe.

Cuando un Ejecutivo, en poco más de un año de Gobierno, ha tenido que poner de cabeza abajo toda la estructura de un país; se ha visto obligado a bregar a contracorriente con un paro creciente; ha debido enfrentarse con la desconfianza de los inversores, el agravamiento de la prima de riesgo y la locura de unos intereses imposibles de sostener, amén de verse precisado a acometer una reestructuración financiera de las cajas y bancos, como consecuencia de la especulación que se derivó de la burbuja inmobiliarias y, a pesar de todo ello, ha conseguido retardar el impacto, negociar aplazamientos, obtener financiación para las entidades financieras; restaurar en parte la confianza de inversores y rebajar la prima de riesgo que llegó a ser de 600 puntos básicos sobre la alemana; quizá se le puedan achacar ciertos fallos de comunicación, algunos retardos en aplicar leyes que debían de haberse puesto en marcha ya o no haber afrontado ciertos retos que, una gran parte de los afiliados y simpatizantes, le están reclamando; pero, en modo alguno, se le puede achacar que no haya hecho una tarea titánica, sin la cual, por mucho que griten sus detractores, se lleven las manos a la cabeza y propongan medidas, que todos sabemos que son irrealizables dentro de una Europa que no consiente que, las naciones que la forman, tomen derroteros que se alejen de las normas comunitarias, quienes no han sabido digerir su derrota en las urnas, reconocer sus errores pasados y comprender que no se hallan en condiciones de dar lecciones, imponer otras políticas o pretender imbuirse de una moralina que les autorice a sentirse superiores a los que han tenido que afrontar los resultados de sus dos legislaturas de gobierno.

Ha quedado en evidencia y, quien se niegue a reconocerlo faltará a la verdad, que de un tiempo a esta parte, determinadas fuerzas de la oposición de izquierdas, han desencadenado una verdadera batalla de insidias, acusaciones, descalificaciones, vigilancias ilegales, mítines callejeros, actuaciones de agitadores y conversión de actos culturales en plataformas para lanzar insultos, acusaciones, bromas de mal gusto e incluso, como hemos tenido ocasión de comprobar en los premios Goya, faltas de respeto para las autoridades asistentes, aplausos para los discursos revolucionarios y hasta una diatriba de una joven que no dudó en lanzar acusaciones falsas contra el sistema, por unos hechos que ocurrieron en un hospital de Viladecans, precisamente durante el gobierno de los socialistas. Evidentemente que parece que nadie se ocupa de atender los casos de corrupción que se dan en sus filas, el tráfico de influencias en el que están empapelados muchos de sus políticos y los sueldos escandalosos que están percibiendo muchos de sus miembros, algunos de los cuales no se sabe de donde proceden pero, claro está, contra todos estos ni la farándula ni los fiscales ni los jueces parece que estén interesados en investigar.

Ahora, los verdaderos responsable de la situación actual, se rasgan las vestiduras; sacan a la calle sus huestes para impedir los desahucios, claman desde la prensa, la TV, las radios y las tertulias contra las actuaciones del actual gobierno del PP y se atreven, en el colmo de la contradicción, la cara dura y la hipocresía, a pedir dimisiones como si ellos, durante todo su mandato, hubieran atendido ni una sola vez los ruegos de la oposición que les advertía del grave peligro de sus políticas erróneas. Un Rubalcaba que pasa por sus peores momentos dentro del PSOE y que se ve obligado a mostrarse como un extremista de izquierdas intenta, a toda costa, desestabilizar al actual gobierno dirigiendo, desde hace un tiempo, sus flechas emponzoñadas contra el señor Rajoy, la pieza más grande que pretende derribar aunque, mucho nos tememos, que sea demasiado bocado para una boca tan pequeña.

Lo cierto es señores que esta España, por mucho que nos duela el paro, los recortes, las restricciones salariales y toda la serie de incomodidades y limitaciones que la situación nos impone; no tiene otro camino que seguir aguantando y mantener la calma para que los tímidos atisbos de recuperación no sean un espejismo que nos obligue a retroceder, sino que sea la diminuta llama de esperanza que nos ayude a pasar el resto de este escabroso camino en el que estamos transitando. O así es, señores, como valoro yo nuestra actual situación.

Miguel Massanet Bosch

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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