Editorial UPyD (Ver aquÍ)

Un año después, Rajoy volvió a aludir a la herencia recibida, y justificó sus incumplimientos en el dato de déficit real que encontró al acceder al Gobierno. Debía de ser el único español que no sabía que el déficit real iba a ser muy distinto del anunciado por el gobierno de Zapatero. Debía de existir muy poca comunicación con los dirigentes de su partido que presiden aquellas Comunidades Autónomas (la mayoría) en las que el déficit se disparó sobre lo previsto. La realidad es que el PP hizo un programa para ganar las elecciones, no para gobernar. Y lo peor es que no tenían ningún plan alternativo.
Toda la intervención presidencial pareció pronunciada en 'neolengua', el idioma imaginado por Orwell en 1984 con el que el régimen totalitario de la novela tergiversaba la realidad. Quizás el mejor ejemplo sea que, como logro de la lucha contra el fraude, mencionó el resultado de la amnistía fiscal ("La lucha contra el déficit público también se completa con la lucha contra el fraude fiscal. La recaudación por este concepto superó los 11.500 millones de euros en 2012, y además se han aflorado bases fiscales por encima de los 40.000 millones"). También recurrió a un truco muy antiguo: como ya tenía pensado dibujar un panorama de recuperación incompatible con los hechos, recordó justo al inicio que hay seis millones de parados. Como si, por haber reconocido tal evidencia, todo lo que dijera después tuviera que responder a una valoración objetiva. No fue así en absoluto.
Rosa Díez, por su parte, hizo un discurso institucional, lleno de datos concretos y de propuestas de regeneración democrática. Pidió la refundación del Estado a través de un proceso constituyente, sin esconder la dificultad del propósito pero apelando a su necesidad. Fue un discurso duro porque la realidad es dura, pero que transmitía esperanza. El presidente, de nuevo, respondió a algo que no había dicho la portavoz de UPyD, alegando falta de consenso. Cuando lo que pretende UPyD es, precisamente, suscitar ese consenso ineludible. En lugar de decir "yo creo que la Constitución está bien como está", Rajoy salió por la tangente.
Mención aparte merece su tratamiento de la corrupción."Cualquier volumen de corrupción es demasiado", dijo en su intervención. Algo muy parecido a lo que Díez le había dicho a él en el debate de investidura un año atrás ("un solo caso de corrupción ya sería demasiado"). Pero siguió evitando la raíz del problema, la raíz institucional. Cuando Díez le pidió compromisos concretos como establecer los delitos de financiación ilegal y enriquecimiento ilícito de los cargos públicos, o regular los indultos, Rajoy contestó que ya los había anunciado por la mañana. Lo cual es falso.
Como remate, el presidente anunció que su acción política permanecería inalterable, todo esto tras prometer diálogo y consenso. De este modo, Rajoy pretendió ayer pintar un paisaje de recuperación sin base en la realidad y le salió un autorretrato: el de un gobernante que no supo preparar el reto de liderar un país, insensible a sus graves problemas, que rehuye cualquier reforma en profundidad, que ha devaluado el valor de su propia palabra y que aún así asegura saber lo que hay que hacer y estar dispuesto a hacerlo. Como un mesías, asegura haber hecho milagros que nadie ve y exige adhesiones más allá de la razón. Y, ¡ay del pueblo, si osa no seguirlo!
Lo que hicieron ayer Rajoy y Díez fue presentar sus mapas de la situación que vivimos y el camino para salir de ella. Los españoles deben decidir cuál les inspira más confianza.