Pena, dolor, amargura y tristeza, cuatro lados del mismo paralelogramo rodean mis sentimientos al observar la posibilidad de que El Día de C-LM (nacido como EL DÍA de Cuenca) sea cerrado. Como ya afirman cuantiosos ciudadanos, en un número paulatinamente creciente, esa contingencia no podemos dejar que se consume, porque el buen funcionamiento de cualquier democracia parlamentaria depende del flujo eficiente y multidireccional de la información. Y, sin la información, la democracia en cualquiera de sus formas no podría existir. Por lo mismo, nuestra región y sus provincias bajarían su praxis democrática sin El Día.
De este modo lo constata Rafa Rubio, Profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid, al remarcar que si hay una institución democrática vinculada directamente a la comunicación es el Parlamento, "continuación y mera expresión institucional de la opinión pública" (De Vega, en Parlamento y sociedad civil, Universidad de Barcelona, Barcelona, 1980). La información está
en el ADN de las instituciones parlamentarias: los ciudadanos necesitan
tener información antes de tomar la decisión sobre quién los representará;
los representantes necesitan información para adoptar sus decisiones,
información documental y, sobre todo, información real. Una parte proporcional de la inquina política demostrada contra dicha empresa por entidades y corporaciones regidas por el Partido Popular de Castilla-La mancha han derivado paulatinamente en el "concurso de viabilidad" que, de no encararse justa y equilibradamente, podrían ocasionar el cierre del periódico.
Y esto ¿es justo?, cuando la razón dominante se asienta en un endeble factor ideológico, de discrepancia con la acción de gobierno de algunos actos o decisiones de ciertos representantes de ese partido político. Es injusto a todas luces, porque el boicot a EL DÍA, de la manera en que el PP lo ha dirigido, compone un degradante atentado a la libertad de expresión, reconocido en el artículo 20 de la Constitución española. Este precepto (lo mismo que ocurre con los demás del Capítulo II del Título I de la Constitución) vincula directamente a las Administraciones Públicas -sin necesidad de mediación del legislador ordinario ni de desarrollo normativo alguno-, tal y como se desprende de la STC 80/1982. Esa vinculación determina aspectos como, por ejemplo, el de la retirada de publicidad de un medio de comunicación disidente.
La libertad de expresión hace referencia, según la doctrina, a la libertad para comunicar pensamientos, ideas, opiniones por cualquier medio de difusión ya sea de carácter general o más restringido (pasquines…), aunque se garantice una especial protección en el primer caso. Por su parte, la libertad de información se refiere a la comunicación de hechos mediante cualquier medio de difusión general, esto es la libertad de expresión conlleva un matiz subjetivo, mientras que libertad de la información contiene un significado que pretende ser objetivo. ¿Acaso ha atentado EL DÍA contra ello? Pues tengo que decir que para nada. Fui colaborador de dicho diario durante muchos años y con posterioridad me separé de él, no volviendo a publicar nada desde hace casi quince años. Sin embargo, no puedo decir que me haya privado de la libertad de expresión –más bien hubo en su momento una desavenencia personal que los años ha borrado-; en cambio, la acción del PP sí que me despoja de tal libertad.
Evidentemente expresión e información con frecuencia no se dan separados, sino, por el contrario, unidos puesto que con las noticias es frecuente intercalar opiniones propias del informador. De esta forma se considerará que nos enfrentamos a una manifestación de la libertad de expresión o, por el contrario, de la de información de acuerdo con el carácter predominante del mensaje. Situados aquí, el PP debe entender algo que le impide patear a EL DÍA: El precepto constitucional exige la veracidad en el caso de la información, lo cual se ha interpretado como necesidad de veracidad subjetiva, es decir que el informante haya actuado con diligencia, haya contrastado la información de forma adecuada a las características de la noticia y a los medios disponibles. Sus profesionales, llenos de virtudes, nos dan fe de que han cumplido con ese mandato. Por tanto, ¿a qué viene la animadversión y el rencor del PP?
Observo que, lisa y llanamente, deriva del flojo espíritu democrático de ese partido político. El caso Bárcenas y la conducción de éste, acompañada de otros signos de corrupciones y faltas de transparencia son ejemplos vivos de las quiebras democráticas del PP. A estas se añadirían sus presiones encaminadas para el cierre de EL DÍA. Todos los indicios se agarran aquí también a esa política donde el agua turbia es tan densa, tan abundante, que nadie puede decir que algún día ese líquido espeso no caerá también sobre su cabeza, como advirtió Juan Cruz. Este lúcido periodista aclaraba a mediados de enero pasado que "desde que se destapó (otra vez) el llamado caso Bárcenas les han sacado de las hemerotecas y de las videotecas a esos políticos que remaban para sí mismos los discursos en los que decían que de ese agua su partido no bebería nunca. Pues ha bebido, ha estado bebiendo, y lo que deduce el pueblo es que mientras el partido bebía sus dirigentes no se daban cuenta del sabor tremendo que tiene el resultado de esas degustaciones. O porque no tenían gusto o porque miraban para otro lado".
Y ese suceso lo ha enlodado todo, y por supuesto ha enlodado al partido en el poder, que aunque haya mirado para otro lado ahora ha de escarbar para limpiar esas manchas que no son ajenas. Como no le son ajenas sus zancadillas a EL DÍA. Esta gimnástica aturdida y poco digna de los dirigentes del PP no ha comprendido aún algo que el profesor Aurelio Arteta contemplaba en "Desde que llegó la democracia…", que pasa por entender que la democracia, más que un régimen determinado, es ante todo un ideal político, y bien sabemos que los ideales no se alcanzan sino que nos impulsan y guían desde lejos. Ninguna democracia establecida coincide con la democracia, es decir, con lo que demanda la dignidad de los humanos en términos de igualdad, libertad, participación cívica, tolerancia, etc., en una comunidad civil. De ahí que instaurar la democracia sea una tarea inacabable; siendo una ocupación de la que se aparta el boicot al medio de comunicación observado.
De permitir el hundimiento definitivo de EL DÍA, el partido popular –bajado ya a evidencias minúsculas- acumulará en su quehacer político un grueso borrón democrático, que en nuestra Comunidad autónoma y mayormente en la provincia de Cuenca derivará en un execrable dislocamiento tiránico, un panorama que Arteta sellaba en procederes inaguantables: creciente influjo político de instancias no políticas, apatía ciudadana, confusión de poderes, negociación en lugar de debate parlamentario, manipulación de la opinión pública, sectarismo y autocracia de los partidos, corrupción de los políticos, etc. Sin duda toda la democracia real posterior será deficitaria respecto del ideal democrático abrazado. Y lo perverso de otros desarreglos e incoherencias políticas es que son frontalmente incompatibles con ese ideal. Cuando toque, pues, las elecciones pasarán revista y demandarán justicia. En esos instantes el ciudadano deberá acordarse de la ojeriza antidemocrática del PP.
Juan Andrés Buedo