La irritación por la política económica contra la crisis exige un golpe de timón en la UE
Reina el pesimismo. Y el pesimismo es aliciente para el ensimismamiento, el
egoísmo y la falta de ambición. Dos tercios de los europeos consideran mala la
situación de su economía nacional, mala la coyuntura económica europea y mala,
aunque en menor medida, la mundial: así lo perciben —en una secuencia que apenas
registra variaciones desde el inicio de la crisis en 2008— los europeos, según
los Eurobarómetros. También desde entonces cae, a ritmo sostenido, la confianza
en las instituciones europeas y el apoyo a las políticas económicas —de
austeridad sin contrapesos— dominantes en los Estados miembros y en la
Unión.
Y, sin embargo, son muy pocos los que desean salirse del club comunitario. E
incluso aunque hayan aumentado los desafectos sobre el elemento ahora más
polémico, el euro, siguen siendo muchos más quienes apoyan la moneda única que
aquellos que la denigran.
España no es la excepción. Si acaso, como indica el sondeo de Metroscopia
para EL PAÍS del pasado domingo, la curva del desencanto es más pronunciada que
la media. También era más acusada la que plasmaba el eurooptimismo asociado a
los buenos momentos de la convergencia macroeconómica, la cohesión social y la
nivelación psicológica de los españoles con el conjunto de los europeos en los
primeros 15 años de su integración al club comunitario. La caída actual es
notoriamente deudora del alto nivel alcanzado entonces.
El diagnóstico común se resume, pues, en tres ideas: malestar por la crisis,
irritación con las políticas económicas arbitradas para combatirla y
perseverancia, aunque declinante, en la identificación con la identidad europea
y con la construcción comunitaria en su conjunto. Todo eso nada tiene que ver
con el clásico euroescepticismo de los sectores hostiles a la unificación
europea, sino con el eurodesencanto lógico en quien ve defraudadas sus
expectativas.
Pero ello no implica que no sea igualmente preocupante. De seguir así las
cosas, las elecciones europeas, a celebrar de aquí a poco más de un año,
resultarán un fiasco. Por no hablar de la perpetuación y aumento de la situación
de indignación social y rebeldía moral que anida sobre todo en las sociedades
más afectadas por los programas de ajuste.
Hace falta un golpe de timón. Para completar la estrategia de austeridad con
la de estímulos selectivos al crecimiento. Para que los Gobiernos cejen en su
estúpido intento de presentarse como héroes ante sus opiniones públicas,
mientras atribuyen el papel de villana expiatoria de todos los sacrificios a la
Unión y sus instituciones. Para que estas modifiquen su aspiración, cejando en
su carácter de meros auxiliares de los diseños de los grandes países y
recuperando el activismo comunitarista de las épocas doradas. No hay que esperar
para ello al fin de la recesión, sino actuar decididamente para propiciarlo. Ya
se ha hecho antes.