EDITORIAL
El aumento de la pobreza en España tras la persistente crisis puede hipotecar su futuro
En la sociedad española no solo hay cada año más pobres, sino que estos
tienen cada vez menos y están más desamparados. Diversos informes presentados en
las últimas semanas, entre ellos el informe Foessa de Cáritas, advierten de las
consecuencias que el empobrecimiento de cada vez más amplias capas de la
población tendrá para el futuro del país. Tras cinco años de persistente crisis
económica, cuyo fin todavía no se vislumbra, la renta media de los españoles,
que en 2012 se situó en 18.500 euros anuales, ha caído hasta situar el poder
adquisitivo por debajo del que teníamos en 2001.
El paro, las reducciones salariales y los recortes en los servicios y
subvenciones públicas han provocado un importante retroceso en las rentas medias
y el hundimiento de los ingresos de las bajas. A ello hay que añadir un aumento
de los precios de más de un 10% desde 2007 que castiga en mayor proporción a
quienes menos tienen. Once millones de españoles se encuentran ya bajo el umbral
de la pobreza (ingresos inferiores al 60% de la renta media), tres millones
viven en condiciones de pobreza extrema (menos de 3.650 euros de ingresos al
año) y el número de hogares con todos los miembros en paro alcanza ya 1,8
millones.
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Lo más grave es que, junto a este empobrecimiento, se está produciendo un
aumento de las desigualdades sociales. Pero el crecimiento de la brecha social
no es solo consecuencia de la recesión económica. Es fruto de las políticas
económicas de corte neoliberal que triunfaron a partir de los años ochenta.
Entre 1995 y 2007, los años de burbuja inmobiliaria y el dinero fácil, las
desigualdades no disminuyeron en España. Al contrario, pero la crisis las está
agravando ahora de forma alarmante. Desde 2007 la brecha entre los ingresos del
20% de la población con mayor renta y el 20% de renta inferior se ha
incrementado en un 30%.
Durante varias décadas, la población española ha podido vivir con alivio y
orgullo el gran salto en la calidad de vida y el progreso social que se producía
de una generación a otra. No solo aumentaba la prosperidad general, sino que
disminuían las desigualdades. Pero el ascensor social se detuvo a mediados de
los setenta y muchos españoles ven ahora el futuro con miedo porque temen que
sus hijos, no solo vivan peor, sino que también estén más desprotegidos frente a
la enfermedad y el infortunio.
Es necesario aplicar con urgencia políticas activas destinadas a evitar que
la pobreza aumente y se cronifique. Seguir insistiendo en las políticas de
austeridad y recorte prescindiendo de los efectos sociales que tendrán a largo
plazo puede acabar siendo suicida, porque no solo compromete el bienestar del
presente, sino las posibilidades de progreso de las futuras generaciones. Las
sociedades con mayor desigualdad no solo son más infelices y tienen un menor
índice de desarrollo sino que también tienen más dificultades para
crecer.