Una crisis financiera "imprevista" podría convertir frágiles posiciones fiscales en insostenibles
Hemos leído un artículo firmado por .Pérez Martín, publicado en LD que, hasta para una persona poco versada en cuestiones económicas como soy yo, tiene la virtud de hacerle reflexionar sobre lo mal informados que estamos los españoles acerca de los peligros que se ciernen sobre España, derivados de cuestiones que casi nos pasan desapercibidas y que, sin embargo, tienen la suficiente trascendencia de modo que, si no se toman medidas inmediatas para ponerle remedio, puedan causar serios reveses a España. Son decisiones no siempre fáciles o posibles de llevar a cabo; en la mayoría de ocasiones poco populares y, por supuesto, dado el tipo de oposición que tenemos en este país, muy trabajosas de imponer sin que ello, como viene sucediendo en otros países, suponga para el Gobierno que tenga que apechugar con semejante "regalo", el deber enfrentarse a una serie de movimientos de protesta, huelgas, manifestaciones, alborotos callejeros y la incomprensión intencionada de los partidos de la oposición, incapaces de desaprovechar la oportunidad de desgastar al partido en el Gobierno.
En el mencionado artículo se habla de la gran "burbuja de la deuda pública" y de sus consecuencias a lo largo del tiempo para la economía de una nación. Es fácil leer en los medios de información sobre "la prima de riesgo" ¿quién es que no habla de ella hoy en día?, o sobre el "déficit público" o la "quiebra soberana" o la necesidad de que los "inversores" compren nuestros bonos o letras del tesoro. Todos intuimos que, si se gasta más de lo que se ingresa, aunque sea el propio Estado quien lo haga, quiere decir que la situación, tarde o temprano, se volverá insostenible. Cuando oímos hablar de que ya estamos alcanzando un nivel de Deuda Pública que ronda el 80% del PIB, no dejamos de sentir un repeluzno que nos hace pensar que, lo que debemos a nuestros acreedores, a quienes nos prestaron su dinero para que el Estado pudiera seguir atendiendo los gastos de Seguridad Social, de Sanidad, de infraestructuras, del Ejército, del desempleo, de las pensiones y del largísimo etcétera de compromisos a los que las Administraciones deben atender; muchos de ellos inaplazables; puede que un día lo que producimos no nos alcance para cubrir lo que debemos. No queda más remedio que intentar valorar lo que sucedería en el caso de que, en algún momento, dejase de afluir la inversión o su coste fuera tan elevado que fuera, prácticamente, insostenible colocar nuestra deuda.
Tenemos la percepción de estar transitando por un fino cable de acero, tendido sobre un profundo abismo, sólo con el apoyo de un largo palo que nos ayuda a mantener el equilibrio. Si este artilugio se inclina demasiado hacia uno u otro lado puede arrastrarnos hacia el abismo que se abre a nuestros pies. Lo peor es que, como ocurre en España, a cada extremo del cable existen descerebrados empeñados en sacudirlo, desplazarlo o cortarlo, para que el desgraciado funámbulo, que representa nuestra posibilidad de mantenernos en Europa y en la moneda europea, acabe despeñándose arrastrando con él a todo el país, hacia un destino fatal e irremediable.
Resulta ser que, el llamado "banco de los bancos centrales", el Banco de Pagos Internacional, un organismo al que es preciso escuchar cuando habla; en su último informe anual ha advertido de que "los gobiernos precisan aplicar fuertes ajustes fiscales para garantizar su solvencia", especialmente si se tiene en cuenta el incremento del gasto público futuro por el envejecimiento de la población. Avisa de que los "gobiernos infravaloran sus problemas presupuestarios" y opina que, la ingente acumulación de la deuda pública "amenaza la solvencia de las cuentas pública", lo que obliga al estado a realizar fuertes ajustes en su política fiscal "por la vía de reducir el gasto público y no aumentar los impuestos".
El problema de una deuda pública tan incrementada es que no basta con conseguir estabilizarla, una solución que puede aceptarse en casos de tiempos de paz y bonanza económica, sino que, como es previsible que ocurra en tiempos tan cambiantes e inseguros como los que estamos pasando, no se puede garantizar su solvencia a largo plazo Una crisis financiera "imprevista" podría convertir frágiles posiciones fiscales en insostenibles. Y aquí entran las volubles promesas de los gobernantes, acostumbrados a intentar dorarles la píldora a los ciudadanos, haciéndoles ver que las situaciones delicadas por las que pasa un país, pueden solucionarse con pequeños ajustes, con supuestos maquillajes o con irrealizables promesas de mejoras. Incluso, como viene ocurriendo en España, aquellas reformas que se intentan aplicar para racionalizar el gasto, en sectores como Educación, Sanidad, infraestructuras o haciendo recortes del gasto público, mediante supresión de entes públicos o semipúblicos, despidos de funcionarios o supresión de duplicidades; por la especial configuración de nuestro Estado, divido en autonomías, resulta imposible hacerlo sin una reforma constitucional. Las medidas que el Gobierno pretenda aplicar para conseguir recortar el gasto público tropiezan con la necesidad de que las autonomía, incluso las del PP, se presten voluntariamente a cumplirlas debido a que muchas de las que se pide que se tomen hacen referencia a temas que les han sido transferidos a ellas.
De todos es sabidos que, nuestra nación, está subastando bonos a intereses elevados y a largo plazo (10 años), que supone trasladarles a las nuevas generaciones unos compromisos que, es muy probable que hipotequen sus posibilidades de desarrollo. Lo mismo ocurre con el tema de las pensiones que, tan frívolamente, contemplan las izquierdas pretendiendo mantener unos sistemas obsoletos sabiendo que es imposible que, en un futuro, puedan generar la riqueza necesaria para pagar las futuras pensiones de quienes hoy están empezando a trabajar. Por otra parte, es evidente que cuanto más vaya aumentando la prima de riesgo, cuanto más nos vayamos endeudando por encima y en peores consecuencias de lo que lo hacen el resto de naciones de nuestro entorno, más nos iremos alejando económicamente de ellas y en peores condiciones nos vamos a encontrar para mantener nuestra solvencia, con el riesgo de situarnos en insolvencia o expansión monetaria inflacionaria.
Lo malo es que, según el BIS, si no se llevan a cabo cuanto antes los ajustes y reestructuraciones que se proponen; es muy probable que se deban llevar a cabo en el futuro, sólo que en condiciones y con un impacto adverso mucho mayores. Ante la disyuntiva de reducir gastos o incrementar los impuestos, se muestra claramente favorable a la primera posición argumentando que: la reducción de gastos suele ser más efectiva, libera recursos y permite futuras rebajas impositivas lo que, como de todos es conocido, siempre repercute en aumentos de demanda y de producción, algo que resulta muy sano para la economía de una nación. Lo más descorazonador para los españoles es que, nuestros políticos, siguen aferrados a sus posturas de derechas e izquierdas, a sus políticas electorales y a sus propios demonios personales, siguiendo, atontados, el ejemplo de la fábula de Iriarte "Los dos conejos" en la que, dos conejos, escuchando ladrar a unos perros, en lugar de guarecerse y ponerse en fuga, se dedicaron a disputar entre ellos sobre si, los perros, eran galgos o podencos, lo que acabó por ser su perdición, cuando fueron atrapados por los fieros cánidos. El paradigma es suficientemente ilustrativo de lo que son hoy nuestros políticos y de la desconfianza, justificada, que el pueblo español siente hacia todos ellos. Lo malo es que, entre nacionalismos extremistas, antisistemas, revolucionarios y partidos como el del señor Cayo Lara, mucho nos tememos que, cuando queramos reaccionar, sea ya tarde. Al menos, señores, es lo que pienso yo.
Miguel Massanet Bosch