Fernando Garea (Publicado en El Patio del Congreso-El País, aquí)
Mariano Rajoy ha sorprendido en parte. Más en la forma de abordar el asunto, que en el fondo de su intervención. Ha cambiado radicalmente en la mención 16 veces de Bárcenas, después de meses de imposibilidad material de pronunciar el nombre de su ex tesorero.
Ha cambiado y sorprendido al abordar el caso desde el inicio, sin circunloquios y con solo alguna incursión en los datos económicos. Su estrategia ha venido a ser la de no esperar a que los demás portavoces le acusen de eludir el asunto. Ha ido directo al grano.
Ha cambiado al admitir un error. Pero no lo ha hecho al circunscribir este error en una especie de exceso de confianza en su extesorero, manteniendo la negación de todas las demás acusaciones: la de la financiación ilegal y la de los cobros en negro. Solo de pasada ha admitido que había “remuneraciones complementarias”, eufemismo para referirse a los sobresueldos que recibían los dirigentes del PP para asegurarles una especie de tarifa plana salarial, muy por encima de lo que los españoles creían que cobraban. Por supuesto ha negado los pagos en negro y las remuneraciones ilegales a miembros del Gobierno.
El presidente del Gobierno ha seguido, salvando las diferencias obvias, el guion del “lo siento me he equivocado” del rey y o ha convertido en el “me equivoqué, creía a un falso inocente”. No ha cambiado la línea de los últimos meses al intentar presentar el caso como un aprovechamiento personal de Bárcenas, traicionando su confianza. No hay, según Rajoy, ni una sola responsabilidad del PP en el enriquecimiento de su extesorero, ni mención a las supuestas donaciones irregulares, ni sugerencia sobre el trato de favor a empresas donantes y, sobre todo, ni atisbo de un relato lógico del origen de la enorme cantidad de dinero amasada por Bárcenas.
No hay aún relato oficial del caso Bárcenas. Lo de Rajoy ha sido presentarse como una especie de víctima de una suerte de conspiración en la que han entrado muchos de diferente pelaje ideológico y procedencia.
Su problema es que su propio enemigo en este caso es él mismo y su partido. Sus bandazos y sus explicaciones diferentes sobre hechos idénticos. Hoy mismo ha asegurado que se cayó del caballo de su confianza en el extesorero cuando supo que tenía cuentas en Suiza pero, como lo ha hecho ver Alfredo Pérez Rubalcaba, hay sms que dan cuenta de su respaldo y aliento días después de saberse que había defraudado a Hacienda.
El discurso inicial de Rajoy era bueno en la estructura y la intención. Rubalcaba estaba incómodo y con apariencia de ir cambiando sobre la marcha lo previsto, por ejemplo, la referencia al uso de datos económicos para encubrir el escándalo. La más concreta de todos los portavoces ha sido Rosa Díez con 20 preguntas muy claras al presidente, directas a los hechos y superando el terreno de los principios en el quiso quedarse Rajoy.
Casi todas las preguntas se resumen en una: ¿Por qué Bárcenas se convirtió en delincuente para Rajoy solo en el momento en el que se decide a declarar contra él?
Rajoy ha intentado hacer ver que Bárcenas está en la cárcel porque su Gobierno no le ha ayudado y hasta lo ha contrastado con el hecho de que con el anterior, el de Zapatero, el extesorero fue exculpado. Demasiado giro dialéctico porque deja en el aire su convencimiento de que el Ejecutivo sí puede hacer gestiones a favor o en contra de un ciudadano.
“Hacemos lo que podemos” le dijo Rajoy a Bárcenas en un sms y, según le ha dicho Rubalcaba, debió añadir “lo que no hacemos es porque no podemos”.
Se ha metido en un jardín imposible al intentar explicar que no ha acudido al Parlamento obligado, porque la realidad es la de la enorme cantidad de veces que el PP ha frenado con su mayoría absoluta las peticiones de comparecencia de la oposición. Imposible cambiar la percepción de presidente obligado a comparecer.
Y ha sido duro contra Rubalcaba en denunciar el uso fraudulento de la moción de censura. Pasa por alto que la amenaza de presentación haya sido la única vía para arrastrarle a la Cámara.
Ha sido previsible en la identificación de la imagen de España con la suya propia, considerando un ataque a la estabilidad y a la recuperación la petición de explicaciones, obviando que es la transparencia y la dación de cuentas la que sirve a la democracia. Lo que la prensa internacional ha cuestionado no es la petición de rendición de cuentas, sino su negativa a darlas. La peligrosa idea que puede quedar de ese argumento es que cuestionar la honorabilidad personal del presidente del Gobierno, envuelto en la bandera, es poner en peligro a España
Ha sido eficaz en el ardid de convertir la Cámara en una casa de citas, es decir, en el uso reiterado de frases del propio Rubalcaba para defender la presunción de inocencia. Solo excesivo en la expresión “fin de la cita”, que pasará a la historia de los debates parlamentarios. Aunque el presidente ha terminado por confundir la función de control político del Parlamento y la de exigencia de responsabilidades penales de los tribunales de Justicia.
Y ha sido muy previsible al volver a enunciar las mismas medidas anticorrupción que anunció en febrero en el debate sobre el estado de la nación, que solo han sido objeto de una reunión de la comisión que se creó en La Moncloa.
En teoría, quedan dos años y medio de legislatura y ya se ha pedido la dimisión del presidente, se ha amenazado con una moción de censura y, sobre todo, el jefe del Ejecutivo ya ha abusado de su credibilidad personal y quizás la ha malgastado. A ver cómo se superan las emociones fuertes.