Es posible que existan personas que aún crear en la posibilidad de conseguir un mundo perfecto en el que no exista el hambre, que los hombres seamos perfectos, que se extingan todo tipo de enfermedades y que seamos capaces de convivir, los unos con los otros, sin ningún tipo de enfrentamientos, disputas, diferencias sociales o económicas que nos distingan entre sí. Pero es que, en la humanidad, todavía los hay que creen en utopías, que viven en un estado de candidez supina que les impide ver cual es la realidad, la dura y triste realidad de un mundo en el que pretender que todos seamos como ángeles, es vivir en plena quimera o entelequia, algo que queda fuera del alcance de los mortales y sólo está reservado para quienes crean en un mundo metafísico en el que los vicios de la humanidad no existan. Algo que, en todo caso, se produciría después del tránsito de la muerte. ¡Y nadie ha regresado para contarlo!
Es, por consiguiente, evidente que es imposible, como pretenden algunos bien intencionados pero ilusos; que, después del terrible accidente de Angrois, en Galicia, los deudos de los fallecidos, una vez superado el dolor de los primeros momentos que siguieron a la tragedia, se metan en juicios sólo para averiguar la responsabilidad penal de oros posibles cómplices de la tragedia. Desde el primer minuto quedó claro que se había producido un error humano reconocido por el mismo maquinista; un error lamentable y de graves consecuencias pero que puede ocurrir. De hecho, se han venido sucediendo accidentes de aviación, de vehículos, de tipo laboral o de barcos, en casos en los que no ha dependido de la perfecta maniobrabilidad, la seguridad del medio o de la reglamentación que rige para su construcción o puesta en funcionamiento, sino a circunstancias ajenas, a errores humanos, a fenómenos de la naturaleza o, simplemente, a la casualidad, a la que algunos llamamos destino, que hacen que un conjunto de circunstancias aleatorias coincidan en un momento determinado para causar una catástrofe.
Lo curioso, como ha sucedido con todos estos parientes de presuntas víctimas de la "represión franquista", personas que nunca habían reclamado nada por ancestros que perecieron durante la contienda civil o, posteriormente a ella, personas a las que, por supuesto, no les unen ya ningún tipo de lazos de convivencia o sentimentales y que vivieron varias generaciones atrás; y que les importa un pimiento si aquellos antepasados con los que sólo comparten algunos genes del ADN común, entremezclado con todos los de otros con los que sus sucesores se han entremezclado a través de los años. Ancestros que fueron enterrados en una fosa común o en la profundidad de los mares o debajo de un abeto. ¿Quién puede creerse que, de pronto, porque entraron los socialistas en el gobierno de España y sacaron a relucir el tema de "las víctimas rojas de la Guerra Civil" los tataranietos iban a demostrar el amor y la añoranza que sentían por aquellos?
Pero, señores, debajo de tanta doblez, de tanta hipocresía, farsa y tramoya, siempre existe una causa subyacente que nada tiene que ver con los sentimientos de las personas, la añoranza por los seres perdidos, la reivindicación del buen nombre de aquellos que fueron ofendidos o ultrajados, sí, señores, por debajo de todo ello siempre aparecen, como Guadiana profundo, los intereses materiales, la avaricia y la codicia, en definitiva, la perspectiva de hacerse con un dinero, ya fuere en forma de indemnización ya lo fuere como pensión vitalicia, de las que beneficiarse.
Vean ustedes la facilidad como las víctimas o presuntos perjudicados, ya fuere de un accidente; ya de un enfermo fallecido a consecuencia de una intervención quirúrgica o por descuido de un sanitario; ya de un resbalón debido a que el suelo está resbaladizo o por haber recibido el impacto de un adoquín que se ha desprendido de una pared; una vez repuestos del impacto emocional del suceso, inmediatamente, ya sea individualmente o colectivamente, se organizan, se ponen en manos de abogados, se enteran de los derechos que les asisten y de las indemnizaciones que les corresponden para, sin dilación alguna, emprender todas las acciones legales, tanto civiles como administrativas, para intentar sacar del percance el máximo provecho posible a costa de los posible infractores o de las compañías aseguradoras que se hacen cargo de cubrir sus responsabilidades.
Ya, ya sé lo que me van a decir, que soy un cínico y que, si alguien tiene derecho a recibir una compensación por el accidente de un pariente, tampoco está mal que lo pida. Yo no digo que esté mal, sólo digo que esto sucede cotidianamente y que no existe en este país accidente, por pequeño que sea, aunque en él no hayan concurrido causas que justifiquen la reclamación; por inocuo que parezca y por delimitada que haya sido la culpa, si es que la había, del causante; en el que no se produzca una reclamación, no tanto de carácter penal, que estas son menos, pero sí de carácter civil o administrativo. Y es por eso que al previsible presidente de esta agrupación de víctimas del accidente ferroviario de Santiago, en una entrevista televisiva que se le hizo ya se le escapó lo de que se debían exigir responsabilidades pecuniaria no, por supuesto, al maquinista que seguramente se debe tratar de una persona insolvente, sino de las grandes compañías a las que presuntamente, y el señor juez parece que también se ha dejado arrastrar por ello, se les puede reclamar por presuntas irregularidades; aunque, si por ello fuera, no existiría en este país, uno de los más seguros de Europa en materia ferroviaria, una sola línea que no tuviera posibilidades de ser mejorada en el aspecto de seguridad.
Claro que, ¡que curioso! estas grandes compañías si están en condiciones de pagar indemnizaciones espectaculares. Otra cosa es que se dejen timar y no tengan medios jurídicos para enfrentarse a este tipo de reclamaciones. El otro día escribí un comentario sobre las personas mayores y el abandono en que, algunas familias, las dejan cuando no les ingresaban en alguna residencia para librarse de ellas. Pues bien, ponga usted a alguna de estas desgraciadas criaturas, ingresadas en una UCI, en un vagón de tren siniestrado o como víctima de un accidente de aviación, y pronto podrán observar los raudales de lágrimas, los gritos y gemidos de aquellos mismos que, en sus casas, ni se ocupaban de él y lo mantenían apartado de la familia y sin darle cariño alguno.
Hipocresía, señores, hipocresía, codicia, ambición y desvergüenza. Sólo es preciso un suceso luctuoso, unos abogados especialistas que, como buitres en busca de entrañas, rondan por clínicas, estaciones y demás lugares propios para conseguir carnaza y unos parientes fáciles de engatusar ofreciéndoles un puñado de dinero por un "módico" tanto por ciento del botín y ya tienen ustedes los elementos precisos para poner en marcha la correspondiente reclamación. Si son muchos los que se juntan, si consiguen hacerse notar y aparecer en los medios de comunicación y, si es posible, se les entreviste; entonces, señores, ya pueden ustedes dar por hecho que, de ahí, van a salir importantes réditos para aquellos "desinteresados" y "apenados" parientes.
No, no señores, no soy un desalmado que siempre ve en todo la mano del mal. Es que el mal está por todos los rincones del planeta y el que está ojo avizor para que no le coja desprevenido es el que generalmente acierta. O esto es, señores, lo que opino al respecto.
Miguel Massanet Bosch