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La enfermedad del sectarismo, o las coincidencias de Aznar y Eguiguren (por Carlos Martínez Gorriarán)

Publicada el abril 19, 2011 por admin6567
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(Publicado en El blog de Carlos Martínez Gorriarán, aquí)

Hace poco nos desayunamos con unas declaraciones del expresidente Aznar criticando la intervención en Libia porque la consideraba un grave error estratégico debido a que Gadafi sería un amigo de Occidente –en todo caso algo “extravagante”- en lo que realmente importa: la lucha contra el terrorismo islamista. Aznar iba más lejos y consideraba del mismo tipo de errónea ingratitud que no se hubiera apoyado a Ben Alí en Túnez y a Mubarak en Egipto. Su conferencia en Columbia abundaba en consideraciones parecidas presididas por el mismo hilo conductor: la política exterior de los países occidentales debería limitarse a proteger a los “amigos” y acosar a los “enemigos”, distinguidos según criterios de interés estratégico o comercial, estrictamente domésticos, que desprecian olímpicamente cuestiones como el respeto de los regímenes “amigos” a los Derechos Humanos o los legítimos deseos de cambio político en las sociedades árabes, totalmente despreciadas (por cierto: cabe decir lo mismo de la posición mantenida por Zapatero respecto a China). Un pensamiento reaccionario y, a la postre, muy peligroso porque nada hay más proclive a las guerras y desórdenes que las dictaduras. Pensamiento que hunde sus raíces en las más profundas capas tribales de la mente humana, las que repudian la igualdad de todos los semejantes y dividen a los congéneres en dos grandes grupos enemistados por naturaleza y sin otra conciliación que la procurada por la fuerza. La concepción ilustrada de la democracia nació precisamente para superar ese viejo atavismo poniendo en valor conceptos como la igualdad ante la ley, la fraternidad entre los individuos y la capacidad humana de progresar hacia formas sociales superiores. La verdad es que esa filosofía política sigue estando lejos de ser la dominante en el mundo de hoy, como indica el avance de movimientos xenófobos y nacionalistas en muchos países democráticos.

Es obvio que la división radical entre amigos y enemigos, aquella que fundamentó la filosofía del derecho antiliberal de Carl Schmitt, que tanto influyó en el nazismo y que también puso la soberanía absoluta del Estado como único objetivo trascendente de la política, está presente en las palabras de Aznar y en las de muchos más (que, paradójicamente, ¡se definen como liberales!) Pero no es ni mucho menos exclusiva de la derecha; en realidad, esta forma radical de antagonismo a muerte es muy transversal.  Veamos si no, en el otro lado de la división tradicional y partidaria de la política española en izquierda y derecha, las declaraciones del presidente del PSE, Jesús Eguiguren, a propósito de la lucha contra ETA, donde ha dicho lo que sigue: “la derecha española, la dirección actual del PP, tiene un problema atávico: tiene miedo de que el PSOE logre la paz y le vuelva a ganar las elecciones. Está haciendo lo que nunca puede hacer un patriota y un partido responsable, que es que en lugar de apoyar al Gobierno para acabar con ETA, se está apoyando en ETA para acabar con el Gobierno”.

Frases como esta traslucen un pensamiento de fondo apenas disimulado: el PP es el verdadero enemigo político del PSOE, no ETA. Pues “el proceso de paz” con la banda tiene, para Eguiguren, un objetivo ulterior que no es la paz misma –ya sabemos que la libertad no está en primera línea de sus aspiraciones, algo muy propio también de esta mentalidad antiliberal profunda-, sino desenmascarar la perfidia y maldad intrínsecas de “la derecha” encarnada en el PP.

La cosa es tanto más chusca en cuanto que el partido que preside Eguiguren tiene un pacto de gobierno con el PP que permite a Patxi López mantenerse como lehendakari pese a su minoría parlamentaria, y también si se considera que todo indica la existencia de un pacto entre PSOE y PP para conducir “el proceso” con ETA de modo que ninguno de los dos partidos se considere perjudicado en sus posiciones electorales, salvaguardando cada uno su identidad particular en esta complicada materia. Pero nada de eso importa a Eguiguren, cuyo odio al enemigo, o sea al PP, está mucho más próximo al expresidente Aznar de lo que jamás admitiría. Incluso comparten “el orgullo de ser españoles” (“yo me siento muy orgulloso de ser español y no puedo creer que la derecha haga estas cosas”, dice también Eguiguren respirando por su propia herida patriótica), un sentimiento absurdo pues no hay mérito alguno en el azar de nacer en un sitio en vez de en otro. Ambos rasgos, dividir el mundo en amigos y enemigos y el orgullo identitario son típicos del nacionalismo, y también de una patología ideológica transversal, a saber, el sectarismo.

El sectarismo es la propensión a dividir el mundo en bandos irreconciliables, aunque de composición variable: Gadafi era un enemigo de Occidente hasta que pasó a ser un amigo, y el PP era un amigo parlamentario hasta que dejó de serlo por sus críticas (superficiales) al proceso con ETA. El mundo en blanco y negro: lo característico del sectarismo es no admitir los matices ni los principios contrarios a su antagonismo, como los de igualdad o la relativización de los “enemigos” para convertirlos en adversarios y en colaboradores necesarios y socios en el desarrollo de la democracia. ¿Y saben qué?: todo indica que cuantas menos ideas se tienen o más rígidas, esquemáticas y superficiales son éstas, más fácil se cae en la enfermedad sectaria y menos se tolera la indispensable y tolerante agilidad mental que exige la democracia. Sobre todo cuando se ha tomado partido, decisión que también requiere sus anticuerpos de sentido común y amplitud de miras para no caer en el sectarismo más pedestre y peligroso.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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