Ernesto Ekaizer (Publicado en http://blogs.elpais.com/analitica, aquí)
Mario Draghi ha desenfudado con celeridad. A pocos días de conocerse la tasa de inflación interanual de octubre en la Eurozona, del 0,7%, muy por debajo de su objetivo de crecimiento de los precios (en el entorno pero por debajo del 2%), el Banco Central Europeo (BCE) ha reducido su tipo de interés de corto plazo del 0,50% al 0,25%. La celeridad y audacia de la medida se puede valorar mejor cuando se recuerda que el 3 de julio de 2008, cuando la Gran Recesión estaba en marcha, el entonces presidente Jean-Claude Trichet… ¡subió! los tipos un cuarto de punto hasta el 4,25%.
La decisión adoptada ahora, inesperada, remite a la pregunta clásica: ¿qué sabe el BCE de lo que se agita en las aguas profundas de la economía que los demás mortales no sabemos?
Porque por no saber, vale la pena apuntar que si esta rebaja estaba en la mente de los miembros del gobierno del BCE, es muy probable que el Banco de España, por ejemplo, se hubiese esperado algunos días más antes de vender, según se anunció el miércoles 6 de noviembre, su participación en la empresa BME (Bolsas y Mercados) para obtener algo más que el importante beneficio de 127 millones de euros alcanzado. O quizá no, por aquello de evitar suspicacias sobre una presunta información privilegiada.
Cabe incluir entre los demás mortales a los miembros del Gobierno español que mañana, tarde y noche machacan con la recuperación de la economía. Porque es elemental que si el BCE ha disparado tan rápido (al valorar que el crecimiento sufre riesgos a la baja y dado que las perspectivas económicas previstas por la Comisión Europea son más bien escuálidas) será porque hay que hacer algo, más pronto que tarde, para apuntalar la economía. Aunque la rebaja no provoque, dado que la política monetaria sigue fragmentada, una reanimación del flujo crediticio.
La deflación es una amenaza, y el BCE tiene a su favor el indiscutible hecho de que la inflación está supercontrolada, pero da toda la impresión de que la apreciación del euro es lo que está en la mirilla de Draghi, quien parece estar, sobre todo, disparando al tipo de cambio de la moneda única.
El euro se depreció inmediatamente después del anuncio, pero quizá más por la fortaleza del dólar, ante un dato de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) del tercer trimestre en Estados Unidos mejor de lo esperado (2,8% en tasa anual contra una previsión del 2%).
Está por ver, por tanto, si junto con una mayor fortaleza del dólar, la bajada de tipos del BCE logra consolidar una depreciación sostenida del euro, algo que es esencial para sostener a través de las exportaciones la débil recuperación en curso y evitar el riesgo de una recaída.
Porque, en verdad, la política monetaria no es el instrumento para sacar a la eurozona del estancamiento. Pasa que al instrumento auténtico, la política fiscal, se le ha puesto una camisa de fuerza permanente que hace ahora algunos meses ya ha comenzado a ser aflojada tímidamente ante los indicios de asfixia.
Y, sobre todo, la apreciación del euro daña las exportaciones españolas. Porque se come lo que las empresas se ahorran con la reducción de los costes laborales que tiene lugar.
Las exportaciones españolas vuelven en los primeros nueve meses de 2013 a ceder buena parte de sus avances, algo que no es nuevo y que ya ocurrió a partir de mediados de 2012.
Pero, mira por dónde, algunos analistas europeos ya se han dado cuenta de dónde procede el mayor dinamismo que se ha advertido en la demanda interna española.
"La más sorprendente fuente de apoyo es el sector gubernamental. Al menos en teoría España atraviesa una fase de austeridad fiscal. Pero hay cada vez más pruebas de que pese a la retórica, el gasto público se ha incrementado. Las licitaciones de obra pública han aumentado marcadamente desde el verano. Incluso antes los datos oficiales ya apuntaban a un aumento de las compras del sector público", explica Jaimie Dannhauser, de la casa Lombard Street Research, de Londres, quien subraya que, según las cifras del Gobierno, el déficit público acumulado entre junio de 2012 y junio 2013, incluyendo ayudas al sector financiero, se sitúa en el 11% del PIB.
Este abandono de la austeridad real por parte del Gobierno no supone, al tiempo, ceder en la política de recortes sociales. Lo que queda de la austeridad, lo que permanece, si se rasca la pintura superficial del cuadro, es la voluntad de recortar sistemáticamente el Estado de Bienestar y seguir adelante con la reducción de los salarios.