Demasiadas veces, lo urgente no nos deja ver con claridad lo que es importante. El reciente conflicto de Gaza tal vez nos ha impedido entender en toda su magnitud el día internacional en recuerdo de las víctimas del Holocausto. El siglo XX ha sido un gran siglo para el desarrollo científico y tecnológico, pero no es menos cierto que ha sido también uno de los siglos más salvajes de la historia de la Humanidad. Dos guerras mundiales, los bombardeos sobre ciudades, la bomba atómica y, naturalmente, el diseño de la muerte industrial de seis millones de personas no combatientes, en su mayoría judíos.
La conmemoración del Holocausto, coincidente con la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-
Birkenau, debería ser un punto de inflexión anual en la que el planeta entero se comprometiera a no dejar que ese tipo de barbaries se cometieran. Por desgracia, no ha sido así. Después de Auschwitz, el Gulag soviético, los campos de la muerte camboyanos, las matanzas de Srbrenica o la degollina ruandesa han continuado asolando la integridad moral de un mundo que debía haber aprendido que no se puede jugar con la vida de las multitudes. Cuando se conmemora el Holocausto concebido fríamente por el racismo asesino del Tercer Reich, hay motivos para creer que, de ahora en adelante, todos somos potenciales víctimas del exterminio.
Ayer se convocó a los ciudadanos a un acto simbólico en la plaza de Sant Jaume. Velas encendidas y unas canciones. A pesar de los hechos de Gaza, parece que en el último momento acudieron a la convocatoria todos los que debían estar. Pero ¿realmente estaban todos? Ante el Holocausto no hay suficiente con unos cuantos centenares de personas. Lo que sucede es que en España, tan legítimamente interesados en la recuperación de la memoria histórica de la guerra civil, hay una gran desmemoria en lo que respecta a los grandes temas de la humanidad. El Holocausto no es una cuestión de la comunidad judía. El Holocausto es algo que subyace en los más hondos estratos del continente europeo. Pero en España ese sentimiento no se trasluce en las multitudes. Es el glorioso aislamiento nacional.
Todo tiene una explicación. El aislamiento español se ha convertido en algo crónico. La épica hispana ha de retroceder hasta el 2 de mayo de 1808 para encontrar el único episodio histórico más o menos galvanizador. Todo lo que sigue a la derrota napoleónica es un constante rifirrafe de enfrentamientos internos que llegan hasta nuestra guerra civil. Incluso en este caso ambos bandos intentaron provocar el entusiasmo de sus soldados por la presencia en el bando contrario de combatientes extranjeros. Fascistas italianos, nazis alemanes y regulares marroquís justificaban la resistencia republicana. Asimismo, la ayuda soviética fue un acicate para las tropas franquistas que se prolongó con la División Azul. Hoy no hay nombres de caídos en nuestras plazas. Como si el silencio fuera una manera de no estar en el mundo.
El aislamiento español explica el pasotismo ante ese gran crimen de la humanidad que fue el Holocausto. En Francia o en Italia, ya no digamos en Polonia, saben perfectamente de qué se les habla cuando se produce el más mínimo fenómeno antisionista. Al fin y al cabo, allí lo vivieron. En España se ha venido practicando, en cambio, un tenaz olvido de nuestras muertes. La memoria histórica no se debería acabar en las fronteras de nuestra falsa burbuja. La barbarie no fue solo nuestra.