Carlos Martínez Gorriarán, responsable de Comunicación y Programa de UPyD (Publicado en UPyD, aquí)
El martes, numerosos medios recogieron la “noticia” de que UPyD quería fichar al padre de una niña asesinada por un delincuente sexual que debía estar encerrado para presentarlo como candidato a la alcaldía de Huelva. Este hombre se hizo famoso debido a su tragedia y al modo de convertirla en una exigencia pública de responsabilidades a la incompetente administración de justicia. Pero nadie se molestó en llamar a UPyD y preguntar si era verdad o no –el hecho- que existían contactos para su “fichaje”. De haber recibido esa sencilla llamada, habríamos explicado que UPyD no está haciendo “fichajes” de ningún tipo, que la elaboración de listas municipales y autonómicas está muy lejos, y que en todo caso –si el Congreso aprueba la propuesta- la elección del cabeza de lista pasará por un proceso de elecciones primarias internas al que debería presentarse en Huelva el sr. Cortés, en solitario o concurriendo con otros, para salir elegido o no. De momento, el sr. Cortés ni siquiera se ha afiliado a UPyD, donde tiene las puertas abiertas si coincide con nuestro programa e ideario pero ninguna silla guardada por ser famoso. Es decir, como todo el mundo.
Esto es un hecho, pero quizás por eso mismo no interesaba al periodismo patrio, que ha convertido la política en extensión del famoseo y las páginas deportivas: personajes célebres por sus circunstancias, y ruido de fichajes multimillonarios para ganar la liga. Y luego se quejan de tener mala fama y escaso aprecio social…
La baja calidad del periodismo español en general tiene, al menos, una causa sofisticada y elegante: la filosofía posmoderna (Foucault, Rorty, Baudrillard, Lyotard, De Man, etc.) y su negación de la existencia de hechos objetivos. Según este punto de vista, todo lo que los seres humanos podemos hacer con lo que antes se llamaban “hechos” es considerarlos accidentes, pretextos o motivos para una historia básicamente personal, una narrativa que da orden a lo que, de otra manera, no tendría ninguno. Por lo demás, todas las narrativas son básicamente iguales e intercambiables y sólo se distinguen por el interés que despiertan entre sus receptores, de manera que no habría manera alguna de llegar a conocer la verdad, ni siquiera por aproximación, porque no existe. La verdad, esa ficción narrativa… Un ejemplo clásico de esta perspectiva es el famoso libro de Baudrillard sobre la primera guerra del Golfo, según él un invento narrativo de los mass-media para entretener al respetable, y de los políticos para confundirnos con sus marrullerías. Dudo que las víctimas de aquella guerra imaginaria estuvieran de acuerdo con semejante labilidad de las cosas. Alguien que se mira los muñones de las piernas, ve su casa arrasada o peregrina al cementerio por sus deudos difícilmente creerá que esa guerra era una ficción.
¡Ay las cosas, esos objetos testarudos que se resisten a desaparecer pese a nuestros exorcismos, posmodernos o no! Está muy bien decir que todo es puro Matrix –la película-, que todo se desvanece en el aire, que nada sólido subsiste, etc. Lo malo es que la testaruda presencia de las cosas acaba siempre por imponerse: son los hechos. En mi departamento tengo un colega posmoderno a morir que, sin embargo, siempre ha sido el sujeto más soliviantado, quejumbroso y borde en lo relativo a sus presuntos derechos laborales y académicos. Al parecer nunca ha considerado, sin que yo alcance a entender porqué, que su nómina y su posición en el escalafón sean simulacros, narrativas, metáforas y el resto del blablablá por el que juzga –condena- el resto de cosas que hay o acaecen en el mundo.
El periodismo español es básicamente posmoderno: considera que todas las cosas y acontecimientos son motivo de opinión cautelar y preventiva, no hechos que deban relatarse del modo más exacto posible para que el receptor se haga su propia idea. Sin duda hay excepciones, pero esta tendencia tiende a exagerarse según aumentan las dificultades económicas del negocio de la comunicación. Como mi colega docente, solo consideran hechos objetivos los balances y cuentas de resultados. Quizás también los resultados deportivos; del resto, mejor no preguntar. ¿Y cómo es que los media españoles son cada vez más posmodernos, justo cuando esa corriente ha entrado en un creciente descrédito en los medios culturales? Me temo que la explicación es de una sórdida y cínica sencillez: buscan la protección de los partidos –y nuestro dinero- a cambio de favorecer su imagen pública y deteriorar la del contrario. Muy vulgar. Y muy objetivo: es un hecho.
A día de hoy, la mayoría de los media ni se molestan en contrastar el origen de una información. Los periódicos siempre tienen a mano el socorrido truco de la “carta al director” para reparar alguna difamación –como hizo El País con el sucio libelo de Clemente Polo, el Despechado, contra UPyD-, y las radios y teles tienen a su favor la efimeridad de la noticia, su obsolescencia inevitable a causa del amontonamiento de la actualidad. Respecto a internet, es un cóctel de perlas con mucha nadería y bastante basura. De manera que a corto plazo –no creo que al largo, pero ellos verán- les resulta más rentable la desinformación, la manipulación y la tergiversación que el trabajo de elucidar los hechos, ordenar su importancia y separarlos de las opiniones que puedan suscitar.
En una de sus películas, Clint Eastwood suelta esta frase: “las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno”. Poco elegante, pero preciso: a diferencia de las opiniones, intercambiables en la medida en que todos tenemos algunas, los hechos son muy diferentes: no afectan a todo el mundo por igual, y su importancia relativa y absoluta puede ser incomparable. No es lo mismo perder el bolígrafo que sufrir un atentado. Será eso lo que hace los hechos tan aburridos u hostiles para los simples…