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¿Adiós a los partidos de masas? Lecciones alemanas (por Carlos Martínez Gorriarán)

Publicada el septiembre 30, 2009 por admin6567
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Carlos Martínez Gorriarán, responsable de Comunicación y Programa de UPyD (Publicado en UPyD, aquí)

Gallos

Los “partidos de masas” son formaciones políticas que han conseguido una estrecha identificación con un gran segmento social y por consiguiente disfrutan de un sólido suelo electoral. Por lo general consiguen más de un tercio de los votos, y de vez en cuando rozan o superan la mayoría absoluta, lo que les permite gobernar cómodamente. Muchos de ellos nacieron en el siglo XIX (en España, PSOE y PNV), o descienden de añejas formaciones políticas de aquel entonces (el PP o los nacionalistas catalanes). Esta antigüedad tiene curiosas consecuencias: por una parte representa una especie de seguro de solvencia histórica, pero, por otra, ha reducido el ideario original a mera retórica identitaria porque la transformación social ha mutado la estrategia del partido. Así, Zapatero y el PSOE pueden arengar a la clase obrera en sus parodias de Rodiezno, pero en realidad trabajan para los que tienen SICAV mientras sangran a consumidores y empleados con nómina.

El desajuste entre ideario original y acción de gobierno afecta sobre todo a la izquierda, aunque no sólo a ella. Sus distintas ramas históricas nacieron como proyectos de profunda renovación política y social, fuera por medios revolucionarios o reformistas. La paradoja es que el progreso social, en buena parte debido a los esfuerzos de la izquierda histórica –una especie de “muerte por éxito”-, ha vaciado de sentido muchos de esos proyectos de cambio profundo. Una vez universalizados derechos básicos como la educación, la salud, la igualdad, etcétera, mengua el margen para las reivindicaciones de la izquierda clásica. Las nuevas direcciones del progreso, por ejemplo la supresión de desigualdades de índole u origen sexual, no son un objetivo “de izquierdas”. Las mujeres “de la derecha” –Angela Merkel, por ejemplo- no están menos interesadas que las de izquierdas en la igualdad con los hombres a todos los niveles, y lo mismo sucede entre los homosexuales. Es ilustrativo que el líder de los liberales alemanes, Guido Westerwelle, uno de los grandes triunfadores de las elecciones, sea un homosexual reconocido que, en España, sería motejado de homófobo por los inquisidores gays “de izquierdas” debido a su lejanía del izquierdismo de opereta. Porque lo que ha decidido el electorado alemán es que el próximo gobierno federal esté presidido por una mujer de derechas y un homosexual liberal, nada más y nada menos.

El desajuste entre orígenes y presente ideológico también afecta a la derecha, pero de un modo sutilmente diferente. Mientras que la izquierda debe esforzarse para mantener la verosimilitud de sus proclamas de cambio, a la derecha conservadora les es mucho más fácil defender un conservadurismo esencialmente pasivo, al menos mientras tenga enfrente una izquierda empeñada en demonizarla (en realidad, ambos lados del espectro político son conservadores y tradicionalistas, ya lo hemos comentado otras veces).

Y ahora veamos lo que ha pasado con los “partidos de masas” tradicionales en las elecciones alemanas: la derecha de CDU-CSU y el SPD, uno de los clásicos de la socialdemocracia europea. Ambos han perdido posiciones relativas en porcentaje de votos, pero el SPD en mucha mayor medida; se ha quedado en el 23’4%, arriesgándose a perder la condición de “partido de masas”. En cambio, los tres partidos minoritarios –liberales, verdes y “La Izquierda”- se han aupado hasta sumar juntos el 37’7% de los votos. Surge así un electorado alemán dividido en tres bloques diferentes y desiguales: dos que siguen fieles a los respectivos partidos de masas tradicionales en declive (sobre todo el SPD), y uno vinculado a partidos minoritarios o nuevos en ascenso.

Los analistas explican la debacle del SPD por la competencia de “La Izquierda”, el partido de los excomunistas del este y de Oscar Lafontaine. Sin duda tiene importancia, pero es imposible perder de vista el hecho de que este bajón socialdemócrata coincide con experiencias y expectativas similares de la izquierda tradicional en Francia, Italia y Gran Bretaña. Y ya veremos cómo evoluciona la española tras la desastrosa gestión de Zapatero.

Esta evolución cobra todavía mayor importancia si consideramos que los sistemas electorales tienden en general a favorecer a los partidos de masas –por algo son su creación- y perjudicar a los terceros en discordia. Tanto el sistema mayoritario puro británico como la segunda vuelta francesa, o el complicado sistema alemán –considerado inconstitucional por su Tribunal Constitucional-, por no hablar de la sobrerrepresentación territorial española, tienen como objetivo contener los deseos ciudadanos de cambio de partido. Todavía es pronto para decidir si la democracia europea del futuro pivotará en torno a un sistema de partidos distinto, mucho más flexible que el actual, menos determinado por su añeja historia ideológica y más orientado a las políticas transversales. Pero es posible que sea así. Tengamos en cuenta que Los Verdes y el FPD (liberales) alemanes ya son, en la práctica, partidos transversales. Ni el ecologismo ni el liberalismo son, a día de hoy, estrictamente de izquierdas o derechas. En cualquier caso, el declive de los partidos de masas, comenzando por los de izquierdas –y creo que les seguirán los de derechas-, puede abrir paso a una democracia infinitamente más creativa e interesante que el juego de la alternancia entre supuestos “partidos de la clase obrera” y sedicentes “partidos de la libertad y la clase media”.

Nota: hoy 29 de septiembre cumplimos dos añitos de UPyD. Pues parece que han sido veinte: felicidades a todas las madres y padres de la criatura. Y al loro, que hay muchos interesados en que no cumpla tres (y cumplirá más de treinta).

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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