Tiempos de incertidumbre
Diagnóstico y propuestas para el rearme moral
(Publicado en El Cutural.es, aquí)
Si los años de derroche fueron un espejismo, ¿qué hacer con el desierto que nos cerca? El crecimiento y el optimismo se evaporaron, nuestro país sufre una crisis generalizada, desencadenada por el crack mundial, que afecta a todos los órdenes: político, económico, social, educativo, cultural, moral… Mientras el resto de los países de nuestro entorno avanza hacia la recuperación, la situación española corre el riesgo de enquistarse enlodada en la impotencia y el pesimismo ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo hemos llegado a esto, dónde están las raíces del mal?
El Cultural ha querido ofrecer hoy un diagnóstico que nos proporcione herramientas para salir del hoyo, que nos ayude además a rearmar a una sociedad como la nuestra, hoy sin pulso, desmoralizada e incrédula. Lo hacen, en realidad, los filósofos Rafael Argullol y Francisco Jarauta, el historiador José álvarez Junco, el dramaturgo Alonso de Santos y el escritor Vicente Verdú.
Perplejidad y deriva
Francisco Jarauta, filósofo
Asistimos a procesos acelerados de cambio que afectan a la totalidad de los sistemas económicos, políticos, sociales y culturales. Desde una ingenua conciencia del bienestar que dominó las últimas decadas se ha pasado dramáticamente a una grave situación que trastoca y precipita el modelo social anterior y todos los referentes que lo legitimaban. Todo esto se produce en una larga fase de cambios más profundos y de carácter global que alteran el equilibrio anterior y se proyectan sobre un futuro cuyos parámetros, modelos sociales, y estándares culturales quedan por defininir. Mientras tanto, asistimos a una creciente asimetría entre la nueva complejidad del mundo y los sistemas políticos. A la perplejidad anterior se suma una sensación de ir a la deriva al no contar con las mediaciones políticas capaces de orientar el proceso.
Ante esta situación nos hemos ido convirtiendo en “espectadores globales”. La época pasa ante nosotros como un tren de alta velocidad al que nos queremos ansiosamente subir sin conseguirlo. Frente a esta posición de incertidumbre urge construir nuevos mapas, nuevos conceptos que nos den una dimensión de la época, con sus tensiones, sus contradicciones, sus esperanzas. Una apuesta radical por la educación, la investigación, el conocimiento es hoy innegociable. No podemos seguir en un juego partidista, ocultando tras la máscara de los intereses, la urgencia de un desafío sin el que no podremos situarnos en la construcción del futuro. En esta dirección es urgente repensar lo social en su complejidad, en su emergencia y dar así forma a las nuevas realidades. Sin duda alguna, este proceso implica domiciliar en la agenda de las ideas todos aquellos logros que a lo largo de estas décadas son ya la gran conquista ética de nuestro tiempo. Un mundo sostenible, justo, tolerante y plural como referentes críticos del trabajo intelectual, cultural y político.
La actual crisis pone en evidencia la fragilidad de un sistema incapaz de adaptarse a las transformaciones globales que lo rodean. La tarea más urgente es la de construir aquellas mediaciones operativas capaces de adaptar nuestros sistemas, nuestros modelos políticos, nuestros proyectos educativos y nuestras formas de vida. Pensar un futuro que asuma la complejidad de nuestro tiempo y lo desafíe mediante procesos abiertos, solidarios y éticamente correctos.
Omnipresencia de la basura
Vicente Verdú, escritor
Todas las anteriores crisis financieras han reunido dos características fundamentales. Una ha sido el recrudecimiento en la desigualdad en las rentas y la otra un tiempo en que el romanticismo dominaba sobre el racionalismo, la emoción sobre el sentido común y el deseo de aventura sobre el hastío de unos valores en descomposición. La desigualdad entre las rentas acentúa la desconfianza de los muchos respecto a la posible conspiración de los pocos. Pero, a su vez, aumenta el temor de los pocos a no se sabe bien qué subversión de los muchos. La desconfianza, en definitiva, empapa la situación y, en consecuencia, afecta a la productiva y necesaria estabilidad del sistema. En cuanto al delirio especulativo, propio de la aventura, el pensamiento irracional y la idea de juego, su influencia ha sido un factor decisivo en la especulación. ¿Bonos basura? ¿Hipotecas subprimes? La sociedad se hallaba poblada de comida basura, telebasura, trabajos basura, tiempos familiares basura, convivencia en general con restos baratos y reciclajes. La omnipresencia de la basura desde el caso de las democracias de baja calidad a los artículos de coste cero fue formando una cultura general del detritus que también incluía a los bancos y el dinero. ¿Economía de casino? También, pero ningún casino puede prosperar sin contar con una complicidad política y una clientela tan numerosa como la que formaron la gran masa de jugadores de todas las secciones.
Como es propio de todas las leyes, físicas o sociales, a un exceso sigue una corrección, a una dilatación una consiguiente contración. A la desmesura de los intermediarios sea en el comercio de los productos del campo, en los productos financieros, sea en la producción política, seguirá necesariamente una época en que estos parásitos sociales serán reducidos o apartados de la escena. Fin pues de la intermediación trilera que saca los cuartos a los campesinos, arruina a los incautos con comisiones o utiliza en su provecho el voto que le entrega -¡hasta durante cuatro años!- el cándido elector. ¿Votar? ¿Para qué? ¿En beneficio de quién? No sólo la organización capitalista deberá ajustarse a la exigencia de la demanda, la política habrá de ajustarse a las demandas del elector. El control, la crítica, la denuncia, la sugerencia, la vigilancia es ya posible desde las webs sociales y la clase política, como la clase de los intermediarios en general, deberá responder a un seguimiento continuo de su clientela a la que debe el cargo.
La crisis de 1929 dio origen a un nuevo orden social que después llegó a la socialdemocracia y a una nueva idea de la justicia, los derechos laborales y el sentido de equidad. Más aún: demostró que el consumo era tan decisivo como el ahorro para el crecimiento económico. Demostró material y moralmente que el hedonismo y no el ascetismo sería la nueva fuerza para llegar a progresar. Ahora ya todos los políticos, “anticonsumistas” de hace unos meses, inducen a consumir, impulsan, se diría, a “pecar”, puesto que el gasto y no la renuncia ha venido a ser el motor del desarrollo, el empleo y la prosperidad. La crisis abre las puertas de par en par a un nuevo mundo y no sólo en lo económico. En la empresa, en la escuela, en la familia, en el amor ha terminado el predominio de las reglas y las disciplinas, ha declinado también la funcionalidad del orden y de la jerarquía y se ha inaugurado una suerte de armonía anárquica tan inédita como aún dificil de desarrollar.
Del temor, a la verdad
Rafael Argullol, escritor y filósofo
Las raíces del mal son diversas pero yo creo que se trata de un fenómeno de asentamiento espiritual y mental dominado por el temor. Resumiría ese miedo en tres características o en tres planos: el temor de los padres a los hijos; el temor de los maestros a los discípulos, y el temor de los políticos elegidos democráticamente a los ciudadanos, convertidos éstos finalmente en meros votantes. A estos temores podríamos añadir otros colaterales, como el del intelectual a decir la verdad, o el del escritor a enf
rentarse sinceramente con el arte. Podríamos buscar muchos más, pero en general los tres primeros sintetizan bien lo que ha pasado en las últimas décadas de nuestra historia, que es lo que nos ha llevado a este fenómeno general de desánimo, de desaliento, muy agresivo, en que estamos viviendo, y al hecho de que mientras funcionó el fenómeno de las vacas gordas, el nuevo riquismo pareció disimularlo todo, pero ahora la crisis ha hecho aflorar ese mundo en descomposición. Por eso creo que la primera herramienta para salir del hoyo actual sería el atrevimiento a decirnos la verdad, por ejemplo en el tema de la educación, y por tanto el evitar todo tipo de cinismo, hasta plantearnoslo como el frente número uno a través del cual podemos intentar remontar el vuelo y luego, vinculado a eso, cambiar radicalmente el paradigma del funcionamiento político de la democracia en la que estamos, porque el enviciamiento de los aparatos políticos parece tan grave que es imprescindible abrir nuevos caminos a través de nuevas formaciones, de listas abiertas que rompan con el sistema de castas mafiosas en que se ha convertido nuestra vida política.
También sería muy importante recuperar la audacia intelectual de escritores, artistas y científicos que se atrevan a decir la verdad. Y, vinculado con eso, también sería decisivo que los medios de comunicación hicieran fuesen críticos y no mera resonancia. Porque la clave para rearmar moralmente la sociedad es la audacia de buscar la verdad. Los precedentes son muchos, porque, aunque la historia nunca se repite, en los autores griegos y latinos encuentras textos aplicables a nuestro mundo: hay escritos de Séneca con referencias que podrían aparecer en el periódico de hoy sobre la apatía de la sociedad y el peligro de la enajenación a través de los deportes. Pero incluso remontándose más atrás, el otro día encontré una cita de un historiador de la Grecia antigua que hablaba de que, justo antes de la aparición de la democracia, hubo un movimiento generalizado de temorque dio lugar a un fenómeno muy típico de nuestra época, que es la falta de piedad, de compasión y solidaridad: la respuesta entonces, en el siglo VI antes de nuestra era, fue el nacimiento de la democracia de Pericles, el nacimiento de la filosofía y de la tragedia.
Consecuencias de la falta de educación
José álvarez Junco, historiador
¿Qué generación, en qué momento, no ha creído vivir tiempos difíciles? Ahora, con perspectiva, tras el paso de las décadas o de los siglos, creemos que tal década o tal generación vivieron tiempos plácidos y de bienestar; pero es porque los comparamos con la anterior, o la siguiente. Nadie ha sabido nunca hacia dónde va la historia, y eso produce angustia. En España vivimos una crisis económica el último año y medio, pero dentro de una fase expansiva larguísima, de medio siglo, en la que el nivel de vida ha crecido de manera formidable. Las generaciones actuales, comparadas con quienes vivieron la Guerra Civil, o el primer Franquismo, o el 98, o la perpetua inestabilidad política del XIX, o las guerras sin fin del Antiguo Régimen (con su hambre y su miseria hoy superados), son unas afortunadas. ¿Quiere eso decir que no hay problemas? Claro que los hay, y muchos, pero derivados sobre todo de un crecimiento económico demasiado repentino, y basado en un par de sectores productivos (turismo, construcción); de una democracia llegada de repente, como caída del cielo; de una falta generalizada de educación
Son problemas más bien de “nuevos ricos”; muy desagradables, porque los nuevos ricos son insoportables (mal educados, brutales, exigentes), pero mejor es eso que ser pobres, que plantearse cada día qué comeremos el siguiente.
¿Qué podría ayudarnos? La respuesta debería ser mejorar la educación: mayor civismo, respeto a las normas incluso si no vamos a recibir premio ni sanción alguna por ello; saber que para conseguir algo valioso hay que trabajar y esforzarse. Todo eso es difícil de enseñarlo en la escuela. Debe hacerlo la familia, los padres, y no con discursos sino con su propio ejemplo. No es un cambio que se pueda hacer de la noche a la mañana. Es lento por definición.
Una crisis gravísima (de conciencia, no económica ni política) fue la de 1898. Y otra mucho más grave aún fue la Guerra Civil. De esta última no hemos terminado de salir, aunque la verdad es que se han hecho esfuerzos enormes para que no se repita. De la otra, de la del 98, surgió el famoso regeneracionismo, que, a la larga, transformó el país, con carreteras, escuelas, pantanos. Las crisis, si se reconoce y crean una conciencia generalizada de que hay que cambiar cosas, a veces no vienen mal.
Adiós a los creyentes ciegos
J. L. Alonso de Santos, dramaturgo
Las ideologías en nuestro país no sirven para canalizar la razón, sino para destruirla u ocultarla. Y el lenguaje es una máscara. Todo se falsifica, se justifica, y se vende como necesario. “Palabras, palabras, palabras
”, que diría Hamlet. Y a partir de que “
algo huele a podrido en Dinamarca
”, empieza a ir cada uno a la suyo, sin un sentido de nación, sin una meta colectiva ética y colectiva auténtica. Se gobierna con el “divide y vencerás”, y de esas divisiones tenemos ya muy malos precedentes en la historia. Las gentes de teatro vemos cómo los personajes engañan para conseguir sus fines, y cómo, a veces, ciegos de sí mismos, van como los personajes soberbios de las tragedias hacia un final trágico en el que pretenden arrastrar a los que les rodean. Por eso, quizá, sea tan complicado encontrar herramientas para salvar la crisis actual. Porque los problemas de la cocina no los pueden arreglar casi nunca los cocineros, sino los dirigentes del hotel. Y con un mal gobierno la cosa tiene mal remedio. No se puede dirigir un país sólo pensando en votos, y con una obsesión ciega como única meta: destruir a la oposición. Y claro está, mantener los “intereses creados”. Los labradores siempre tienen mucho que enseñar: se recoge sólo lo que se siembra. Lo demás son malas hierbas y utopías fantásticas para hipnotizar a los seguidores.
Y eso que la historia de España está llena de crisis. Y de apariencias y mentiras. Releer Lázaro de Tormes, o cualquier novela picaresca, es conveniente. Y, desde luego, El retablo de las maravillas. Se empeñan algunos gobernantes en que veamos las cosas como no son. Y, lo peor, es que a veces lo consiguen. ¿Consejo para superar la crisis? Graduarnos la vista del sentido común, y atrevernos a ver la verdad. Dejar de ser creyentes ciegos, o partidarios “pase lo que pase”, de uno u otro lado. La democracia permite -y obliga- a cambiar un gobierno cuando arrastra a un país a una sima. Y hay que tener cuidado con el último virus de la política, las caras que comunican lo contrario de lo que hacen en la imagen televisiva. Después de todo esto hay que tener metas para ilusionarnos y no destruirnos. El mundo y nuestro país no está sino comenzando, así que no hay que ser profetas del final sino trabajadores serenos y conscientes de un nuevo camino, a la altura de nuestras posibilidades.