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‘Fracasomanía’ (por Antón Costas)

Publicada el marzo 21, 2010 por admin6567
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ANTÓN COSTAS (Publicado en El País, aquí)

Está reapareciendo un viejo complejo de fracaso que habíamos superado después de la exitosa transición política y de la modernización económica del último cuarto de siglo. Tan intenso se está haciendo ese complejo de fracaso que me atrevería a hablar de una verdadera fracasomanía.

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El enfrentamiento de PP y PSOE es patológico. Hay que generar esperanza desde la sociedad civil y las empresas

Mala cosa, porque es ahora cuando más necesaria es la autoestima y la confianza en las propias capacidades para poder salir rápido de la crisis y continuar el progreso de las últimas décadas. Podemos acabar con la economía y el país como unos zorros.

¿Tiene fundamento real? A mi juicio, constituye una consecuencia no prevista de la exageración con la que se abordan algunos de los problemas e insuficiencias de nuestro sistema económico, social y político. Mírese por donde se mire, la modernización de España en las últimas décadas es manifiesta. Aquellos que pasen de la cuarentena pueden comparar la España de hace tres décadas y la actual. Si no se hubiese producido esa modernización sería imposible explicar los niveles de bienestar y calidad de vida que se han logrado. Alguna cosa hemos tenido que hacer bien.

¿De dónde surge, entonces, esta fracasomanía? Hay dos fuentes. Una es el discurso sobre las reformas económicas surgido a raíz de la crisis. En este sentido, la fracasomanía es un daño colateral de la crisis. Otra, es el tipo de confrontación entre los dos principales partidos políticos, PSOE y PP.

La crisis económica ha generado un exagerado criticismo sobre nuestro sistema económico. A fuerza de repetir de forma indiscriminada, exagerada y como una letanía que nuestro aparato productivo es obsoleto, que somos poco productivos, que nuestras empresas son escasamente innovadoras y competitivas, o que nuestras instituciones económicas y sociales no funcionan, estamos alimentando la fracasomanía.

Al calor de ese criticismo ha surgido una epidemia de reformadores. El peligro de hacer caso a un experto es que a la primera de cambio te recomienda una reforma. Y como hay expertos para todo, si se sigue al pie de la letra sus recomendaciones, la carga de reformas que la sociedad tendría que echarse a la espalda sería hercúlea, imposible. Desanima sólo pensarlo.

Parece como si todo estuviese en bancarrota, que lo que se ha hecho hasta ahora no valiese de nada y que hubiese que comenzar desde cero en todos los ámbitos. Da lo mismo que se trate de las pensiones, la sanidad, el sistema productivo, la educación, la banca, el mercado laboral o el sistema autonómico. Para el experto de turno todo son reformas pendientes.

Probablemente esta plaga de reformadores tiene que ver con la teoría de las dos crisis de la economía española. La crisis financiera y económica internacional sólo habría sido el detonante que hizo explotar todos los males de fondo que tenía la propia economía española. Y son esos males estructurales a los que ahora habría que poner remedio mediante cirugía reformadora amplia de la anatomía económica. Una exageración.

Con la economía española sucede hoy como con el perro flaco, todo son pulgas. Más que muchas reformas lo que necesita con prioridad es alimentarse. Y ahí la economía internacional juega un papel importante. Además, necesitamos un especialista en medicina general que identifique cuál es la restricción más restrictiva y que además sea un buen psicólogo.

La otra causa de la fracasomanía es la política española. El enfrentamiento radical al que han llegado en las últimas legislaturas el partido socialista y el partido popular ha alcanzado niveles de peligrosidad para la sociedad. Comenzó con Aznar, se agudizó con Rodríguez Zapatero y está llegando al paroxismo enfermizo con el partido de Rajoy.

El rasgo característico de esta forma de hacer política es que cada uno de ellos califica de fracaso total todo lo que hace o propone el otro. Y anuncia que cuando llegue al Gobierno lo primero que hará será anular todo lo que hizo el anterior.

El caso más extremo, aunque no el único, posiblemente es el de la enseñanza. España es el país de la OCDE que mayor número de reformas educativas ha ensayado. Al menos una por cada Gobierno, cuando no por cada ministro que ocupa la cartera. En este terreno, la política catalana nos ha dado un buen ejemplo con el acuerdo entre los dos grandes partidos del Gobierno y de la oposición, PSC y CiU, y el de Ezquerra Republicana de la nueva ley de educación.

Esta fracasomanía política es demoledora. Impide el aprendizaje de políticas, el gradualismo, la mejora progresiva a partir de lo que han hecho los anteriores. Es una política de tierra quemada, que lleva a querer comenzar siempre desde cero en todos los terrenos. Es agotadora, ineficiente y genera el complejo de fracaso.

No estoy proponiendo grandes pactos políticos. No soy un gran defensor de los pactos. La rivalidad política es buena. Pero lo del PP y el PSOE no es rivalidad política, es enfermedad patológica.

No soy muy optimista respecto a grandes cambios en esta conducta. Mientras tanto, es necesario generar esperanza desde la propia sociedad civil y las empresas. Se trata de poner en valor lo que tenemos y contrarrestar esa fracasomanía. En este sentido, me gusta la campaña que ha puesto la Fundación Confianza, con el apoyo de las Cámaras de Comercio y grandes empresas (www.estosololoarreglamosentretodos.org). O la labor que desarrolla el foro de marcas renombradas españolas. Si entran en su página (www.marcasrenombradas.com) verán que tenemos un tejido empresarial moderno y competitivo que, al contrario que sucedía hasta la mitad del siglo pasado, no sólo exportan el aperitivo y el postre a los mercados mundiales (aceitunas, embutidos, "fino", quesos o naranjas), sino también productos manufacturados, servicios avanzados y tecnología. Hay razones para la autoestima y la confianza.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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Juan Andrés Buedo: Soy pensionista de jubilación. Durante mi vida laboral fui funcionario, profesor, investigador social y publicista.
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