JUAN VELARDE
(Publicado en ABC, aquí)
El año 2010 ha servido, en lo económico, para que comprendamos dónde se encuentran los fallos considerables que la política económica española ha tenido a partir del 2004. Por tanto, dónde se pueden encontrar los remedios para nuestros males, alivios que no serán precisamente cómodos, pero mejores que los arbitrios aceptados como posibles soluciones desde mediados de 2007 hasta ahora.
En primer lugar quedó definitivamente claro que no se puede pensar en mantenernos en un área monetaria tan exigente como el euro, con una inflación como la que se ha tenido desde 2004 y situada por encima de la media registrada en la Eurozona. Piénsese que España, al ingresar en ella, traspasaba al Banco Central Europeo la política cambiaria y la fijación de los tipos de interés básicos. Estos, concretamente, se determinaban por esta entidad, observando lo que sucedía en el conjunto. Por eso, tales tipos de interés pasaban a ser negativos en España. De este modo se fomentaron dos cosas: un endeudamiento colosal de empresas no financieras, de economías domésticas y de empresas financieras, que en parte notable se trasladó al exterior, y simultáneamente, una considerable facilidad para crear burbujas especulativas, que en el caso de España, se centraron sobre todo en el sector inmobiliario. Como eso se sostenía, en grandísima medida, como se acaba de decir, con créditos foráneos, cuando desde el verano 2007 se produjo una formidable crisis financiera internacional, el armatoste prestamista se derrumbó.
Para aliviarlo, el Gobierno español, tras intentar negar que existiese una seria crisis, tuvo la ocurrencia de poner en marcha, sobre todo en 2009, la salvación «pseudokeynesiana» de aumentar el déficit del sector público. Lo hizo hasta límites nunca alcanzados. Hay estadísticas que prueban que este 11,1% del PIB jamás existió desde 1850, en que comienzan las cifras creíbles, hasta ahora. Por eso se agravó el endeudamiento previo con otro formidable. Los mercados financieros lo avisaron en dos momentos clave: en mayo y en diciembre de 2010, a causa de la existencia conjunta de riesgos considerables en los endeudamientos irlandeses, griegos, portugueses, algo en los italianos y los belgas, y desde luego, en los españoles. Pero como el endeudamiento nacional español era más importante, y afectaba a acreedores muy señeros, se creó alrededor de nuestra nación una sensación pareja a la que Benavente, ya en 1909, diseñó en su obra teatral, «Los intereses creados», sin dejar de pensar en que el mensaje debería asimismo ponerse en relación con otra obra benaventina: «La ciudad alegre y confiada», estrenada en 1916. Y esto porque desde finales de 2003 se disponía del ensayo, tan citado por mí, de Jaime Terceiro, sobre la urgencia de cambiar el modelo económico, titulado «Notas sobre la evolución reciente de la economía española», aparecido en los «Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas».
No se puede tampoco dejar de tomar conciencia en relación con el llamado servicio de la deuda. Porque ésta obliga a pagar intereses periódicamente y también a efectuar entregas como consecuencia de la amortización del capital. Simultáneamente se encuentra el problema del valor de esta deuda, cuando es pública, en los mercados bursátiles, y su abundancia genera, por fuerza, caídas en su cotización que, a más de repercutir en incrementos en los tipos de interés, rebajan los activos de los tenedores, que son muchas veces, entidades financieras. Siempre todo esto dificulta cualquier posibilidad de recuperación. No acaban ahí las cosas. Por eso es preciso ampliar este enjuiciamiento de lo que nos ha sucedido y que en buena parte ha culminado en 2010. Hay que pasar a hablar de nuestra competitividad, porque tenemos una economía muy abierta, y si existen defectos en ella, ¿cómo podría ser posible contemplar un fomento del trabajo nacional?